JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS

“La dicha, qué es la dicha?

La dicha, qué es la dicha? (La palabra
no me hace feliz, dicho de paso). Yo diría
que es sencillamente ir contigo de la mano,
detenerse un momento porque un olor nos llama,
una luz nos recorre, algo que nos calienta
por dentro, que nos hace pensar que no es la vida,
la que nos lleva, sino que nosotros somos
la vida, que vivir es eso, sencillamente eso.”

A José Antonio Muñoz Rojas, casi centenario, amigo de los poetas del 27, malagueño, lo imaginamos solo paseando por el campo, como Antonio Machado, o cogido de la mano de su mujer, como en este poema, con todos los sentidos alerta, aspirando los aromas del campo, sintiendo el calor del sol sobre su cuerpo, y sobre todo sintiéndola a ella.

Eran tan humilde y sencillo, que, según su gran amigo Juan Benítez “ha muerto porque no quería llegar a su centenario, ya que intuía lo que se había organizado en su honor”.

¿CREEMOS EN EL DESTINO?

Hoy hemos leído en clase “La pata de mono”, cuento de terror, escrito por W. W. Jacobs, del que se extrae la moraleja de que no podemos alterar el destino de las personas impunemente.  

El tema del destino ha preocupado siempre al hombre. Por ejemplo, en la época griega, existían los oráculos, templos donde un dios, interpretado por una sacerdotisa, daba respuestas personales, normalmente relacionadas con el futuro. En la actualidad, sobre todo a través de los medios de comunicación, son frecuentes las consultas sobre el destino de las personas, sobre si tendrán o no salud, sobre si les irá bien o mal en el terreno amoroso, etc.  La interpretación corre a cargo de alguien al que se le supone una capacidad especial para adivinar el futuro, como las antiguas sacerdotisas griegas, y a juzgar por la presencia en antena, parece claro que tienen bastante aceptación entre los televidentes. 

Sin embargo, hay bastantes personas, entre las que me incluyo, para las que el destino no es esa fuerza misteriosa que rige nuestras vidas, como podemos leer en el diccionario de la Real Academia Española, sino que el destino, en buena parte, depende de cada uno de nosotros; quiero decir que lo labramos nosotros mismos. Difícilmente se consigue algo en la vida, si previamente no se trabaja para ello.  

Es verdad que hay una parte referida a la salud y a nuestra relación con los demás que no depende únicamente de nosotros, como nuestra condición de seres mortales, que ahora vivimos, pero que acabaremos muriendo. Ya lo decía Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir; / allí van los ríos caudales, / allí los otros medianos / e más chicos, / allegados  son iguales / los que viven por sus manos / e los ricos”. 

Pero siempre nos hemos preguntado de dónde venimos y hacia dónde vamos; si hay vida después de la muerte, como creen los cristianos o como creían los egipcios o los griegos, o por el contrario todo se acaba, cuando dejamos de respirar. 

Os propongo opinar sobre este tema del destino: si creéis en él como fuerza desconocida que obra sobre nosotros, o más bien lo vamos construyendo cada uno con nuestro trabajo diario y nuestra conducta; si pensáis que hay vida, después de la muerte, o si sentís preocupación por nuestra condición de seres mortales.    

¿JÓVENES CONSENTIDOS?

En las últimas semanas, han aparecido en la prensa numerosos artículos  en los que  se cuestiona la educación de nuestros jóvenes. Todos ellos coinciden en que están habituados, desde pequeños, a no recibir casi nunca un no como respuesta a sus demandas, con frecuencia excesivas. Ayer mismo el escritor Javier Marías, en El País Semanal, criticaba lo pusilánimes que son los chicos de ahora, es decir, la dificultad que tienen para tolerar las desgracias, lo cual les lleva, como en la caso de Pozuelo de Alarcón, a quemar los coches de la policía, cuando ésta les impide prolongar el botellón. También, en el mismo diario, el cirujano plástico Pedro Cavadas comentaba lo blanditos que somos los occidentales, a los que nos cuidan entre algodones desde que nacemos, a diferencia de los africanos. 

Para el escritor madrileño, el origen de esta falta de ánimo de nuestros jóvenes está en la educación que reciben, desde pequeños, en la que, prácticamente, se han eliminado los castigos, como forma de poner límites a su mal comportamiento.   

Precisamente, hace unos días,  reflexionábamos en este blog sobre las dificultades que tienen algunos padres para aceptar las sanciones impuestas a sus hijos, en los centros de enseñanza, con el fin de corregir sus conductas inadecuadas. Las entendían como una ofensa, porque se han vuelto tan sensibles y blanditos, como sus propios hijos, a los que prefieren dar la razón, antes que discutir con ellos. La sociedad hedonista, en la que vivimos, donde lo único que importa es el éxito y la felicidad, les hace actuar así. No riñen a sus hijos ni les alzan la voz,  porque temen traumatizarlos y porque los expertos en psicología les hablan de negociar las normas con ellos, no de imponerlas, con su criterio de personas adultas y sensatas.   

Javier Marías propone, para mejorar la educación de nuestros jóvenes, lo que se ha hecho toda la vida en las casas: castigarles proporcionalmente por su mal comportamiento, incluido el cachete, cuando sea necesario, para que conozcan los límites que no deben traspasar y teman las consecuencias, si lo hacen. 

¿Qué opináis de todo esto? ¿Los occidentales somos más blanditos que los africanos? ¿Nuestros jóvenes están tan consentidos que no admiten que les lleven la contraria? ¿Está ahí el origen de conductas violentas, como la de Pozuelo, o de contestaciones airadas a profesores, en los centros de enseñanza? ¿Consideráis necesario recuperar el castigo proporcional a la falta cometida, incluyendo el cachete?

AUTORIDAD Y AUTORITARISMO

A propósito de la diferencia entre autoridad y autoritarismo, ha surgido esta mañana, en la clase de Lengua Española de 2º de PCPI, un debate sobre quién puede ejercer la primera.  

Todos hemos coincidido en que el profesor tiene autoridad sobre sus alumnos, del mismo modo que los padres sobre los hijos o el hermano mayor sobre el pequeño. En un momento dado, alguien ha planteado la pregunta de si el novio ejerce autoridad sobre la novia, cuando le insta a vestir de una determinada manera, lo cual nos ha llevado a hablar sobre el machismo que aún domina en nuestra sociedad.  

Me gustaría que expresarais por escrito vuestras opiniones acerca de estos dos conceptos y sobre un aspecto concreto que no hemos comentado: ¿la autoridad se tiene, es decir, la posee, por ejemplo, un profesor, por ser profesor, o debe ganársela diariamente con su trabajo, preparando sus clases con rigor, motivando a sus alumnos para que aprendan…? 

También podéis opinar sobre la diferencia entre libertad y libertinaje. La primera la hemos conseguido todos los españoles, una vez restablecida la democracia en España, como comentábamos en la entrada anterior, y consiste en la capacidad que tenemos para actuar de una manera o de otra o de no actuar. Pero la libertad, en ocasiones, se transforma en libertinaje, y esto sucede cuando al ejercerla empezamos a invadir la de los demás. ¿Os habéis encontrado alguna vez en esta situación? Al ejercer vuestra libertad en clase, en casa o en la calle ¿habéis invadido, a veces, la del profesor, la de vuestros padres o la de vuestros amigos? 

LA AUTORIDAD DE LOS PROFESORES

En ocasiones, sucede que, ante una falta de disciplina cometida por un alumno, sus padres ponen en duda la versión del profesor. Y es que algo ha cambiado en nuestra sociedad para que hayamos pasado de una época, en la que el profesor siempre tenía la razón, a otra, en que ésta ha pasado en gran parte al alumno.

En efecto, durante el franquismo, si algo no se cuestionaba, era el principio de autoridad del profesor, tuviera o no tuviera razón. En cambio, a partir de 1977, con las primeras elecciones en libertad y la promulgación de las nuevas leyes de educación, los centros de enseñanza se empezaron a gestionar democráticamente. Desde ese momento, el máximo órgano de decisión es el consejo escolar, donde están representados todos los sectores de la comunidad educativa; la relación alumno-profesor no se basa en el temor del primero al segundo, sino en la confianza mutua y el respeto; la didáctica pasa a desempeñar un papel primordial en el proceso de enseñanza-aprendizaje; se establece un tipo de enseñanza comprensiva, frente a la puramente memorística del sistema anterior; etc.  Son, como podemos observar, cambios positivos y propios de una sociedad democrática; cambios que avanzan en derechos de los alumnos y de los padres; pero que deben tener su correspondencia también en las obligaciones.

Trasladando esta reflexión al problema que planteábamos al principio: un alumno tiene derecho a ser escuchado, cuando ha cometido una falta de disciplina ante un profesor; pero también tiene la obligación, como sus padres, de escuchar y dar a crédito a la versión del profesor que, al fin y al cabo, está allí para educarle. A veces, la educación requiere de la sanción, como medida para que un alumno rectifique su conducta inadecuada y ni el alumno ni su familia deben interpretar esto como una ofensa o como una manía persecutoria del profesor. Por eso, resultan lamentables e incomprensibles sucesos como la agresión sufrida por la directora de un centro educativo de Madrid a manos de un padre. Por supuesto, que la inmensa mayoría de las familias no reaccionan así, cuando a su hijo se le sanciona o se le recrimina una actitud incorrecta, aunque haya sectores sociales y medios de comunicación interesados en difundir lo contrario: que existe un clima de violencia en las aulas y que los profesores estamos indefensos, ante las agresiones de los padres.         

En el fondo, detrás de todo este debate, está nuestra imagen social, es decir, cómo se valora nuestra labor de educadores. Y es quizá ahí donde hay que poner el énfasis, porque los países donde más preparados están los alumnos, según las famosas pruebas Pisa, son precisamente aquellos en los que más consideración social tienen los profesores.     

 

LAS PALABRAS QUE MÁS ABORRECEMOS

Hace unos años, os pedimos que seleccionarais, entre todas las palabras de la lengua española, la que más os gustaba. Yo recuerdo que escogí “ultramarinos”, por lo bien que suena y por los recuerdos que evoca de mi infancia. 

Ayer, leyendo el periódico El País, me encontré con un artículo en el que su autor, Fernando Royuela, comentaba justamente el tipo de palabras contrario: las que más aborrecía. A este escritor le parecían detestables, entre otras: “excelencia”, “líder” y “reto”. Detrás de estas palabras, en su opinión, se esconden agazapadas ideas propias del mundo empresarial globalizado, que pretende imponer estilo, estereotipando los comportamientos. Así “excelencia” le suena a vasallaje absolutista; “”líder” le hace imaginar un caudillo montado a caballo y jaleado por una masa amorfa; y “reto” le sugiere “trabajar el doble por la mitad”. En el fondo, se trata de eufemismos que pervierten los valores y acaban con la dignidad de los trabajadores.  

Lo cierto es que las palabras tienen dos tipos de significado: el denotativo, que es el que recoge el diccionario, y el connotativo, que es el que nos evocan las palabras en un contexto determinado. Este segundo está cargado de subjetividad y depende, en gran parte, de la experiencia personal del hablante. Por ejemplo, la palabra “amor” tiene diferentes connotaciones para la persona enamorada y correspondida en sus sentimientos, que para quien acaba de sufrir un desengaño amoroso. 

Teniendo todo esto en cuenta, os proponemos que escojáis, entre todas las palabras del castellano, la que en este momento de vuestra vida más aborrecéis.    

A mí personalmente una de las que me resulta más despreciable es “corrupto”, que se aplica a los individuos que se dejan sobornar, para conseguir algo ilegal o inmoral de ellos. Odio esta palabra, que escuchamos habitualmente en los medios de comunicación, y me gustaría dejar de escucharla.  

¿SE APRENDE MEJOR CON INTERNET?

Hablaba esta mañana con algunos compañeros sobre el estado de los ordenadores de nuestro instituto, pues han pasado ya 6 años, desde que nos convertimos en centro TIC y, como la tecnología avanza muy rápidamente, los modelos que nos instalaron han quedado ya algo desfasados, entre otras razones, por su escasa capacidad. A esto hay que añadir el deterioro de buena parte de ellos por el uso. La consecuencia es que, para el curso que se inicia, probablemente en todas las aulas no podamos disponer de ordenadores suficientes, que funcionen. La alternativa a este problema podría ser preparar 4 ó 5 aulas con ordenadores, en perfecto estado, que se utilizarían, a petición del profesorado; y alternar la actividad en el aula con el trabajo online de nuestros alumnos, pues la mayoría de ellos dispone de ordenador en casa. 

Esta segunda idea se ha visto respaldada por un estudio realizado por la consultara SRI Internacional para el Departamento de Educación de Estados Unidos, según el cual la formación ideal es la que se obtiene combinando el trato directo con el profesor y los compañeros, es decir, la clase tradicional,  con las facilidades que nos ofrece Internet.  

Bien es verdad que el estudio se ha realizado entre alumnos de educación superior y adultos; y que sobre primaria y secundaria no hay datos que acrediten, hasta ese punto, la utilidad de las nuevas tecnologías. Sin embargo, nadie puede negar que la red ofrece ventajas (no hay necesidad de desplazarse al instituto, se evitan las aulas masificadas, etc.) y recursos valiosos para la enseñanza (blogs, correos electrónicos, Webquest, acceso inmediato a diccionarios y wikipedias, etc.) y sobre todo le brinda al alumno la posibilidad de construir su propio aprendizaje, que es el verdaderamente significativo y el que le va a permitir completar su formación.   

En el ámbito universitario, cada vez se concede más importancia al conocimiento a distancia. El mismo Plan de Bolonia, que tantas críticas ha recibido, plantea reducir las clases tradicionales en el aula, las llamadas magistrales”, a favor del trabajo fuera de ella, coordinado por un tutor. Además, muchos cursos de formación se realizan cómodamente en casa, a través de Internet.    

Probablemente, en secundaria,  la situación sea diferente, porque el alumno, todavía inseguro y con escasa formación, necesita de la presencia constante del profesor; pero vosotros tenéis la palabra, pues lleváis seis años en un centro TIC, dotado de un ordenador para cada dos alumnos y seguro que tenéis elementos de juicio suficientes como para expresar vuestra propia opinión.  

·        ¿Cuál es la formación ideal? ¿La clase tradicional impartida por el profesor?  ¿El aprendizaje a través de los recursos que nos ofrece Internet? ¿Quizá habría que combinar ambos sistemas?

·        ¿Entra mejor el conocimiento a distancia o con la presencia física del profesor?

·        Con el paso del tiempo, ¿se acabará impartiendo toda la educación online?

·        ¿Cómo ha sido vuestra experiencia en un centro TIC, como el IES Gran Capitán?