LOS ENAMORAMIENTOS

La última novela de Javier Marías trata, como indica su título, sobre los enamoramientos; pero sobre todo de lo que somos capaces de hacer para materializarlos. En una época, caracterizada por lo políticamente correcto, la publicación de una novela en la que los sentimientos doblegan a los principios, que nos permiten vivir en sociedad, no deja de ser un acto de provocación, para que tomemos conciencia de que no todos evitamos hacer lo que es condenable para la mayoría.

Los personajes que la protagonizan pertenecen a la estirpe de los que anteponen sus deseos a todo lo demás. El estado de enamoramiento les hace ver incluso el asesinato o su ocultación como un recurso más que proporciona sentido a sus vidas. Estamos, pues, ante personajes que no estarían bien vistos en nuestra sociedad occidental, pero que también forman parte de eso que llamamos civilización.

Predomina, como en otras novelas suyas, el tono reflexivo, porque a Javier Marías le gusta introducirse en la mente de sus seres de ficción -aunque también los toma de la realidad, como el caso del profesor Francisco Rico, a quien describe de forma brillante y con gran sentido del humor- y acompañarles en sus pensamientos:

“El mundo es tan de los vivos, y tan poco en verdad de los muertos –aunque permanezcan en la tierra todos y sin duda sean muchos más- que aquellos tienden a pensar que la muerte de alguien querido es algo que les ha pasado a ellos más que al difunto, que es a quien de verdad pasó.”

Quien así reflexiona es la protagonista, María, que actúa también como narradora, y se refiere a que son los muertos los que se pierden lo que está por venir; los que ya no verán crecer a sus hijos; los que dejarán proyectos sin realizar y palabras sin decir. Se sitúa, de esta manera, al analizar los hechos, en un ángulo insólito, aunque quizá más auténtico, de la realidad, como cuando nos descubre los pensamientos de Luisa, que acaba de perder a su marido, sobre el matrimonio:

“Ya sabes: conocer a alguien nuevo, contarle la propia vida aunque sea a grandes rasgos, dejarse cortejar o ponerse a tiro, estimular, mostrar interés, enseñar la mejor cara, explicar cómo es uno, escuchar cómo es el otro, vencer recelos, habituarse a alguien y que ese alguien se habitúe a uno, pasar por alto lo que desagrada.”

O cuando nos desvela –y este es el tema principal de la novela- el estado de enamoramiento de Díaz-Varela, del que ella, a su vez, está enamorada:

“Lo que es muy raro es sentir debilidad, verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles. Eso es lo determinante, que nos impida ser objetivos y nos desarme a perpetuidad y nos haga rendirnos en todos los pleitos (…) Uno sabe que es incondicional de esa persona, que la va a ayudar y a apoyar en lo que sea, aunque se trate de un empeño horrible (…) y que hará por ella lo que se tercie”.

En esto consiste el estilo narrativo de Javier Marías: en descubrirnos lo que piensan los personajes, sus intenciones, sus temores, sus debilidades y las de los demás, sus dudas, los pros y los contras de las cosas, con lo que nos da una dimensión completa de los mismos. La novela se convierte en una especie de confesión, en la que el lector es el único que escucha, como quizá sucede en todas las novelas, pero en esta más, porque su arquitectura se basa en una reflexión continua y envolvente, a veces cansina, que nos obliga con frecuencia a volver atrás para releer algún pasaje, con el fin de no perder el hilo del discurso. Así, progresivamente, va generando nuestra intriga e inquietud, al hacernos imaginar, por ejemplo, qué responderá un personaje, después de haber conocido lo que presupone otro de él, si lo que diga le merecerá credibilidad o no; y nos va introduciendo en una trama aparentemente sencilla, pero que nos reserva alguna que otra sorpresa.

Javier Marías cierra muy bien “Los enamoramientos”, recuperando e integrando en la historia citas literarias y palabras pronunciadas por los personajes, que parecían quedar en el olvido, y un sentimiento, el de los celos retrospectivos de la protagonista, que mantiene la incertidumbre hasta el final.