Espíritu de lucha

Hoy se publica en el diario El País un artículo titulado “Giro hacia el autoritarismo”, en el que el escritor y premio Nobel de literatura, Orhan Pamuk, ofrece su interpretación sobre los hechos ocurridos en Estambul, ciudad donde miles de personas protestan por la decisión del gobierno autoritario de Erdogan de talar los árboles de la plaza Taksim para construir un centro comercial.

En su opinión no existe una sola persona residente en Estambul que no guarde un recuerdo relacionado, de alguna forma, con esta plaza, que es la última zona verde que queda en el centro de la ciudad y donde todos los partidos políticos han celebrado mítines en los últimos años.

Por eso, le llena de esperanza que sus habitantes no renuncien “ni a su derecho a organizar manifestaciones políticas en la plaza Taksim, ni a sus recuerdos, sin luchar primero”.

Es el mismo espíritu de lucha que demostró Rafa Nadal, el pasado viernes, en el partido de semifinales del torneo de tenis Roland Garros contra Novak Djokovic, número uno del mundo. Iba perdiendo por 4-2, en el quinto y definitivo set, pero no se vino abajo, al contrario, con la perseverancia del que cree ciegamente en sus objetivos, remontó el marcador y acabó ganando el partido.

Qué dos buenos ejemplos para nuestro alumnado: el del pueblo de Estambul luchando por sus derechos,  frente a un régimen autoritario; y el de Rafa Nadal, de no rendirse jamás ante la adversidad. Además, en el caso de este último, cuando le preguntan por todos los éxitos deportivos que ha logrado, siempre responde que no intenta ser mejor que nadie, sino esforzarse cada día para mejorar él.

Reconocimiento a Muñoz Molina

Como reconocimiento a Antonio Muñoz Molina, reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras, reproduzco aquí una crítica sobre su novela Plenilunio, publicada hace años en la Revista Cultural de nuestro centro ¡BUFP! y en la que destaco entre otros aspectos su condición de intelectual comprometido con su tiempo:

“El misterio de la lentitud

“El misterio de la lentitud” es el título de un reciente artículo de Muñoz Molina, donde valora la obra del pintor Antonio López y del director de cine Víctor Erice, a propósito de la película de este último El sol del membrillo. El escritor granadino destaca la virtud de ambos para revelar la parte de prodigio secreto que hay en las cosas, el doble enigma de perduración y fugacidad. Pues bien, he tomado prestado el título de este artículo, porque Muñoz Molina parece plantearse en Plenilunio el reto de captar justamente lo que alaba en ambos creadores: la perduración y la fugacidad, es decir, pretende captar el paso del tiempo y a la vez la eternidad de cada instante, porque se recrea en los hechos con la lentitud del trabajo bien realizado, ofreciéndonos diferentes perspectivas de los mismos, fijándose en detalles que para los ojos de cualquier persona pasan inadvertidos. Sin embargo, en cada detalle se encierra una emoción o un sentimiento o una pista que nos desvela alguna parte oscura de la identidad del asesino. Y es que la realidad está ahí para mirarla, como el cine de Víctor Erice, o como cualquier investigación policial, y se puede volver sobre ella para entenderla; se puede volver sobre los hechos con la finalidad de esclarecerlos, del mismo modo que podemos recordar el pasado para explicar el presente. Precisamente, estos son los dos caminos por donde avanza la novela: la investigación policial que arranca desde las primeras líneas y que se presenta como trama principal y el conocimiento progresivo de los personajes principales que nos conduce a una época pasada, la dictadura de Franco, y que desemboca en una historia de amor. Son como dos historias distintas que nacen juntas, se separan, tornan a juntarse, se separan de nuevo y así hasta el final espléndido y sorprendente, como los finales de todos los capítulos.

En un estilo limpio y preciso, Muñoz Molina vuelve una y otra vez sobre el mismo hecho, el asesinato de la niña, para mostrarnos algún matiz distinto, algún dato desconocido, alguna perspectiva insólita que nos ayude a penetrar en la historia. Y es esa pulcritud de estilo, esa ausencia de amaneramiento o artificio, lo que confiere a la novela solidez y dignidad en lo que tiene de compromiso con el ser humano, con la justicia. Porque hay como un trasfondo ético que impregna la manera de narrar. Reconocemos al autor comprometido con una causa justa, su indignidad ante la infamia, tras cada frase, cada palabra, cada página.

Del mismo modo, consigue transmitir la impresión de algo vivido, cuando describe a los personajes, introduciéndose en los meandros del pensamiento, como si tras cada rasgo estuviera el propio autor con sus recuerdos. En especial, cuando se centra en el inspector y la maestra, dos personajes radicalmente solos, de los que vamos conociendo poco a poco un pasado que explica el presente, claves sicológicas que modelan los caracteres de ambos, así hasta que un hilo invisible se tiende entre los dos de una manera muy natural. Tenemos la impresión de estar contemplando una escena cinematográfica. Pero también consigue esta autenticidad cuando describe al asesino a través del lugar donde trabaja, deteniéndose en las impresiones que le causan las mujeres que acuden a la compra. Impresiones que revelan sus instintos agresivos y, al mismo tiempo, su conciencia de pertenecer a los estratos más bajos de la sociedad, su indefensión, su desarraigo.

Plenilunio rebosa actualidad no solo por el argumento y el tiempo presente en el que se desarrollan los hechos, sino sobre todo por el compromiso ético que encierran sus páginas. Además, ahora que el tiempo se ha convertido en el gran fetiche de nuestras vidas, bien por su ausencia o por la mala distribución que hacemos de él, es especialmente recomendable la lectura de una novela que nos invita a recrearnos en los detalles.”