La amistad

En los discursos de Graduación que habéis elaborado como producción escrita para el tercer trimestre del curso, mencionáis a los amigos, como las personas que os han ayudado en las situaciones difíciles y con las que habéis pasado los momentos más felices en el instituto.

También existieron relaciones de amistad entre los componentes de la Generación del 27, que estamos estudiando en clase. Una amistad que fraguaron en lugares, como la Residencia de Estudiantes, donde coincidieron algunos de ellos, atraídos por las tertulias y las actividades culturales que allí se organizaban.

Un hermoso testimonio son estos versos de Luis Cernuda dedicados a Federico García Lorca, cuando conoció la triste noticia de su asesinato, al principio de la Guerra Civil:

 

La sal de nuestro mundo eras, 


Vivo estabas como un rayo de sol, 


Y ya es tan sólo tu recuerdo 


Quien yerra y pasa, acariciando 


El muro de los cuerpos 


Con el dejo de las adormideras 


Que nuestros predecesores ingirieron 


A orillas del olvido.

 

Si tu ángel acude a la memoria

Sombras son estos hombres

Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;

La muerte se diría

Más viva que la vida

Porque tú estás con ella,

Pasado el arco de tu vasto imperio,

Poblándola de pájaros y hojas

Con tu gracia y juventud incomparables.

 

Aquí la primavera luce ahora. 


Mira los radiantes mancebos 


Que vivo tanto amaste 


Efímeros pasar junto al fulgor del mar. 


Desnudos cuerpos bellos que se llevan 


Tras de sí los deseos 


Con su exquisita forma, y sólo encierran 


Amargo zumo, que no alberga su espíritu 


Un destello de amor ni de alto pensamiento.

 

Son versos elogiosos hacia el difunto, como corresponde a una elegía; pero que encierran un profundo sentimiento de amistad, como cuando dice: La muerte se diría / Más viva que la vida / Porque tú estás con ella. Hay también una referencia explícita a la homosexualidad de Lorca (Mira los radiantes mancebos 
/ Que vivo tanto amaste), que éste nunca reconoció públicamente en vida, a causa de la sociedad tradicional e hipócrita en la que le tocó vivir.

Y es que tanto vosotros como ellos habéis aprendido a ser mujeres y hombres dialogantes y respetuosos con el diferente, en gran parte gracias a los amigos, porque la amistad consiste en escuchar y ser escuchado, en disfrutar con los éxitos y las alegrías de la persona a quien profesamos un afecto desinteresado, en ofrecerle la mano para que no caiga o en llorar con ella cuando sufre.

Mujeres escritoras

Zenobia Camprubí Aimar (1887-1956) y Juan Ramón Jiménez, poeta al que estamos leyendo en 4º de ESO, eran muy diferentes: él, idealista, melancólico e introvertido; ella, en cambio, pragmática, alegre y extrovertida. En la relación epistolar que mantuvieron, antes de casarse, Zenobia le echa en cara a Juan Ramón su tristeza y ensimismamiento: “¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena?”, “Yo le voy a curar a usted de raíz, pero de raíz”, “¿Para qué le sirven sus benditos versos, si no le florece el corazón nunca, si es usted un ciprés, más parado y sombrío que los del Generalife”.

Tuvo que perseverar Juan Ramón hasta conseguir doblegar las dudas de la joven: “Todos los días –cuenta Rafael Alarcón en su biografía- se sentaba el poeta en un banco de la Castellana, enfrente del piso de los Camprubí, con la esperanza de verla. Allí se lo encontraban sus amigos y conocidos”.

Sin embargo, a partir del momento en que se casaron en Nueva York, el 2 de marzo de 1916, la entrega de Zenobia a Juan Ramón fue absoluta y total, hasta el punto de que sacrificó su propia carrera como escritora –profesión para la que estaba muy dotada- por la de su marido. No sólo hacía las labores del hogar sino que también ejercía de administradora y eficaz secretaria, lo cual le permitía al poeta dedicarse sin preocupaciones a su producción literaria durante el día entero.

Un caso parecido es el de Josefina Blanco (1878-1957), esposa de Valle-Inclán, que abandonó su profesión de actriz para entregarse en cuerpo y alma a su vida matrimonial. Consiguió con esto que el escritor gallego abandonara un estilo de vida bohemio y desordenado.

Pero los ejemplos que más llaman la atención son los de escritoras que ocultaron su personalidad, sobre todo a causa de la desconfianza que inspiraban en la sociedad, que identificaba el papel de la mujer con el de ama de casa. Así, recurrían a mencionar, tras su propio apellido, el de su marido, unidos por un “de”; o a reducir el primer apellido a la letra inicial y en ocasiones a suprimirlo; o a utilizar un nombre falso, como Cecilia Böhl de Faber, que firmaba su obra con el pseudónimo de Fernán Caballero (1796-1877).

Con todo, el caso más significativo es el de María de la O Lejárraga (1874-1974), casada con el conocido dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, que actuó de negro de éste escribiendo casi todas sus obras de teatro. Sin embargo, ella sorprendentemente nunca tuvo conciencia de ser explotada por su marido, pues incluso, después de su ruptura matrimonial, siguió “colaborando” literariamente con él. Que una mujer de izquierdas y feminista, como ella, se comportase con ese grado de sumisión sólo puede obedecer a una causa: la sociedad patriarcal en la que le tocó vivir, donde todo giraba en torno al hombre.

Hoy día, aunque las cosas han cambiado, pues se ha conseguido un gran avance, aún estamos lejos de la igualdad entre hombres y mujeres en el mundo de la literatura. El domingo pasado, Rosa Montero, en un artículo publicado en El País Semanal, exponía datos muy significativos: “De los 36 premios Nacionales de Narrativa que ha habido desde la Transición, sólo dos han ido a parar a escritoras. Y entre los 66 premios de la Crítica, sólo hay tres mujeres. (…) En el Nobel sólo hay un 12 % de mujeres (en todas las categorías); en el Goncourt, un 6 %”.  En fin, queda camino por recorrer.

El amor regenera la vida

«Voy por tu cuerpo como por el mundo
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,
vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,
tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,
voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas»
Estos versos, pertenecientes al poema «Piedra de sol» de Octavio Paz (1914-1998), forman parte de mi vida y de la de muchas otras personas que vivieron los últimos años del franquismo. Recuerdo haberlos escuchado, en interpretación de Luis Pastor, con la emoción de quien escucha un himno, un canto al amor como fuerza que regenera la vida, que nos permite volver al principio, donde no hay tú ni yo, mañana ni ayer, sólo dos cuerpos que se aman.
Para los que padecimos los últimos coletazos de la dictadura, escuchar estos versos significó, también, apostar por el cambio, porque, como dice más adelante el poema:
«amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por una amo sin rostro»
Y es que dos cuerpos desnudos y enlazados tienen el poder de saltar el tiempo y de cambiar el mundo, devolviéndolo a su origen, donde no había clases sociales, ni injusticias, ni desahucios, ni dictaduras.