El pasado nunca muere

Durante las últimas semanas, los compañeros me preguntan qué siento estando tan cerca de la jubilación. Les respondo que nada especial, pues las clases me absorben y no me da tiempo a pensarlo; pero no es del todo cierto, porque, después de casi treinta y seis años en la enseñanza, mi vida va a cambiar. Hace unos días, mientras me dirigía conduciendo al instituto, pensaba en ello y de súbito me invadió un sentimiento de nostalgia de algo que todavía no se había producido; pero que inevitablemente se producirá, a partir del próximo curso. Sentí pena de verme ausente del instituto y pensé que al Seat Toledo que conducía también le iba a cambiar la vida. Al dejar de utilizarlo diariamente, quedará aparcado en algún lugar de la calle y, con el paso de los días, el polvo y la suciedad se apoderarán de él.

Así que el sentimiento de nostalgia era doble: por mí y por mi vehículo. Y vino a mi mente la copla de Jorge Manrique:

 

Recuerde el alma dormida,


avive el seso y despierte,


contemplando


cómo se passa la vida,


cómo se viene la muerte


tan callando;


cuán presto se va el plazer,


cómo después, de acordado,


da dolor;


cómo, a nuestro parescer,


cualquiera tiempo passado


fue mejor.

 

Con estos versos, la tristeza originada por el recuerdo de algo que aún no había perdido se acentuó. Pero también pensé en Faulkner, el maestro de la narrativa moderna, cuando escribió: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. Y apliqué esta gran verdad a mi vida: mi experiencia como docente nunca terminará de pasar; siempre estará ahí operando sobre el presente, formando parte de él, cuidándome, de igual modo que yo puedo cuidar la carrocería del Seat Toledo, lavándolo de vez en cuando.

Cantautores

Leyendo en clase de 4º de ESO a los escritores de la Generación del 50, y en concreto los poemas “Me queda la palabra” de Blas de Otero y “Palabras para Julia” de José Agustín Goytisolo, he recordado a los cantautores que pusieron música a estos textos. Eran los últimos años de la dictadura franquista y, en la Universidad de Extremadura, como en todas las del Estado Español, se organizaban manifestaciones a favor de la libertad y se aprovechaba cualquier acto público para reivindicarla. Los estudiantes universitarios vivimos con especial intensidad aquel tiempo, que intuíamos de transición de la dictadura a la democracia, y escuchábamos en nuestras casas los discos de vinilo o las cintas de radiocasete, grabadas y regrabadas, de cantautores como: Paco Ibáñez, Pablo Guerrero, Luis Pastor, Elisa Serna, Rosa León, Lluis Llach, Raimon y un largo etcétera.

Recuerdo, en particular, los dos poemas citados, a los que puso música Paco Ibáñez. Su doble elepé grabado en el teatro Olympia de París, se convirtió en nuestra música de cabecera, no sólo porque disfrutábamos escuchándolo, sino también por las largas y fructíferas conversaciones que suscitaban las letras de las canciones, escritas por los autores más importantes de la Literatura Española.

En Me queda la palabra, Blas de Otero viene a decir que, aunque el tiempo pasa y seguimos padeciendo los efectos perniciosos de la dictadura (“Si abrí los labios para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos”), nos queda la palabra, por encima de todas las limitaciones, como instrumento para expresar esa pérdida y ese dolor, y para reivindicar un cambio.

Igualmente, Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo contiene un mensaje positivo. El poeta se dirige a su hija para decirle que la vida sólo tiene un sentido y, por eso, debe mirar hacia adelante, por muy angustiosa que pueda llegar a ser la realidad. Añade que su destino –entendemos también que el nuestro- está en los demás, en luchar por aquellos a los que puede hacer feliz:

“Pero cuando te hablo a ti

cuando escribo estas palabras

pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás

tu futuro es tu propia vida

tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas

que les ayude tu alegría

tu canción entre tus canciones”

Cuando escuchábamos esta música, en aquella época oscura que nos tocó vivir, nuestro ánimo se levantaba y experimentábamos un deseo intenso de cambiar las cosas. Ahora, al escucharla vosotros, espero que reflexionéis sobre la capacidad de defender siempre aquello en lo que creéis, aunque las circunstancias a veces os sean desfavorables.

Intemperie

Pocos títulos son tan acertados como éste para una historia que nos atrapa desde el principio, con un niño escondido en la tierra y oyendo el eco de las voces de los que le llamaban. La posición inverosímil en la que se halla, tumbado sobre un costado y con apenas espacio para moverse, nos lleva a preguntarnos: ¿quién es ese niño?, ¿por qué ha huido? Si seguimos leyendo, vamos encontrando algunos atisbos de respuesta, como cuando se alude a los galgos, en cuyos costados flamean líneas rojas, recuerdos de fustas de sus amos, “las mismas que en el secarral sometían a niños, mujeres y perros”.

En efecto, estamos ante una historia de violencia y sometimiento, que se desarrolla en un lugar seco, sin apenas vegetación que nos proteja del ardiente sol, a la intemperie, como el propio título sugiere. Y empleo la primera persona, porque Jesús Carrasco consigue, desde la primera línea, meternos en la piel de ese niño, especialmente desvalido, que lucha frente a todo: su familia, el alguacil, la naturaleza que le rodea.

Es una novela de emociones fuertes y sentimientos contenidos. No se sabe nada de los personajes, ni su nombre; tampoco del lugar donde se desarrollan los hechos. Pero tanto a unos como a otro los percibimos como reales, como si los conociéramos de toda la vida. Uno, no obstante, piensa, tratando de ubicar la historia, en la tierra natal del autor, Extremadura, y más concretamente la provincia de Badajoz, la inmensa llanura que la atraviesa de parte a parte. Pero es lo de menos, porque lo verdaderamente relevante es que los personajes, el niño y el viejo, carecen de protección alguna, como los escasos animales que les acompañan, que tienen las mismas necesidades que ellos.

Leyendo Intemperie, nos viene a la memoria el Lazarillo de Tormes, pues en ambas novelas los jóvenes protagonistas, condicionados por su pasado, huyen del ambiente familiar en el que les ha tocado vivir e inician un proceso de aprendizaje que les llevará a madurar y adquirir los rudimentos del juicio. La diferencia estriba en que Lázaro aprendió a sobrevivir en la indignidad, pues acaba casado con la barragana del Arcipreste de Toledo, probablemente porque sus amos eran más pícaros que él; mientras que el niño de la novela que comentamos aprende a vivir con honradez, pues su maestro es un hombre especialmente íntegro y solidario.

Pero, por encima de la gran historia que cuenta, Intemperie tiene interés por el estilo en el que está escrita, con un lenguaje rico, por la extraordinaria variedad de términos utilizados, y preciso, por la exactitud sobre todo al nombrar los distintos elementos de la naturaleza.  A esto hay que añadir la habilidad en el uso de técnicas narrativas, en particular, la capacidad–poco extendida entre los novelistas- de sugerir más que decir, como por ejemplo la amistad entre el niño y el viejo (“se incorporó hasta quedarse sentado en la manta y buscó la mirada del cabrero, pero éste no le prestó atención. A su lado, el cuenco que vació la noche anterior volvía a estar lleno de gachas con leche recién ordeñada. Tomó el tazón entre sus manos y notó la tibieza de la madera. Buscó de nuevo los ojos del pastor y, aunque sabía que no le iba a mirar, levantó el alimento hacia él en señal de gratitud.”). También el saber anticipar los hechos antes de que sucedan, como la llegada del alguacil (“Mientras estuvo observando al tullido, no logró hilvanar dos pensamientos seguidos y su mente sólo se entretuvo en recorrer fascinada el extraño cuerpo postrado. Únicamente habría necesitado un par de minutos de lucidez para recordar las huellas de los caballos separándose junto a la alberca (…) Tampoco fue capaz de distinguir la línea amoratada que había dejado la soga…”). Y la habilidad para utilizar la elipsis, como cuando se omite la paliza que propinan al viejo, porque son más relevantes sus efectos (“Pasó la noche acurrucado junto al viejo inmóvil. Corría una brisa tibia aderezada con el rumor de algunas cabras nerviosas. Al hombre le ardía la frente y gemía en sueños su dolor como una salmodia ininterrumpida y acromática.”).

Extraordinario debut de Jesús Carrasco en el mundo de la novela, pues, como ha escrito algún crítico recientemente, una vez que se ha leído Intemperie, es difícil quitársela de la cabeza.