La mujer justa

Tiene una extraordinaria habilidad Sándor Márai para generar el misterio, en torno a la vida de sus personajes, y a continuación ir poco a poco desvelándolo. Le basta una cinta morada en La mujer justa o esa hora extraña en la que se cruzan la noche y el día en El último encuentro, para iniciar el camino hacia la verdad, siempre buscada por ellos. El origen de esta búsqueda está en la soledad, que caracteriza a la burguesía, a la que pertenecen la mayor parte de sus seres de ficción; una clase social triunfante, cuya vida se rige por un orden severo, donde se censuran los sentimientos y los deseos. Para que esa soledad sea soportable, necesitan que la esperanza se mantenga viva en sus corazones; esperan algo que ni siquiera saben qué es y, mientras tanto, mantienen el orden o la apariencia de orden, en todo lo que hacen, con tal de no quedarse solos ni un momento:

“Y mi padre –le confiesa Peter a su amigo- que desde luego no era un hombre vanidoso ni había dado nunca gran importancia a su aspecto físico, empezó de pronto a cuidarse con meticulosidad maniática de que su ropa de señor maduro estuviese siempre impecable: nunca una mota de polvo en el abrigo o una arruga en el pantalón, la camisa siempre inmaculada y bien planchada, nunca una corbata gastada… sí, como un sacerdote que se prepara para una ceremonia. Y después de vestirse empezaban los demás rituales del día: el desayuno, y la lectura del periódico y del correo (…); a continuación, el despacho, los empleados y los socios que pasaban a informar o saludar…”

Es una vida falsa, mecanizada, donde todo se enfría. Así, surge la búsqueda de la verdad, de la persona justa o adecuada para convivir; pero, cuando parece que pueden alcanzarla, la felicidad se aleja, porque no quieren o no saben aceptar su destino individual.

La parte principal de la acción transcurre en el periodo de transición de las dos guerras mundiales; una época de optimismo y prosperidad, donde las personas pueden ocuparse de su futuro individual, como lo hacen los protagonistas de La mujer justa: Marika, Péter y Judit. Estos no se limitan a contar las relaciones amorosas que se entablan entre ellos, sino que reflexionan sobre la niñez, donde se encuentran las alegrías y las sorpresas, las esperanzas y los miedos que buscamos durante toda nuestra vida; el amor, como gran motor del mundo; los celos, que se presentan como una forma innoble y miserable del orgullo; la mujer, que se considera a sí misma como una mercancía: “¿Cómo voy a respetar a alguien, cómo voy a entregarle mis sentimientos y mis pensamientos a una persona que desde que se levanta hasta que se acuesta no hace más que cambiarse de ropa y emperifollarse para resultar más atractiva?” le confiesa Péter a un amigo; la soledad que experimenta siempre el que madura; etc.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante en esta novela es la triple perspectiva desde la que se cuentan los hechos: la incapacidad de Marika para comprender lo que le sucede a su marido, Péter; la cobardía de éste por su falta de acción en lo concerniente a su amor por Judit; la permanente insatisfacción de ésta, que brota del pozo de la pobreza, en la que se ha criado; sus diferentes concepciones del amor:

“Sí, voy a beber así, poniendo mi boca donde tus labios han tocado el vaso… Tienes ideas maravillosas, tiernas, sorprendentes… Casi me dan ganas de llorar cuando hablas así (….) Mi marido nunca me regaló semejantes ternuras. Nunca bebimos del mismo vaso, como tú y yo ahora… Él prefería comprarme un anillo cuando quería hacerme feliz…”.

Quien así se expresa es Judit elogiando la ternura de su actual amante, frente al mercantilismo y la banalidad de su antiguo marido.

El contraste entre esta y Péter, basado en sus distintas concepciones de la vida y las diferentes formas de afrontar su fallida relación,  sobresale en la tercera parte de la novela, cuando conocemos la versión de los hechos de Judit que pone al descubierto, con fina ironía, algunos de los defectos de  la clase burguesa.

Al final, sacamos la conclusión de que no existe la mujer justa: para Péter no lo fue Marika, a pesar de su belleza y educación, o quizá por esto, porque buscaba algo distinto, una prueba, una aventura, que tampoco encuentra en Judit; ni para ellas fue Péter el hombre justo. Lo resume bien la primera de estas dos mujeres:

“Un día desperté, me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices. Sólo hay personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un rayo de luz.”

2 pensamientos en “La mujer justa

  1. En este texto primero voy a exponer mi opinión sobre la soledad: los seres humanos tenemos miedo a quedarnos solos sin tener a alguien que nos acompañe día a día a nuestro destino, por eso, buscamos a la persona perfecta y no nos damos cuenta de que, por suerte o por desgracia, nadie es perfecto, pues en este mundo todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos y, así, se nos caracteriza.Yo pienso que no por ser perfecto eres mejor que los demás; creo que en una persona buscas comprensión,cariño,afecto……., que te haga sentirte bien, a lo mejor, crees que has encontrado a la persona perfecta y luego te das cuenta de que no te da lo que tú quieres y la que no te creías que podias estar con ella lo ha hecho y así es la vida.
    Yo por lo menos lo pienso así: no puedes ir por la vida a encontrar a la persona perfecta porque no la hay.

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