El Príncipe de todos

Ayer vi un documental sobre los leones del Serengeti en el que contaban cómo los machos luchan entre sí para hacerse con el control de la manda y conseguir, de esta forma, el derecho a cubrir a las hembras, cuando entran en celo. Se trata, en realidad, de una lucha por el poder. Mientras lo veía, pensé que también la historia de la humanidad ha sido una pugna por el poder: desde la prehistoria en que los hombres se enfrentaban por la caza, hasta la actualidad en que las multinacionales y los grandes bancos, que probablemente han provocado la crisis económica que padecemos, se empeñan en salir de ella, mediante una política de austeridad y privatización de los servicios públicos, que perjudica a la población, pero que a la larga les beneficia a ellos.

Maquiavelo en El Príncipe enseña a Lorenzo II de Médici cómo conseguir el poder y cómo conservarlo; no importa que los medios sean lícitos o ilícitos. Por ejemplo, distingue al príncipe del tirano, pues, mientras el primero gobierna buscando los intereses del estado y de los ciudadanos, el segundo lo hace en beneficio propio. También recomienda el uso de la violencia, pero sólo cuando sea necesaria, en casos de profunda corrupción política y social. Muchos dictadores, como Hitler y Franco, se sintieron príncipes, haciendo suyos consejos como éste, cuando la verdad es que se comportaron como tiranos, ejerciendo la violencia de forma gratuita.

Hay consejos en esta obra que podrían ser asumidos por cualquier persona, con independencia de que gobierne o no, como: localizar los problemas a tiempo para solucionarnos; la ambición es natural, pero no a cualquier precio; debemos evitar apoderarnos de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio; se debe pedir consejo cuando se considera necesario y no cuando lo vean conveniente los demás; o la virtud la demostramos en los momentos difíciles.

Sin embargo, otros consejos tienen difícil encaje en nuestra vida, como: las ofensas deben hacerse todas de una vez y los beneficios poco a poco; si no somos  virtuosos, debemos parecerlo, porque el pueblo se guía por las apariencias; en caso de necesidad, para conservar el poder, no se debe vacilar a la hora de dejar de ser bueno; o es más seguro ser temido por el pueblo que amado.

En ocasiones leyendo El Príncipe tenemos la impresión de que Maquiavelo dice una cosa y la contraria; pero en realidad se trata del procedimiento que utiliza para hacer sus reflexiones: la contraposición de conceptos. A este procedimiento añade los continuos ejemplos, extraídos de la historia reciente o lejana, lo cual contribuye a que sus razonamientos sean más convincentes. Así, de forma metafórica, le cuenta a su amigo Francisco Vettori su forma de trabajar y su relación con la historia:

«Cuando llega la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio, y en el umbral me quito la ropa cotidiana, llena de fango y mugre, me visto paños reales y curiales, y apropiadamente revestido entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, recibido por ellos amorosamente, me nutro de ese alimento que sólo es mío, y que yo nací para él: donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos por su humanidad me responden…»

El Príncipe tiene sus defensores y sus detractores, porque, a pesar de su aparente simplicidad, se trata de una obra compleja, que ha dado pie a diferentes interpretaciones, algunas de ellas contrapuestas. En cualquier caso y por encima de que haya sido más o menos útil a los gobernantes, siempre habrá un motivo para estar agradecidos a Maquiavelo: que nos haya descubierto a los ciudadanos en general los entresijos del poder, las artimañas que siempre han utilizado los gobernantes para mantenerlo. Algunos consejos, como el de parecer virtuoso, aunque no se sea, o el de que las ofensas deben hacerse todas de una vez, desgraciadamente están de plena actualidad.

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