LA AUTORIDAD DE LOS PROFESORES

En ocasiones, sucede que, ante una falta de disciplina cometida por un alumno, sus padres ponen en duda la versión del profesor. Y es que algo ha cambiado en nuestra sociedad para que hayamos pasado de una época, en la que el profesor siempre tenía la razón, a otra, en que ésta ha pasado en gran parte al alumno.

En efecto, durante el franquismo, si algo no se cuestionaba, era el principio de autoridad del profesor, tuviera o no tuviera razón. En cambio, a partir de 1977, con las primeras elecciones en libertad y la promulgación de las nuevas leyes de educación, los centros de enseñanza se empezaron a gestionar democráticamente. Desde ese momento, el máximo órgano de decisión es el consejo escolar, donde están representados todos los sectores de la comunidad educativa; la relación alumno-profesor no se basa en el temor del primero al segundo, sino en la confianza mutua y el respeto; la didáctica pasa a desempeñar un papel primordial en el proceso de enseñanza-aprendizaje; se establece un tipo de enseñanza comprensiva, frente a la puramente memorística del sistema anterior; etc.  Son, como podemos observar, cambios positivos y propios de una sociedad democrática; cambios que avanzan en derechos de los alumnos y de los padres; pero que deben tener su correspondencia también en las obligaciones.

Trasladando esta reflexión al problema que planteábamos al principio: un alumno tiene derecho a ser escuchado, cuando ha cometido una falta de disciplina ante un profesor; pero también tiene la obligación, como sus padres, de escuchar y dar a crédito a la versión del profesor que, al fin y al cabo, está allí para educarle. A veces, la educación requiere de la sanción, como medida para que un alumno rectifique su conducta inadecuada y ni el alumno ni su familia deben interpretar esto como una ofensa o como una manía persecutoria del profesor. Por eso, resultan lamentables e incomprensibles sucesos como la agresión sufrida por la directora de un centro educativo de Madrid a manos de un padre. Por supuesto, que la inmensa mayoría de las familias no reaccionan así, cuando a su hijo se le sanciona o se le recrimina una actitud incorrecta, aunque haya sectores sociales y medios de comunicación interesados en difundir lo contrario: que existe un clima de violencia en las aulas y que los profesores estamos indefensos, ante las agresiones de los padres.         

En el fondo, detrás de todo este debate, está nuestra imagen social, es decir, cómo se valora nuestra labor de educadores. Y es quizá ahí donde hay que poner el énfasis, porque los países donde más preparados están los alumnos, según las famosas pruebas Pisa, son precisamente aquellos en los que más consideración social tienen los profesores.     

 

2 pensamientos en “LA AUTORIDAD DE LOS PROFESORES

  1. Hola Matías, de nuevo en tu blog, con un tema tan apasionante como diverso, a la hora de las opiniones.
    Yo pienso que, dependiendo a quien le preguntemos por el tema, tendrá una opinión tan diversa como seguro que en parte acertada, pues cada uno pinta la feria como le va.
    Los chavales, deseosos de diversión y en ocasiones afecto, ven en su profesor a una persona que les invita a trabajar, cosa que en raras ocasiones a excepción de un estímulo ingenioso, tienen ganas.
    Los profesores, en su empeño y dificil trabajo de educar, a veces encuentran dificultad ante jóvenes «inapetentes»a los que no llegan ese estímulo ingenioso que hace mas fácil la tarea.
    Los padres intentando hacerlo bien y en ocasiones desprovistos del conocimiento y sabiduría necesaria para dicha tarea.
    Y por último, la sociedad que arde en deseos de que pase algo fuera de su vida, para poder poner el grito en el cielo y denunciar hechos de los que en ocasiones no saben ni de qué van.
    Yo pienso que es algo tan complicado como sencillo, pero que hay que hacer conjuntamente tanto profesores, alumnos y padres sin buscar autoridad, sino RESPETO y ahí va mi receta particular:»Un chorreón de ilusión, dos cucharadas de comprensión, dos cucharadas de empatía, rehogado a fuego lento, sin prisas y con un hervor de cariño.»
    Un saludo.

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