Aquí no son ustedes mujeres, sino dependientas

Al leer Tea Rooms (1934), la primera novela que me viene a la cabeza es La Colmena de Camilo José Cela, pues ambas se desarrollan en su mayor parte en el interior de un local de ambiente relajado, a donde acuden personajes de distinta clase social y que ejercen diferentes profesiones. En las dos novelas vemos desfilar a la sociedad madrileña de la época, con una diferencia de 10 ó 15 años, que son los que separan la II República de la Dictadura franquista; pero, mientras el autor gallego se limita a mostrar con objetividad las vidas de estos personajes, Luisa Carnés  se detiene especialmente en las mujeres que trabajan en el salón de té, hasta descubrirnos el origen de sus desgracias: “Todos conocen ya su historia en el salón. La repite a cada momento. Parece encontrar en su origen miserable, en su vida de privaciones, un motivo de vanidad: el mismo que suscita en otros la opulencia. Tal vez alimenta la tesis de que la única nobleza del globo la constituye la casta de los oprimidos, y le enorgullece pertenecer a ella. Detalla la desventura de su hermana mayor, abandonada por el novio después de cuatro años de relaciones. («Cuando la hizo la niña, se largó»). La tragedia de su padre, parado hace cerca de un año. («Dice que un día se tira al Metro»). El constante batallar de su madre con las amas de casa pudientes; y luego, «aquellos críos», torturados por todas las escaseces imaginables”.

Así, resume la desgraciada historia de su familia, Marta, una chica que se siente orgullosa de pertenecer a la clase social de los oprimidos. Pero Luisa Carnés trasciende las vidas individuales de estas mujeres, hasta convertirlas en representativas del grupo social de personas menos favorecidas, al que pertenecen Marta y el resto de las que trabajan en el salón de té, incluida la protagonista, Matilde.

Al escribir esta novela, la autora se basa en su propia vida, pues trabajó durante un tiempo en un local de estas características, en Madrid, lo cual  explica la veracidad y el realismo de lo que cuenta. De hecho, la protagonista es un trasunto suyo y, a través de ella, expone su compromiso y solidaridad con los explotados, que se sienten desesperados por su situación: “Yo sí leo los periódicos -le dice Matilde a Antonia-. En todo el mundo, los obreros recorren las calles, hambrientos, y los niños se mueren de frío y de hambre. Las grandes fábricas, las minas , los comercios, las industrias, cierran sus puertas en todos los países. Cada día que pasa aumenta el número de hambrientos y de parados. Los campesinos se apoderan de las tierras y se las reparten. Los obreros asaltan las tiendas de comestibles. Los hambrientos quieren comer”.

Está haciendo referencia, con estas palabras, a la utopía comunista, pues hacía pocos años se había producido en Rusia la Revolución de Octubre, que despertó en las clases bajas de todos los países del mundo, incluido España,  la ilusión de que un mundo más justo es posible.

Pero las verdaderas protagonistas de Tea Rooms son las mujeres, doblemente discriminadas, como mujeres y como trabajadoras. Los casos más dramáticos son el de Marta, que tiene que prostituirse para sobrevivir, y el de Laurita, que queda embarazada del novio y acaba muriendo al abortar: “Ahí dentro, en una habitación reducida de paredes azuladas, queda el cuerpo exangüe de Laurita, envuelto en una sábana. Ayer tarde estaba en el salón de té, se movía de un lado para otro, sonreía llena de vida, hablaba, y ahora está inmóvil, marcado el rostro por una trágica amarillez, perdida hasta la última gota de su sangre juvenil”.

Luisa Carnés, por boca de Matilde, responsabiliza a la sociedad de esta discriminación de las mujeres: “Pero la sociedad no parece conmoverse por estos acontecimientos. Desde hace milenios vienen perpetrándose abortos ilegales y prostituciones sin que nadie se asombre por ello. La sociedad viene causando víctimas desde hace millares de años. Por lo tanto, no es una sociedad humanitaria. Es una sociedad llamada a desaparecer”.

Por eso, plantea la emancipación y la lucha por la verdadera igualdad de las mujeres -de ahí su mirada innovadora que la hace plenamente vigente- a través de la cultura y el trabajo más cualificado, que les hará pensar por sí mismas, al margen de la voluntad del marido, del padre, del jefe de la oficina o del patrono de la fábrica.

Esta defensa de los derechos de la mujer supone para Luisa Carnés un paso adelante en su compromiso social, que hay que enmarcar en las políticas progresistas del Frente Popular, así como en su acercamiento al Partido Comunista.

Tea Rooms, en este sentido, encaja dentro de la narrativa social anterior a la Guerra Civil, a la que pertenecen también otros autores, como Ramón J. Sénder, César Muñoz Arconada o Joaquín Arderius, y que tiene como fin transmitir a los lectores la necesidad de mejorar la condición de la clase trabajadora y de los más desprotegidos de la sociedad, en particular las mujeres. Esta finalidad explica el lenguaje sencillo en que está escrita, el predominio del diálogo, la preferencia por personajes que representan a un grupo social, la linealidad narrativa, y los monólogos reflexivos: “Los hombres que desfilan por el salón apenas miran a la dependienta. La dependienta, dentro de su uniforme, no es más que un aditamento del salón, un utilísimo aditamento humano. Nada más. Ella corresponde a esta indiferencia con desprecio. Para ella, el público se compone de una interminable serie de autómatas; de seres de ojos, palabras y ademanes idénticos -todos la misma actitud: el índice, tieso, indicando el dulce elegido y un brillo glotón en los ojos; un brillo repugnante- “Aquí no son ustedes mujeres; aquí no son más que dependientas”.

 

Hablaremos de Te Rooms de Luisa Carnés, el próximo 26 de junio, miércoles, a las 11:30, en el Club de Lectura del IES Gran Capitán. Será la última sesión de este curso académico.

 

Idiota

Como bien señala, en el programa de mano, Israel Elejalde, «Idiota», se asienta en dos ejes: el primero es el prototipo de tonto, es decir, ese tipo de persona que ninguno deseamos ser, que está lejos de nosotros, pero que en realidad se encuentra muy cerca; y el segundo es lo que los griegos llamaban «Deus ex machina», que está por encima de nosotros, pero que, lo queramos o no, mueve nuestras vidas. Ambos ejes se perciben, desde el inicio de la representación, pues los encarnan los dos personajes de la obra: el hombre arruinado, a punto de sufrir el deshaucio de su local, que se presta a participar en lo que él cree un sencillo experimento, a cambio de mucho dinero; y la mujer que dirige éste, planteándole las preguntas que debe responder satisfactoriamente.

El problema surge porque el experimento es una reflexión sobre la propia vida,  y está lleno de trampas. Es el sino de este tiempo de la globalización, anticipado por Orwel en «1984», en el que todo está controlado por un gran hermano, representado por los poderes económicos, que conoce todo sobre nosotros. A él nos debemos, somos sus esclavos, y no podemos rebelarnos, porque el chantaje en forma de descrédito es su principal arma disuasoria. Y si esto no fuera suficiente, todos tenemos un precio, nadie es capaz de resistirse al chantaje económico, o al menos éste es el mensaje que nos transmite la obra.

La puesta en escena es sencilla: los personajes se encuentran en una especie de cámara acorazada, en la que se puede entrar, pero no salir, hasta que no se realicen todas las pruebas. Dos mesas y sus respectivas sillas, separadas y situadas una frente a la otra, completan la escenografía, remarcando la distancia entre quien dirige el experimento y quien lo padece.

Los personajes, perfectamente interpretados por Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert, entre los que se establece una gran complicidad, evolucionan a lo largo de la obra: desde el mundo falso de las apariencias, al que les obliga la sociedad, en función del rol que desempeñan en ella, hasta mostrar sus capas más profundas, los miedos que les atenazan, que son en realidad nuestros propios miedos.

Ficha técnica:

Autor: Jordi Casanovas

Dirección: Israel Elejalde

Interpretación: Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert

Sala: Teatro Kamikaze de Madrid

Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía

 

El pasado viernes vi, en el Teatro Español de Madrid, «Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía», y la verdad es que experimenté sensaciones contrapuestas, a lo largo de la representación. La primera parte está constituida por diálogos breves y ágiles entre dos vecinos, que conversan, superficialmente, aunque con ironía y sentido del humor, sobre la cuestión judía, con el lastre de los oscuros que separan estos diálogos, porque le restan continuidad a la obra y te hacen entrar y salir de ella.

Sin embargo, los últimos veinte minutos son un monólogo del vecino del piso de arriba, el propio autor, quien, a partir de comentarios de lectores, logra ofrecernos una dimensión auténtica del drama judío.

Aparentemente, nada tienen que ver las dos partes; pero el espectador las percibe como un todo: a la ligereza y el ingenio del presente de los dos vecinos, le suceden la emoción y el dramatismo del pasado del propio autor, que cuenta una historia enternecedora que logra unirlas.

Es curioso cómo un montaje teatral puede ofrecer estas dos dimensiones de un mismo hecho, llevando al espectador de una a otra, con sutilidad, pero eficacia; pero «Serlo o no. Para acabar con la cuestión judia» lo consigue.

Además, con una decoración sobria, que nos sitúa en el rellano de la escalera donde se cruzan los dos vecinos, y con interpretaciones magistrales, especialmente de Josep María Flotast, capaz de pasar de la ironía a la ternura en apenas un instante.

Al final, cuando acabó la representación, hubo un silencio, que pareció eternizarse -justo el tiempo para que los espectadores tomáramos conciencia de lo que habíamos presenciado-, al que le siguió un aplauso unánime y sostenido.

Ficha técnica:

Autor: Jean Claudel Grumberg

Traducción: Mario Armiño

Direccion y puesta en escen: Josep María Florast

interpretacion: Josep María Flotast y Arnaldo Puig

Sala: Teatro Español de Madrid

Un libro valiente

 

Este libro, como indica el propio título, es una reflexión sobre la desfachatez de muchos intelectuales de nuestro país, mayoritariamente escritores, que expresan, en artículos y ensayos, ideas superficiales sobre temas diversos como: la educación, la clase política, el nacionalismo o la crisis económica. Además, estos intelectuales, entre los que se encuentran Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Jon Juaristi, Félix de Azúa, Antonio Muñoz Molina, Arturo Pérez Reverte o Javier Cercas, expresan sus opiniones de forma prepotente, es decir, abusando del merecido prestigio que tienen como escritores y con el convencimiento de “que digan lo que digan, por muy arbitrario o absurdo que resulte, nadie les va a mover la silla”.

Ignacio Sánchez Cuenca aclara que su intención no es destruir la reputación de ninguno de ellos en los que campos en los que destacan, sino en llamar la atención sobre la pobreza argumentativa cuando opinan sobre temas que no conocen suficientemente.

Distingue, siguiendo a Diego Gambetta, dos tipos de cultura intelectual: la analítica y la holística. La primera consiste en ir construyendo argumentos, a partir de los hechos; la segunda presenta el conocimiento como un bloque compacto y se basa en la autoridad de quien opina. En esta se sitúan la mayor parte de nuestros escritores, siguiendo la estela iniciada por la Generación del 98.

Una de las falacias más extendidas entre ellos es la decadencia de la educación. Por ejemplo, Félix de Azúa llega a afirmar que “la enseñanza española es la que recoge la más baja calificación en todo el conjunto europeo”, cuando, si tenemos en cuenta los resultados PISA, por ejemplo, de 2012, España está muy cerca de la media, casi al mismo nivel de Italia y por encima de Suecia, y ahí se ha mantenido, con pequeñas variaciones, desde que existen estas pruebas internacionales.

Otro objetivo de sus críticas es la clase política. Arturo Pérez Reverte quizá sea el que llega más lejos en un artículo titulado nada más y nada menos que “Esa gentuza”, referido a los diputados del Congreso, a los que califica además de “arrogantes (…) oportunistas advenedizos (…) sin escrúpulos y sin vergüenza”. Y todo esto lo escribe –según reconoce él mismo al final del artículo- no como un acto reflexivo, sino visceral y desprovisto de razón.

Sobre el tema del nacionalismo -principal problema que tiene España para estos escritores, por encima de la crisis económica, el paro y la corrupción-, Javier Cercas, al analizar los instrumentos políticos que deberían emplearse, para solucionar la cuestión del independentismo catalán, sostiene en un artículo de 2013 que el derecho a decidir no existe, porque es una aberración democrática, y que la solución pasa por unas elecciones plebiscitarias, mientras que en otro publicado en el año 2015, después de que estas se hubieran celebrado en Cataluña, apoya justo lo contrario.

En cuanto a la crisis, Muñoz Molina, en su ensayo “Todo lo que era sólido”, defiende la tesis de que el despilfarro de las administraciones locales y autonómicas, que gastaron por encima de sus ingresos, es una de las causas principales. Sin embargo, los datos indican que en España hubo superávit presupuestario, por primera vez en democracia, entre 2004 y 2007, durante la burbuja inmobiliaria. Además, una año antes de que estallara esta, el nivel de deuda pública de nuestro país estaba muy por debajo de la media europea. El problema no era que las administraciones locales y autonómicas estuviesen endeudadas, sino que las empresas privadas lo estuvieran y mucho: el 200% del PIB, frente al 90 % de los hogares y el 60 % del estado.

En opinión del autor de “La desfachatez intelectual”, la mejor manera “de superar estas prácticas viciadas y robustecer el intercambio de argumentos” es llegar a un consenso en cuanto al nivel de rigor de lo que se publica, y demandar a nuestros intelectuales un mayor compromiso con el conocimiento y la investigación, cuando participan en el debate público.

Sea bienvenido un libro valiente, como éste, que se atreve a cuestionar, de forma razonada, a quienes, situados en su torre de marfil y con el respaldo de medios de comunicación afines, pontifican por encima del bien y del mal.

Nuestros fetiches

Al diseñador Darragh Casey se le ocurrió la brillante idea de contar su vida y la de sus allegados a través de los objetos que poseen. Así, su abuela de 84 años eligió dos panes que representan el trabajo realizado en la granja durante años; su madre, un cactus evocador de las vacaciones familiares; su padre, varias botellas vacías que simbolizan los sucesivos intentos de hacer vinos; su hermano Alan, los libros de la carrera que no terminó, a través de los cuales habla de la ambición frustrada; su amigo Laszlo, los cuadernos de croquis que reflejan su pensamiento y su trabajo como diseñador; etc.

Todos se dejaron retratar con estos y otros objetos, que dibujan una especie de mapa de sus vidas y de las decisiones que fueron tomando a lo largo de ellas. Para facilitar la elección de los objetos, Darragh Casey les preguntaba qué salvarían en un incendio.

Me planteo yo mismo esta pregunta, naturalmente no con el ánimo de hacer una obra de arte, sino como un mero juego. Estando lejos de Córdoba y, por tanto, de mi vivienda habitual, donde podría encontrar estos objetos, lo que me viene a la mente son los libros que me han hecho disfrutar y, al mismo tiempo, como profesor de Lengua Española, me han permitido vivir. Pero son demasiados para salvarlos en un hipotético incendio y me propongo elegir un máximo de cinco. ¿Por qué cinco y no diez o quince? Simplemente, porque me parece un número más razonable en un caso extremo como éste. Descarto los no leídos, tanto los que no he terminado, como los que ni siquiera he empezado. También los manuales, en general, que son meros libros de consulta, aunque parece ser que Jorge Luis Borges, cuando quería leer algo importante, leía la Enciclopedia Británica; y las biografías, porque siempre me han gustado más los libros de ficción que los que cuentan la vida de una persona con pelos y señales.

De los libros de poesía, me inclino por La realidad y el deseo de Luis Cernuda, por la belleza y profundidad de sus versos:

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

 

Y Su nombre era el de todas las mujeres de Luis Alberto de Cuenca, fundamentalmente por su sentido del humor:

Me gustas cuando dices tonterías,

cuando metes la pata, cuando mientes,

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños

y me cubres de besos y de tartas,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase

que lo resume todo, o cuando ríes

(tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, llena de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno».

 

Entre las novelas, opto por Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, porque su lectura supuso para mí una forma diferente de hacer literatura, con personajes extraños e inolvidables, como José Arcadio Buendía o Remedios la Bella, y una concepción cíclica del tiempo, que hace que los hechos se repitan, aunque en circunstancias diferentes; y Anatomía de un instante de Javier Cercas, por el doble interés con que la leí: histórico, ya que analiza minuciosamente las causas del intento de golpe de estado de 1981, y literario, porque narra los hechos con un estilo fluido y envolvente, a base de repeticiones, paralelismos y simetrías entre los personajes y los hechos que sucedieron.

 

Finalmente, escojo, entre las obras de teatro, Luces de bohemia, de Valle-Inclán, por el estilo brillante con que está escrita, así como por su carga crítica, que sigue teniendo plena vigencia:

 

EL MINISTRO: ¡No has cambiado!… Max, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí, puedo darte un sueldo.
MAX: ¡Gracias!
EL MINISTRO: ¿Aceptas?                                                                                                                                                                                                                                                                                            MAX: ¡Qué remedio!
EL MINISTRO: Tome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vives, Max?
MAX: Dispóngase usted a escribir largo, joven maestro: -Bastardillos, veintitrés, duplicado, Escalera interior, Guardilla B-. Nota. Si en este laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, no se le pida a la portera, porque muerde.
EL MINISTRO: ¡Cómo te envidio el humor!
MAX: El mundo es mío, todo me sonríe, soy un hombre sin penas.
EL MINISTRO: ¡Te envidio!
MAX: ¡Paco, no seas majadero!
EL MINISTRO: Max, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo!                                                                                                                                                  MAX: Toma un dedo, y no te enternezcas.
EL MINISTRO: ¡Adiós, Genio y Desorden!
MAX: Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!