Decía Gil de Biedma que el ritmo es lo que diferencia un buen poema de un mal poema. Él solía memorizarlos, en el momento de la inspiración, y luego sólo pasaba a escrito los que, al cabo del tiempo, le volvían a la mente con ritmo.
Leer “Metro”, libro por el que nuestro compañero Federico Abad ha recibido el XIV Premio de Poesía Eladio Caballero, es dejarse llevar por esta ordenación armoniosa y regular, basada en los acentos y el número de sílabas.
Comienza el poemario con el ritmo ágil de la seguidilla:
Eres dulce y callada.
Siento vergüenza
de mirarte a los ojos
y que no adviertas
cuánto es mi miedo:
si pronuncio tu nombre
ardo y me quemo.
De esta primera estación de “Metro”, pasamos a la segunda, la octava real, donde el ritmo se remansa con el endecasílabo:
Tantos años pasados, tal deseo
dormido en la memoria de tus ojos,
tanta intención fingida que entreveo
al ver cómo sonríen tus labios rojos.
Si tan dulce fue amar, en su apogeo
el amor cosechó sólo despojos
de la luz con que alguna vez brillaste.
Nada queda. Con todo terminaste.
En la siguiente parada, la décima, vuelve el verso de arte menor y surge la ironía:
Vas pasando distraída,
en medio de tanta gente
te escribo este apunte urgente:
“desconoces la medida
en que un hombre se suicida
al cruzarse en tu mirada”.
Mi desdicha no es causada
por falta de atrevimiento;
con tu edad, cualquier intento
sería una payasada.
Y llegamos al soneto, donde se aprecia, especialmente, el buen oficio de Federico Abad: el ritmo acentual; el uso suave del encabalgamiento; la sucesión de adjetivos, como los grandes clásicos; la interrogación en el primer terceto; y el sentido del humor para cerrar el poema:
Esa manera tuya de quererme
lleva el color del cielo en primavera.
Es roja y es azul esa manera
de asaltarme con besos y vencerme.
Caigo rendido, derretido, inerme
ante tus dulces labios. Si pudiera
discurrir como un río en tu ribera,
ver tu cuerpo anegado en absorberme;
si pudiera… ¿Por qué tanto deseo
despiertan los manejos de tu boca,
su loca agitación, entre la mía?
Lo nuestro es algo más que un jugueteo,
es el amor en llamas que provoca
un arrebol en mi alma cada día.
Del soneto a la lira, y de la lira a la fluidez narrativa del romance, evitando la rima fácil de los tiempos verbales. Así, viajando en “Metro”, hasta llegar a la última estación, el ovillejo, siempre acompañados de un sentido del humor sutil:
Hoy cuento todas las horas
e ignoras
-ay, amor, menudo trago-
lo que hago
cuando vuelvo de la muerte
al verte.
Ahora bendigo mi suerte,
pues aunque un vampiro soy
en tu dormitorio estoy
e ignoras lo que hago al verte.
Recuerdan estos poemas de Federico Abad, por la sencillez con que están escritos, por su brevedad, por su temática amorosa, por su sentido del ritmo y, sobre todo, por el tono humorístico, al libro de Luis Alberto de Cuenca “Su nombre era el de todas las mujeres”.
El título, como ya habréis constatado, tiene un doble sentido: medida peculiar de cada clase de verso y ferrocarril aéreo o subterráneo que circula por las grandes ciudades. Como profesor de Lengua Española, lo utilizaré con el primero de estos significados, para explicar a mis alumnos la métrica clásica; pero también les invitaré a subir al metro de la poesía, para disfrutar de cada una de sus estaciones.