ESCRITORES BOHEMIOS

El Rafael Villasús de “El árbol de la ciencia”, del que se ríen un grupo de amigos de Andrés Hurtado, en su deambular por la noche madrileña, está inspirado en un personaje real: Alejandro Sawa, un escritor bohemio del siglo XIX sobre el que circulaban multitud de anécdotas. Este mismo personaje fue inmortalizado por Valle-Inclán, al convertirlo en protagonista de “Luces de bohemia”. 

Recuerdo estas referencias literarias, porque la Feria del Libro de Sevilla presenta estos días el Ciclo “Bohemia y literatura”, en el que recuerda la trayectoria de tres escritores sevillanos: Alejandro Sawa, Cansinos Assens y Lasso de Vega. 

El bohemio es, según el diccionario de la Real Academia Española, el que se aparta de las normas y convenciones sociales. Si lo aplicamos a al mundo de la literatura y el arte, a esta definición habría que añadir connotaciones de fracaso, dedicación única y exclusiva a la creación, participación en tertulias de café, consumo abundante de alcohol, escasez de dinero, dificultades para vivir, etc. 

Se trata de un tipo de personaje característico del siglo XIX, “una especie de romántico rezagado”, en palabras del escritor Andrés Trapiello. El bohemio tiene una sensibilidad especial hacia las cosas bellas de la vida, le encanta conversar sobre el arte y la literatura y puede disfrutar tanto contemplando una puesta de sol como escuchando a un músico callejero. 

No sé que opináis de los bohemios, si reconocéis en vosotros alguno de los rasgos que he mencionado, si existen en la actualidad este tipo de personajes.  

MARIO BENEDETTI

Mario Benedetti, que falleció ayer, también fue, como Lorca, un poeta solidario. Escuchar su voz cálida y dulce recitar, junto al cantautor Daniel Viglietti, el poema “Desaparecidos”  es ponerse en el lugar de los familiares y amigos de estos y compartir con ellos el dolor inconsolable de la desaparición; pero sobre todo es meterse en la piel de los propios desparecidos e imaginar el momento en que los militares llegaron a sus casas  y los detuvieron sin motivo, sus preguntas sin respuestas, sus últimos recuerdos…   

Desaparecidos 

Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos,
buscándose / buscándonos
bloqueados por los signos y las dudas
contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños, sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada

nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos
ven pasar árboles y pájaros
e ignoran a qué sombra pertenecen

cuando empezaron a desaparecer
hace tres cinco, siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
como sin rostro, y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo

cuando empezaron a desaparecer
como el oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían

están en algún sitio / nube o tumba
están en algún sitio / estoy seguro
allá en el sur del alma

es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy, vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio

Pero escuchar su voz es escuchar también la voz del hombre enamorado:

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
 
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
 
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Benedetti expresa en este poema el deseo, pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de poseer totalmente a la persona amada, por eso, sufre cuando la mira y cuando no la mira.  

 

¿EL MIEDO ES LIBRE?

Pensando en la psicosis que se ha producido en el mundo con la gripe porcina, he recordado  escenas de la historia literatura en las que los personajes pasaban miedo. Han venido a mi mente: la aventura de los batanes del Quijote y dos cuentos: “El corazón delator” de Allan Poe, al que nos referíamos hace unos días, y “El miedo” de Valle-Inclán. 

Cuenta Miguel de Cervantes que don Quijote y Sancho se detienen en un paraje frondoso, donde las hojas de los árboles, movidas por el viento, producen un temeroso ruido. Los dos personajes están solos y la noche es oscura, cuando oyen a lo lejos un crujir de hierros y cadenas acompasados. Se acercan  al lugar de donde procede tan siniestro ruido, Sancho muerto de miedo y don Quijote simulando valentía, hasta que descubren que se trata de un molino de agua con seis mazos de los que se usan para golpear tejidos. 

El protagonista de “El corazón delator”, después de haber ido varias noches a la habitación del viejo, sin que éste se diera cuenta, la octava, pletórico por su sagacidad, procedió aún con mayor cautela al abrir la puerta; pero el viejo esa noche se movió repentinamente en su cama, como si se sobresaltara. Ambos permanecieron una hora sin hacer ruido. El viejo consciente de que alguien había entrado en su habitación, con intención de matarle, emitió un leve quejido, el quejido que nace del terror. 

“Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez”. Es el narrador-protagonista del cuento de Valle-Inclán el que se expresa así, al recordar un anochecer, en el interior de la capilla de un pazo, solo con su madre y su hermana, cuando percibió que en el sepulcro del guerrero entrechocaban los huesos del esqueleto.  

Son tres situaciones distintas en las que se experimenta el miedo, aunque en las tres hay una causa objetiva: los batanes, el joven que penetra en la habitación del viejo y el entrechocar de los huesos del esqueleto.  

En cambio, la psicosis generada por la gripe porcina, aunque aparentemente tenga su origen en esta enfermedad, lo cierto es que en buena medida ha sido provocada por los medios de comunicación, que, en titulares destacaban “la gripe porcina golpeará a cuatro de cada diez europeos” (El País, 1 de mayo de 2009); pero en el cuerpo de la noticia se matizaba “así lo cree el Centro Europeo de Control de Enfermedades”. Los lectores del periódico nos quedamos con la contundencia del titular de la noticia, no con la matización del cuerpo. Éste es solo un ejemplo del extraordinario despliegue informativo que han dedicado al tema los medios de comunicación. Pensemos en las cadenas de radio y televisión, y sobre todo en Internet, páginas y páginas, analizando las causas y las consecuencias de la enfermedad, con el fin de no dejar ninguna pregunta sin responder, aunque las dudas sean mayores que las certezas.  

Por eso, cabe peguntarse si, en verdad, el miedo es libre, o, como en el caso de la gripe porcina, todos estamos obligados a sentirlo.