Bartleby

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Leyendo Bartleby, el escribiente, me viene a la mente el existencialismo de Albert Camus, quien reconoció la influencia de esta novela de Herman Melville en su obra. En efecto, tanto Mersault, protagonista de El extranjero, como Bartleby comparten un sentimiento de apatía e indiferencia con respecto a la realidad, que en el caso de éste último se resume en la frase “Preferiría no hacerlo”, que repite una y otra vez, negándose a realizar su trabajo. También recuerda a los personajes de las novelas de Franz Kafka, pues se trata de un antihéroe trágico que se siente acosado no se sabe muy bien por qué, como el Gregorio Samsa de La metamorfosis, que despierta una infausta mañana convertido en un enorme insecto; o Josef K., que protagoniza El proceso y que es arrestado, juzgado, condenado y ejecutado, supuestamente por un delito, que nunca se sabe cuál es; o, en fin, el protagonista de El castillo, el agrimensor K. que lucha en vano por acceder a al castillo para realizar un trabajo que ignora en qué consiste. Incluso la actitud de Bartleby puede recordar movimientos de resistencia pasiva, como el llevado a cabo por Gandhi, negándose a colaborar con el Imperio Británico, que a la larga dio sus frutos, logrando la liberación de la India y Pakistán.

Pero la novela Herman Melville, publicada bastantes años antes, hay que analizarla en su época, mediados del siglo XIX, cuando se produce la Revolución Industrial en Estados Unidos, una revolución  que defraudó las expectativas de la clase obrera, que realizaba un trabajo alienante, durante largas jornadas, en condiciones penosas y a cambio de un escaso salario. Y también hay que tener en cuenta el subtítulo de las ediciones en inglés de la obra, “Una historia de Wall Street”, nombre de la calle donde se encuentra la bolsa de Nueva York, es decir, el mundo financiero de Estados Unidos.

En este contexto, Bartleby, el escribiente se puede entender como una crítica al sistema capitalista y, en particular, al trabajo deshumanizador. El protagonista, que había trabajado antes en la Oficina de las Cartas Muertas, es decir, cartas llenas de vida, pero que carecen de destinatario, se niega ahora a desarrollar su nueva ocupación de copista de textos que tampoco se dirigen a nadie. Son dos trabajos alienantes que no le producen ninguna satisfacción y que no le permiten realizarse como persona. Por eso, su “preferiría no hacerlo” representa la negativa a colaborar con el sistema, pues no está dispuesto ni a producir ni a consumir.

Claro que se han barajado otras interpretaciones: un ejercicio de libertad de Bartleby frente a un destino arbitrario y determinista; la muestra de un caso de depresión, ya que el protagonista presenta todos los síntomas, como la ausencia de motivación o la pérdida del deseo de vivir; el anuncio del hombre aplastado y mecanizado de las grandes ciudades, como Nueva York, donde se desarrolla la historia; la inutilidad de la vida; etc. 

Mención aparte merece el narrador de esta historia que corresponde a un abogado prudente y metódico, que no revela su identidad y que tuvo trabajando a Bartleby en su despacho, junto a otros tres escribientes más. Su actitud no deja de sorprendernos, pues duda entre la simpatía hacia su empleado y la desesperación que le produce su desobediencia: “Con cualquier otro hombre me hubiera precipitado en un arranque de ira, desdeñando explicaciones, y lo hubiera arrojado ignominiosamente de mi vista. Pero había algo en Bartleby que no sólo me desarmaba singularmente, sino que de manera maravillosa me conmovía y desconcertaba”.

No obstante, estas dudas las compartimos los lectores, a quienes Bartleby nos acaba resultando entrañable, pues, a pesar de su negativa a trabajar, no muestra la menor incomodidad, enojo o impaciencia, cuando le dice a su jefe ”Preferiría no hacerlo”. La misma fórmula que emplea, que no es exactamente un rechazo sino una preferencia, contribuye a esta cordialidad y cercanía hacia el personaje.

El mensaje final de esta novela corta, que no fue entendida en su época, se resume en la última frase. “¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!, pues la actitud de no acción de este personaje y su destino final, se interprete como una crítica al sistema capitalista, o un gesto de rebeldía frente al mismo o un ejercicio de libertad, se puede identificar con el conjunto de los seres humanos.

Historia de una parábola


En pocas novelas están los personajes tan plenamente integrados en la naturaleza, como en las de John Steinbeck: “Kino se levantó antes del amanecer. Las estrellas aún brillaban y el día había dibujado apenas un pálido bosquejo de luz en la parte baja del cielo, en dirección al este. Los gallos habían estado cantando desde hacía rato, y los primeros cerdos ya habían comenzado su incesante voltear de ramitas y aserrín para ver si había algo de comer que hubiese pasado inadvertido. Afuera de la choza, en el montón de atún, una bandada de pajaritos gorjeaban y agitaban, sus alas”.


Este es el inicio de ​La perla​, con el protagonista, Kino, levantándose antes del amanecer en medio de la naturaleza, con las estrellas brillando en el cielo y los animales iniciando sus primeros cantos y movimientos de la mañana. Su cabaña hecha de ramas se encuentra al lado de otras, donde también reina la tranquilidad y sólo se escucha la Canción clara y delicada de la Familia. Pero cuando surge algún tipo de peligro se oye una nueva canción, la Canción del Mal, “la música del enemigo, de un enemigo de la familia, una melodía salvaje, secreta y peligrosa”, porque todo lo que veían, hacían o escuchaban lo convertían en canción.


Él pertenece a uno de los dos pueblos antagónicos, que aparecen en la novela, el de los indígenas, que están sometidos a los blancos, los cuales constituyen el pueblo explotador. Steinbeck precisamente denuncia esta explotación y la estructura social que la permite y la perpetúa. Mientras que los indios, como hemos visto, viven en contacto íntimo con la naturaleza; los blancos, en cambio, viven de espaldas a ella, aislados en sus casas lujosas de las ciudades.


Sucede un hecho, el hallazgo de la perla más hermosa y más grande jamás vista, que va poner al descubierto el engaño y el acoso de una sociedad materialista, traída por los hombres blancos, los cuales demuestran una hipocresía y un interés que los define, como grupo social. Pero este efecto perverso va a afectar también al propio Kino a quien el hallazgo de la perla despierta un ansia de mejorar que al final acaba volviéndose en su contra, a pesar de la legitimidad de este deseo, que pasa fundamentalmente por que su hijo, Coyotito, estudie: “Mi hijo abrirá los libros y los leerá. Y mi hijo sabrá de números. Y esto nos hará libres porque sabrá, y, como él sabrá, nosotros aprenderemos de él”. La educación como vía para la liberación y la emancipación de los pobres. ¡Ahí es nada!

La lectura se hace amena, gracias a un lenguaje sencillo y al simbolismo que le confiere una dimensión poética a la novela, aunque al mismo tiempo nos hace sufrir la peripecia vital de Kino y su familia, que despierta la solidaridad de los de su clase; pero también la envidia de los poderosos, que tratan de quitarle la perla, utilizando todo tipo de argucias.


El maravilloso final nos deja la duda de si el protagonista ha fracasado o, por el contrario, hemos de interpretarlo como el resultado de un aprendizaje, que le lleva rechazar un mundo materialista donde prima el dinero por encima de la dignidad. Su vuelta a La Paz, que se produce curiosamente al atardecer (“El dorado atardecer estaba declinando cuando unos niños, a la carrera, llegaron histéricos al pueblo y corrieron la voz de que Kino y Juana se encontraban de vuelta. Y éste fue quizás el detalle que más impresionó a aquellos que los vieron”), supone la reintegración definitiva de Kino en el mundo natural al que pertenece.