El siguiente fragmento, extraÃdo de un artÃculo de Antonio Muñoz Molina, â??El vicio sin castigoâ?, resume bien el acto de leer un libro:
â??Uno se sumerge en un libro, desciende lentamente hacia el fondo de un medio más denso y menos iluminado que la realidad exterior. Uno cierra su escotilla, se acomoda en el silencio. El mundo real unas veces es gozoso y otras es hostil. En la cámara sumergida del libro, uno se encuentra a salvo de todo, transitoriamente. El mundo real, la experiencia concreta, pueden ser felices o desdichados, estimulantes o tediosos: sea como sea, uno vive en ellos sometido a severas limitaciones de tiempo y espacio, a un reparto de personajes nunca numeroso, a la posibilidad del aburrimiento. El libro multiplica las dimensiones del mundo y la variedad de los paisajes y las vidas; lo salva a uno de la inmediatez literal de las cosas, de su anclaje fatal en el aquà y en el ahora, en el yo consabido. Pero el libro no embota la curiosidad hacia el espectáculo ilimitado y gozoso de lo más cercano: bien leÃdo, es una lente de aumento, un microscopio, un telescopio, una máquina del tiempoâ?.
Para que el libro nos salve de â??la inmediatez literal de las cosas, de su anclaje fatal en el aquà y en el ahoraâ?, es necesario que lo hayamos elegido libremente, porque â??el verbo leer -como señala Daniel Pennac- no soporta el imperativoâ?.
Y eso es lo que vamos a hacer nosotros en este blog: elegir las lecturas que nos gusten y ofrecer un comentario sobre ellas.
MatÃas Regodón