EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL

Escribe Paul Preston en el apartado de agradecimiento: “La gestación de este libro abarca un periodo de muchos años. La crueldad de su contenido ha hecho que fuera muy doloroso de escribir”. En efecto, el libro es una denuncia de las miles de vidas que se cobraron los dos bandos en conflicto, durante la Guerra Civil española, y después de la victoria definitiva de los rebeldes. A los 300.000 que murieron en el frente de batalla, hay que añadir 200.000 hombres y mujeres, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. Sin embargo, esta represión lejos del frente presenta dos caras opuestas, tanto cuantitativa como cualitativamente: la de la zona republicana y la de la zona rebelde.

El ejército rebelde llevó a cabo un represión minuciosamente planificada por sus mandos militares -aproximadamente 150.000 víctimas-, como reflejan estas declaraciones del general Mola, realizadas durante los primeros meses de la guerra:

Hay que sembrar el terror… Hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

Quiero derrotarlos para imponerles mi voluntad, que es la nuestra, y para aniquilarlos”.

O estas palabras escritas en su diario por el escritor Miguel de Unamuno, que estaba furioso consigo mismo por haber apoyado, en un primer momento, el golpe militar:

Aquí en Salamanca, no hay guerra, sino algo peor, porque se oculta en el cinismo de una paz en estado de guerra. No hay guerra de trincheras y bayoneta calada, pero la represión que estamos sufriendo no hay forma de calificarla. Se cachea a la gente por todas parte. Los “paseos” hasta los lugares de fusilamientos son constantes. Se producen desapariciones. Hay torturas, vejaciones públicas a las mujeres que van por la calle con el pelo rapado. Trabajos forzados para muchos disidentes. Aglomeración en las cárceles. Y aplicaciones diarias de la ley de fugas para justificar ciertos asesinatos”.

Las mujeres de izquierdas, que habían emprendido su liberación, durante el periodo republicano, representaron una parte fundamental de esta campaña represiva, como escribe Unamuno. Muchas fueron asesinadas, torturadas y violadas, y las que sobrevivieron pasaron por graves dificultades económicas, después de que sus esposos murieran asesinados o se vieran obligados a huir.

En cambio, la represión que realizaron los republicanos -en torno a 50.000 víctimas- fue en principio una reacción espontánea y defensiva ante el golpe militar, que se intensificó a medida que llegaban noticias de las atrocidades del ejército rebelde; pero que las autoridades de la República trataron de evitar, como se aprecia en este manifiesto del Comité del Frente Popular de Murcia, hecho público el 21 de julio de 1936:

Quienes sientan y comprendan lo que el Frente Popular es y representa en estos momentos deben respetar escrupulosamente personas y cosas”.

O en este bando del gobernador civil de Alicante, publicado días después:

Se conmina con la ejecución inmediata de la máxima pena, establecida por la ley, a todo aquel que, perteneciendo o no a una entidad política, se dedique a realizar actos contra la vida o la propiedad ajena”.

O en la actitud de la Generalitat de Cataluña, que centró todos sus esfuerzos, durante el periodo de dominación anarquista, en la tarea de salvar vidas, expidiendo salvoconductos a católicos, empresarios, derechistas, individuos de clase media y miembros del clero, que les permitieron embarcar con destino a Francia. Justo lo contrario que hizo el general Franco solicitando a las autoridades de este país la extradición del presidente catalán, Companys, para luego ejecutarlo a su llegada a España.

Los datos que aporta Paul Preston son abrumadores, como prueban las trescientas páginas de notas de las mil aproximadamente de que consta el libro. Quedan en evidencia los siguientes hechos: las atroces condiciones de vida de los trabajadores del campo; el incumplimiento de la legislación social por parte de los patronos, que forzaron a estos trabajadores a adoptar una actitud cada vez más beligerante; los manejos de los gobiernos de derechas para convertir huelgas legales de reivindicaciones sociales en ilegales; el generalizado fraude electoral, siempre a favor de los partidos conservadores, en los pequeños municipios del Sur de España; las ideas de los que insinuaban la inferioridad racial de las personas de izquierdas y liberales, y creían en la existencia de un contubernio judeomasónico y bolchevique, para justificar el exterminio de éstas; las diferentes actitudes de las autoridades republicanas y los generales rebeldes ante la violencia en la retaguardia y ante las víctimas; el odio popular hacia la iglesia que obedecía a la tradicional alianza de esta con la derecha nacional, así como a su abierta defensa de la rebelión militar; la represión feroz sobre los vencidos, una vez concluida la guerra; etc.

Paul Preston sabe contar, mediante una prosa sencilla, estos hechos terribles que marcaron la historia de España. La lectura se hace amena, a pesar de la aportación constante y minuciosa de datos, con los que pretende demostrar su tesis de la existencia del holocausto. No se recrea en los detalles morbosos de las torturas, las mutilaciones y los abusos sexuales, aunque describe algunos casos que logran transmitirnos todo el horror de que eran capaces, sobre todo en el bando rebelde, como el de dos muchachas milicianas a las que encerraron en una habitación con cuarenta soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas llegar. 

Ahora que se cumplen 75 años del inicio de aquella guerra y las heridas aún no se han cerrado del todo, en especial, para algunas familias, cuyos seres queridos, reposan, sin identificar, en cunetas y en fosas comunes de toda España, es muy recomendable la lectura de este libro, para no minimizar lo que sucedió, para que nadie pueda encontrar una justificación política y moral a la masacre, y para que sepamos diferenciar a los que se sublevaron contra un régimen democráticamente establecido y llevaron acabo un plan de exterminio del oponente, y a los que reaccionaron ante esta agresión, para defender la legalidad vigente.