LA LECCIÓN IMPERECEDERA DE PRIMO LEVI
"Escribo aquello que no sabría decir a nadie” podemos leer en una de las páginas de este libro, traducido por primera vez al castellano en 1987 y reeditado en 2007 por El Aleph Editores. Su autor, que se encontraba prisionero en el campo de concentración nazi de Auschwitz, sintió la necesidad de relatar las atrocidades que estaba viviendo: la deportación de familias enteras en vagones cerrados; la muerte en las cámaras de gas; las torturas físicas y psicológicas; el trabajo agotador; la suciedad; el hambre; y sobre todo cómo las propias víctimas se convertían en cómplices de las atrocidades cometidas contra ellas mismas.
Los alemanes, en efecto, tenían organizado el campo de tal manera que ofrecían “a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada (…), exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros”. Los que aceptaban este ofrecimiento se comportaban con mayor crueldad si cabe, pues, si no lo hacían así, otros más idóneos podían ocupar su puesto.
Los demás supervivientes –apenas un 5% de los que ingresaban en el campo-, con el paso del tiempo, acaban transformándose en seres dóciles, incapaces de rebelarse contra los torturadores alemanes, con una única preocupación en la cabeza: satisfacer la rabia cotidiana del hambre; seres insolidarios, despojados de cualquier humanidad, que esperan la muerte del vecino para quitarle un trozo de pan. Así, cuando Auschwitz es desalojado y quedan sólo los enfermos, en el barracón donde se encuentra el protagonista, ocurre un hecho inconcebible hasta ese momento: se propone que cada uno de los más graves dé una rebanada de pan a los tres que trabajan, como muestra de gratitud, y la proposición es aceptada. Este simple gesto de humanidad entre ellos lo interpreta el narrador-protagonista como “el principio del proceso mediante el cual, nosotros, los que no estábamos muertos, empezamos lentamente a volver a ser hombres”.
Pero Primo Levi no sólo denuncia las atrocidades que se cometían en los campos de concentración, sino también lo que subyace detrás de éstas: el odio irracional y el desprecio hacia los judíos, los gitanos y los eslavos, difundidos por la propaganda nazi. Es decir, la semilla de la intolerancia que germinó con inusitado vigor en Alemania, durante el mandato de Hitler.
Por eso, al final de la lectura, nos queda el mensaje imperecedero de que debemos desconfiar de las personas que tratan de convencernos con argumentos distintos de la razón, de quienes predican verdades simples y fáciles de adquirir, pero no demostradas. Es preferible conformarse con verdades más modestas, fruto del trabajo y del razonamiento.