Corrupción

Mariano José de Larra pretende con sus artículos periodísticos educar a los ciudadanos españoles, poniendo de relieve costumbres y comportamientos que considera inadecuados. Cuando les pregunté a los alumnos de 4º de ESO qué aspectos negativos mejorarían en la sociedad española actual, hubo coincidencia en criticar la corrupción en la política. Curiosamente, en una entrevista publicada hoy en El País, Bo Rothstein, director del Instituto para la calidad de los Gobiernos, a la pregunta de cuáles son las fuentes principales de insatisfacción en el mundo, responde que, en primer lugar, la falta de salud y, en segundo lugar, la falta de confianza social, es decir, la percepción de que gobiernan políticos corruptos e ineficaces, que buscan su interés y no el de la población.

Pero los comportamientos  deshonestos no tienen que ver solo con la política. Sin ir más lejos la semana pasada se estrenó la película “El lobo de Wall Street”, basada en la vida de Jordan Belfort, bróker estadounidense que se hizo rico, en la década de los 90 del siglo pasado, vendiendo bonos basura, mediante todo tipo de técnicas fraudulentas. La película de Martin Scorsese te transmite, desde el principio, una sensación de nerviosismo e intranquilidad, a causa de la vida trepidante de este personaje, adicto al dinero, al sexo y a la cocaína, que llega a resultar incómoda al espectador, incapaz de desviar la mirada de la pantalla.

Los excesos, tanto en su vida laboral como personal, acabaron pasando factura a Jordan Belfort, que fue detenido por el FBI y condenado a solo 22 meses de cárcel, por colaborar con la justicia proporcionando información sobre otros estafadores, y a devolver 100 millones de dólares a los accionistas que había estafado. La película acaba bien, porque el infractor de las leyes paga por los delitos cometidos y, además, se redime dando charlas motivacionales en las que explica cómo acabó siendo devorado por su desmedida ambición.

Sin embargo, esto no es lo habitual. Para darse cuenta, nada más hay que mirar el panorama español con los numerosos casos de corrupción investigados, en los que los culpables salen indemnes. Por eso, no es  de extrañar que nuestro alumnado y los expertos internacionales en ciencia política coincidan en su percepción de los problemas más importantes que tiene la sociedad.

Torturadores

Ayer vi la película La noche más oscura, que, entre otros temas, aborda el de las torturas llevadas a cabo por los servicios secretos de la CIA, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, para localizar a su principal instigador, Osama Bin Laden.

Hoy, en el informativo de Televisión Española, han dado la noticia de que, en los campos de reeducación de China, creados en la década de los 50 del siglo pasado, bajo el mandato de Mao Zedong, se continúa encerrando y torturando a los opositores al régimen comunista, sin juicio previo.

El próximo mes de febrero, concretamente el miércoles, día 6, dentro de las IV Jornadas de Teatro y Gastronomía, organizadas en el IES Gran Capitán, tendremos la oportunidad de asistir a la representación de Pedro y el capitán, obra teatral de Mario Benedetti, que hemos leído en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso y donde se denuncia la tortura como método para obtener información de las personas detenidas, en una dictadura latinoamericana.

Estos ejemplos demuestran que, desgraciadamente, maltratar a los prisioneros para conseguir la detención y el ajusticiamiento de un genocida (en la película La noche más oscura); o para hacerles cambiar de forma de pensar (en los campos de reeducación chinos), o para que delaten a sus compañeros de partido (en la obra Pedro y el capitán), es una práctica degradante e inhumana que no sólo pertenece a nuestro pasado, sino que sigue siendo habitual en determinados países, con independencia de su sistema político y a pesar de estar prohibida por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras normas jurídicas de derecho internacional.

Hay una pregunta que surge con frecuencia, cuando se conocen casos de torturas, como los mencionados: ¿qué sentimientos experimenta el torturador?, ¿puede dormir tranquilo, después de provocar terribles sufrimientos a un ser humano?

De los que torturan en los campos de reeducación nada sabemos, dado el hermetismo que rodea todo lo relacionado con la violación de los derechos humanos, en un país dictatorial, como China. Pero podemos suponer qué pasa por sus cabezas, si consideramos la depresión que sufre la agente de la CIA y protagonista de la película La noche más oscura, después de las sesiones de tortura a que somete a los detenidos, así como la mala conciencia del capitán, en la obra de Bededetti, por ser responsable del sufrimiento de Pedro, sin haber conseguido de éste la más mínima confesión: “Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible.”

Paradójicamente, el torturador experimenta una sentimiento de derrota y de vergüenza total, ante la perspectiva de que el torturado muera sin nombrar un solo dato.

 

En la clase

El viernes pasado vi una película -muy recomendable- titulada “En la casa”, donde un profesor de francés descubre entre sus alumnos a uno especialmente dotado para la escritura. A partir de este momento, se inicia entre ellos una extraña e inquietante relación en la que cada uno aprende del otro, es decir, el alumno no es un mero subordinado del profesor.

La película me ha hecho pensar en alumnos que significaron algo especial para mí, porque les interesó, particularmente, mi asignatura, porque disfrutaron con ella, o porque demostraron sensibilidad hacia la literatura. Curiosamente, todos los casos que me vienen a la mente está ligados a la lectura en alto, que suelo practicar en mis clases.

Recuerdo haber recitado el poema “No decía palabras”, donde Luis Cernuda expresa su insatisfacción porque lo que desea es mayor que lo que puede conseguir:

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

 Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza

porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Una alumna, a la que había notado sobrecogida, durante la lectura, me preguntó:

-Has sufrido mucho en tu vida?

-No – le respondí- ¿por qué me lo preguntas?

-Porque el poema expresa tanto dolor, tanto deseo insatisfecho.

En otra ocasión, recité, tratando de emular con las inflexiones de mi voz a los juglares de la Edad Media que actuaban ante un público, un fragmento del Cantar de Mío Cid, en el que se describe con gran realismo una batalla:

Se ponen los escudos ante sus corazones,

y bajan las lanzas envueltas en pendones,

inclinan las caras encima de los arzones,

y cabalgan a herirlos con fuertes corazones.

A grandes voces grita el que en buena hora nació:

-„¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador!

¡Yo soy Ruiz Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!“ […]

Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar,

tantas adargas hundir y traspasar,

tanta loriga abollar y desmallar,

tantos pendones blancos, de roja sangre brillar,

tantos buenos caballos sin sus dueños andar.

Gritan los moros: „¡Mahoma!“; „¡Santiago!“ la cristiandad. […]

Concluida la lectura, comprobé que una alumna estaba particularmente impresionada y le pregunté:

-¡Eh! ¿Qué te pasa?

-Que aún estoy en la plaza oyendo el entrechocar de las espadas y los gritos de los guerreros.

Un tercer caso es el de un alumno del IES Gran Capitán. Ese día me había llevado a clase El perfume de Patrick Süskind y, con el fin de incitarles a la lectura, les leí el principio:

“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.”

Este alumno me confesó, años después, cuando ya había concluido sus estudios universitarios, que recordaba aquella clase, porque se había sentido atrapado por las palabras que contaban una historia alucinante y obsesiva, y porque, desde aquel día, comenzó a vivir una relación de amor con la lectura.

Afortunadamente, ninguno de estos tres alumnos ha provocado mi salida de la enseñanza, como le sucede al protagonista de “En la casa”; al contrario, aún sigo recorriendo los pasillos del IES Gran Capitán y practicando en mis clases la lectura en alto, quizá porque tengo la secreta ilusión –como dice Daniel Pennac- de que “la comprensión del texto pasa por el sonido de las palabras de donde sacan todo su sentido”.

LA VOZ DORMIDA

PEPITA.- ¿Quieres saber la respuesta a lo que me preguntaste el otro día?

PAULINO.- Claro que sí, es lo que más me gustaría del mundo.

PEPITA.- Hazme la pregunta otra vez.

PAULINO.- ¿Quieres salir conmigo?

La chica le responde que sí y ambos se besan apasionadamente, en un lugar donde nadie les ve. Se habían conocido, en el monte, a donde ella fue para llevar un mensaje a su cuñado, que vive, como Paulino, en rebeldía y oposición armada a la dictadura franquista.

Esta escena de la película “La voz dormida” es la única tregua, el único momento de felicidad, que nos concede su director, Benito Zambrano,  en las dos horas, aproximadamente, de metraje.

Está basada en la novela homónima de Dulce Chacón y pretende ser un homenaje a todas las mujeres asesinadas o que sufrieron represión, durante la el franquismo. Muestra con un realismo, que nos llega a lo más hondo del corazón, la crueldad de la dictadura, que se instauró en España, después de la Guerra Civil.

Desde la primera escena, donde la hermana de Pepita, Hortensia, y un grupo de presas esperan, atenazadas por el miedo, la llegada de las carceleras con los nombres de las que van a fusilar esa noche, consigue el director andaluz atrapar al espectador. A partir de ese momento, las secuencias de crueldad se suceden, de forma sistemática, como una sinfonía de horrores. Quizá se le pueda reprochar un cierto maniqueísmo en el tratamiento de algunos personajes franquistas; pero todo está perfectamente documentado por la historia, en libros, como “El holocausto español”, de Paul Preston, recientemente publicado: las detenciones arbitrarias; las torturas, como instrumento para arrancar falsos testimonios; los juicios sumarios, donde se condenaba a muerte a los acusados por razones ideológicas; la colaboración de la iglesia católica con la dictadura; etc.

Las imágenes dicen más que las palabras, como en la escena en la que obligan a las presas a besar los pies del niño Jesús o, cuando Hortensia lee en alto la carta de su marido a sus compañeras de celda y la cámara nos muestra un primer plano de los rostros emocionados de estas.

La película no nos da tregua; nos muestra, sin paliativos, los horrores de una dictadura, que no respetaba los derechos humanos y en la que las mujeres republicanas fueron víctimas principales.

La sensación que te queda, cuando termina, es de desasosiego y enfado, porque, por un lado, no acabas de creerte que pudieran suceder esas cosas y, por otro, te asalta la duda, como dice mi amigo Benito, de si hemos sabido estar a la altura de aquellas mujeres, que entregaron su vida por defender la justicia y la libertad.

NO TENGAS MIEDO

 

“¿Cómo es posible que la persona que más me ha querido haya destrozado mi vida? No lo entiendo” le dice Silvia a la psicóloga que la está tratando el cuadro de ansiedad, que padece, después de haber sufrido abusos sexuales por parte de su padre, desde los 5 años.

Este breve diálogo pertenece a la última película de Montxo Armendáriz “No tengas miedo”, donde aborda con valentía y sencillez, sin caer en los tópicos al uso, el problema de la pederastia.

Durante los 90 minutos que dura la proyección, nos acompaña una sensación de malestar e impotencia, que en ningún momento nos abandona. La joven protagonista vive en una auténtica esquizofrenia, pues, por un lado, siente cariño hacia su padre y, por otro, repulsión por los abusos que está sufriendo. Montxo Armendáriz no nos da tregua, mostrando primeros planos de Silvia, cogida de la mano de sus padres, cuando es niña; montada en el autobús y abrazada a su inseparable violonchelo, ya adolescente; caminando por las calles con la mirada perdida y un rictus permanente de tristeza; o tocando el violonchelo y extrayendo de él una música triste, como un grito de protesta por lo que le está pasando, pero que nadie sabe interpretar.

Los que vemos la película esperamos una denuncia, un gesto de solidaridad hacia ella, alguien que la ayude o con quien se pueda sincerar; pero, pasan los minutos, y su miedo, su angustia, su confusión mental, se apoderan de nosotros; es como un pellizco en el estómago, que nos impide relajarnos. Solo las sesiones de terapia colectiva, los testimonios de las personas que han sufrido abusos, como la protagonista, nos dan a entender que algo se puede hacer para superar el problema, porque las víctimas, al fin, se atreven a contar su historia a los demás.

“No tengas miedo” es, como “Secretos del corazón”, dirigida también por Armendáriz y que pudimos ver ayer, en TVE-1, sin cortes ni publicidad, una película sencilla, donde las imágenes sugieren mucho más que lo que, aparentemente, dicen, lo cual, en una época de excesos de artificio y montajes de ordenador, es siempre de agradecer.

LOS RUIDOS

Me Contaba, hace unos días, una compañera que tiene un vecino al que le gusta escuchar la música muy alto, durante todo el día y parte de la noche. La consecuencia es que ella y su familia tienen problemas para conciliar el sueño y para concentrarse en actividades, que requieren una especial atención, como la lectura. Cuando han ido a la casa del vecino para comentárselo, éste les ha dado a entender que no era consciente del volumen excesivo de su equipo de música.

En las aulas, también suele darse el problema del ruido, tanto el producido por nuestros alumnos, como el proveniente de las aulas contiguas. En los intervalos, entre clase y clase, el ruido puede llegar a ser ensordecedor. Algunos alumnos es como si hubieran estado encerrados, durante una hora, y necesitaran liberarse con gritos, peleas simuladas y carreras por los pasillos.

En las salas de cine, la situación alcanza niveles esperpénticos, pues se supone que vas a ver una película –pongamos un thriller- y acabas soportando otra de efectos especiales, tal es el ruido producido por los que comen sin cesar palomitas, sorben, de cuando en cuando, coca-cola u otro refresco, o desenvuelven lentamente, muy lentamente, un caramelo.

Incluso los humanos hemos invadido, con nuestro ruido, los bosques y espacios naturales, donde la tranquilidad es un componente necesario para la fauna y la flora. En un artículo publicado en el año 2009 en Park Science, unos investigadores explicaban que la intrusión humana alteraba el comportamiento de los animales, en actividades buenas para su salud, como  buscar comida, aparearse u ocuparse de las crías.

Lo curioso es que, cuando le llamas la atención a las personas que molestan con sus ruidos, la respuesta suele ser, como la del vecino de mi compañera, que no son conscientes de producirlos. Quizás habría que hacerles pasar por la desagradable experiencia de soportarlos, para que tuvieran algo de conciencia.

IR DE CRÁNEO

Acabo de escuchar una tertulia, en el programa de radio nacional “No es un día cualquiera”, sobre la expresión “ir de cráneo”, que, según el diccionario de la RAE, se utiliza para referirnos a las personas que se hallan en una situación comprometida, de difícil solución; personas que pierden el control sobre lo que hacen.

Oyendo el programa, he recordado la película “Cisne negro”, recientemente premiada en los Óscar, cuya protagonista es una bailarina que ha alcanzado la perfección técnica; pero, para interpretar “El lago de los cisnes”, se le exige algo más: seducir, transmitir pasión, mediante sus gestos y movimientos, para lo cual necesita perder el control, que la hace técnicamente perfecta; dejarse llevar por la música y que su baile resulte espontáneo y lleno de vida. Esto la obsesiona hasta el extremo de lesionarse a sí misma con el fin de experimentar la fuerza y la pasión que necesita para encarnar al personaje; sin embargo, no es consciente de este proceso de autodestrucción, como no lo somos los espectadores, que asistimos sorprendimos a hechos, que aparentemente carecen de explicación. Sólo al final, cuando la bailarina representa, por primera vez, “El lago de los cisnes”, tomamos conciencia de la tragedia.

Resulta sorprendente que a una persona, que ha consagrado su vida a conseguir el objetivo de protagonizar un ballet, para lo cual se ha esforzado, hasta la extenuación, ha renunciado a su intimidad y ha llevado una existencia austera, sometida a una disciplina estricta, en especial en los hábitos alimenticios, se le exija justamente lo contrario para lo que ha sido preparada: la pérdida del control.

A algunos alumnos les sucede al revés que a la bailarina de «Cisne negro»: les exigimos que no pierdan el control, que no se dejen arrastrar por el instinto o las pasiones. Se comentaba, hace unos días, en la sala de profesores el caso de una chica, a la que las circunstancias, de vez en cuando, la desbordan y lleva a cabo acciones de las que luego se arrepiente. Las circunstancias son de lo más comunes en el ámbito docente: la comunicación de un suspenso que no espera, una amonestación verbal del profesor, que considera injusta, etc. Sin embargo, algo sucede en la mente de esta alumna, “se le cruzan los cables”, como se dice vulgarmente, y se enfrenta al profesor o a quien se le ponga por delante.

Es evidente que todos, alguna vez, nos hemos encontrado en una situación comprometida, y hemos perdido el control, incluidos los profesores, porque no siempre nos levantamos con el pie derecho ni nuestros alumnos se comportan adecuadamente.

Claro que perder el control no siempre nos va a llevar a faltarle al respeto a las personas con las que convivimos o a autodestruirnos, como le sucede a la protagonista de «Cisne negro», sino que, a veces, puede ser un incentivo, que nos saca de la rutina y nos hace madurar.

CINE COMPROMETIDO

Se superponen en mi pensamiento las imágenes de los niños desnutridos de Sierra Leona, en brazos de sus madres, implorando ayuda, que he visto esta mañana en televisión, con la de los indígenas de Cochabamba, protestando por la subida del precio del agua, que vi ayer en la película “También la lluvia”. Son imágenes que nos hacen recordar que no todas las personas tienen cubiertas sus necesidades básicas, ni todos los niños pueden recibir un juguete en el día de los Reyes Magos.

Afortunadamente, hay creadores, como Iciar Bollaín que creen en el valor testimonial del arte. La directora de “También la lluvia” nos cuenta la historia de un equipo de cineastas que viaja a Cochabamba, en Bolivia, para rodar una película sobre las atrocidades cometidas por los españoles, tras el llamado descubrimiento de América, y se encuentra con una realidad que supera a la ficción.

El hilo conductor es el protagonista de la película, Costa, magníficamente interpretado por Luis Tosar, que se muestra, al principio, indiferente al problema con el agua, que tienen los indígenas; pero que, progresivamente, va tomando conciencia del mismo, hasta arriesgar su vida por ayudar a la hija de uno de ellos.

El reto de unir el pasado con el presente, era difícil; pero Iciar Bollaín logra superarlo con naturalidad y brillantez. Hay tres escenas que reflejan la evolución de ambos planos: la de la recepción de las autoridades bolivianas al equipo de rodaje, con el sonido de fondo de la protesta de los indígenas, donde el pasado y el presente transcurren paralelos; la escena en la que los españoles queman a los que se oponen a la colonización, seguida del intento de detención del actor que interpreta al cabecilla de éstos, donde los dos planos se funden; y la del abrazo entre Costa y el indígena, que supone la irrupción definitiva del presente.

El resultado final es una película comprometida con los más desfavorecidos, que mantiene el interés del espectador, muy bien ambientada e interpretada, y con una música espléndida de Alberto Iglesias. Merece la pena verla y conversar sobre ella.

¡QUÉ SERÍA DEL CINE SIN LAS BANDAS SONORAS!

Ayer, clausuramos las Primeras Jornadas de Teatro, organizadas por el IES Gran Capitán y el AMPA Mateo Inurria, con el espectáculo “Pasión por el cine”. Alberto de Paz (piano), Antonio Fernández (violín) y María Fernández (oboe) evocaron a las antiguas orquestas del cine mudo, interpretando 12 bandas sonoras de películas, especialmente seleccionadas para el alumnado de nuestro centro:

  • Memorias de África.
  • Sonrisas y lágrimas.
  • Los chicos del coro.
  • La lista de Schindler.
  • Gladiator.
  • Harry Potter.
  • La bella y la bestia.
  • La misión.
  • El rey león.
  • Cinema Paradiso
  • Piratas del Caribe.
  • Mary Poppins.

Los espectadores, que ocupamos algo más de la mitad del aforo del salón de actos, aplaudimos con entusiasmo entre película y película. Las introducciones a las mismas corrieron a cargo de un Alberto de Paz, tan brillante con la palabra como con el piano, que nos contagió a todos su pasión por el cine y, sobre todo, por la música que acompaña a éste, formando un todo con él.

Le secundaron también con gran brillantez Antonio Fernández, María Fernández y Javi, éste último pasando los fotogramas de las películas en el momento justo.

La música de los tres instrumentos sonó limpia y compacta, como corresponde a profesionales, perfectamente compenetrados, primero, con la mirada y, después, con el sonido.

A destacar, algunos momentos: cuando el violín evocó el dolor inconsolable de los judíos en “La lista de Schindler”; la banda sonora de “Cinema Paradiso”, que nos hizo revivir la tierna historia de amor por el cine del operador Alfredo y el niño Salvatore; la de “Los chicos del coro”, con el mensaje tan necesario hoy día, del poder educador de la música; el inicio, cargado de tensión, de “Piratas del Caribe”, con los acordes graves del piano; y la música de “Mary Poppins”, con la gracia y el dinamismo de la película.

Todos los asistentes nos fuimos con la convicción de que el cine no sería lo mismo sin sus bandas sonoras; también con la satisfacción de que en nuestro centro se organicen actividades de calidad, como este concierto o las representaciones teatrales de “Novecento” y “Maese Pathelin”. Que se repitan el próximo curso.

EN TIERRA HOSTIL

Es una película, ambientada en la guerra de Irak, que te atrapa desde la primera escena, en la que un grupo de artificieros estadounidenses llegan a una plaza de Bagdad, para desactivar una bomba, y se sienten intimidados por los ciudadanos iraquíes que les observan desde sus casas y lugares de trabajo. Para los soldados, que se encuentran a miles de kilómetros de sus hogares y en un país radicalmente distinto al suyo, cada una de estas miradas representa un peligro en potencia, porque el lenguaje gestual y corporal no es suficiente para distinguir a los amigos de los enemigos, y porque, en el fondo, tienen la convicción de no ser bien recibidos.

Como el propio título sugiere, los espectadores nos sentimos, durante las aproximadamente dos horas que dura la película, en territorio hostil, acompañando a este grupo de artificieros, experimentando sus mismos miedos y sensaciones, gracias a una concepción del tiempo, cercana a la realidad, y a un predominio de los primeros planos, a veces agobiante, que nos permite percibir cualquier mínimo gesto de los personajes.

En este sentido, queda para el recuerdo la larga y tensa secuencia, en la que los protagonistas, tumbados en la arena del desierto, con sus rostros desencajados por el cansancio y el sufrimiento, disparan con sus armas automáticas,  a un grupo de iraquíes, que se encuentran parapetados en una casa en ruinas. También permanecen en nuestra memoria: el absurdo de una guerra, decidida en los despachos de los dirigentes políticos, pero vivida y padecida por los ciudadanos de a pie; y ese extraño sentido del riesgo de algunos soldados estadounidenses, que acaba convirtiéndose en una adicción.