Hoy, martes, hemos asistido a la representación teatral de “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, en el teatro Avanti de Córdoba. Se trata de una adaptación hecha por la empresa Recursos Educativos para alumnos de educación secundaria. Para darle ilación a la obra, se utiliza la figura de un narrador que cuenta resumidamente los fragmentos suprimidos, evitando de esta manera saltos en el vacío.
La decoración no puede ser más sencilla: un telón de fondo que permite la proyección de sombras, de gran eficacia dramática, en escenas, como la del cementerio, con don Juan contemplando su propio entierro. Y a ambos lados del telón, colgando del mismo, dos sogas de ahorcado, que representan la muerte, elemento característico de la obra y del movimiento artístico donde se sitúa: el romanticismo.
Los demás elementos escenográficos (mesas, podios…), siempre a la misma altura y colocados de forma simétrica producen una sensación de equilibrio, que es la que corresponde a un espectáculo dramático de época, como el que hemos visto.
Todas estas mimbres podían haber dado lugar a un montaje atractivo y digno; pero el desigual nivel interpretativo y, más en concreto, la deficiente interpretación del personaje de Don Juan, lo tira todo por la borda; porque no puede llevar todo el peso de la obra un actor tan limitado en la dicción y en la modulación de voz, como apático en la actitud. Desde la primera escena, sosa y sin ritmo, a causa sobre todo de la escasa fuerza dramática del actor protagonista, hasta la última, en que rompe con la tensión inherente a la salvación de su alma, diciendo el texto con desgana, como si estuviera pensando en las sesiones que le quedan por representar, durante el día.
Y es una pena, porque los demás actores rayan a gran altura, especialmente doña Inés, que es interpretada con extraordinaria convicción, modulando la voz, suspirando, moviéndose y gesticulando con naturalidad, por una actriz pletórica de recursos. También Ciutti, con una interpretación contenida, pero llena de matices, y Don Luis, jugando con los tonos de voz y apoyando sus palabras en gestos expresivos y naturales.
El resultado de este desequilibrio en los niveles de interpretación son caídas frecuentes de ritmo; falta de pasión, en momentos que deben ser necesariamente apasionados; en definitiva, una pérdida de la cohesión y la credibilidad que todo montaje teatral ha de tener.