El aprendizaje de ejercer la libertad

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Como indica el título, Retrato del artista adolescente (1916), James Joyce cuenta en esta novela su niñez y adolescencia, los momentos más relevantes de las mismas. El nombre ficticio que utiliza, Stephen Dedalus, es el mismo que después protagonizará su famosa novela Ulises. Comienza con una anécdota de su infancia, cuando aún no dominaba el lenguaje y cometía errores de pronunciación, al cantar esta canción de un cuento que le contaba su padre: “Ay, las floles de las losas veldes”, en lugar de “Ay, las flores de las rosas verdes”. 

Pero este recuerdo infantil es un salto atrás, al hogar familiar que añora, porque se encuentra realmente en un colegio interno, donde lo mejor es irse a la cama y dormir: “Sólo las oraciones en la capilla, y, luego, la cama. Sintió escalofríos y bostezó. ¡Qué bien se estaría en la cama cuando las sábanas comenzaran a ponerse calientes! Primero, al meterse, estaban frías. Le dio un escalofrío de pensar lo frías que estaban al principio. Pero luego se ponían calientes y uno se dormía. ¡Qué gusto daba estar cansado!  (…) Sintió un calor reconfortante que se iba deslizando por las sábanas frías, cada vez más caliente, más caliente…” (15)

James Joyce sabe captar perfectamente las sensaciones de frío y calor, de tal forma que también nosotros nos imaginamos en el interior de la cama, entre las sábanas, como experimentamos el mismo estado de confusión y perplejidad, cuando los compañeros del internado le ponen en una encrucijada: 

“-Dinos, Dédalus, ¿besas tú a tu madre por la noche antes de irte a la cama?

Stephen contestó:

-Sí.

Wells se volvió a los otros y dijo:

-Mirad, aquí hay uno que dice que besa a su madre todas las noches antes de irse a la cama.

Los otros chicos pasaron de jugar y se volvieron para mirar, riendo. Stephen se sonrojó ante sus miradas y dijo:

-No, no la beso.

Wells dijo:

-Mirad, aquí hay uno que dice que él no besa a su madre antes de irse a la cama”. (12) 

¿Cuál es la respuesta adecuada para que no se rían de él? Hoy en día se podría calificar de acoso escolar poner a un niño en una situación como esta, donde ninguna de las dos salidas posibles es aceptable.

Stephen se siente diferente a los demás, pues tiende al aislamiento y  experimenta una extraña inquietud vagando de noche por los jardines en busca de Mercedes, la mujer amada: “Él no quería jugar. Lo que él necesitaba era encontrar en el mundo real la imagen irreal que su alma contemplaba constantemente. No sabía dónde encontrarla ni cómo, pero una voz interior le decía que aquella imagen le había de salir al encuentro sin ningún acto positivo por parte suya… Habrían de encontrarse tranquilamente como si ya se conociesen de antemano, como si se hubieran dado cita en una de aquellas puertas de los jardines o en algún otro sitio más secreto” (63). 

Cuando su familia se traslada a Dublín, al contemplar los muelles y el río, Stephen continúa experimentando esa sensación extraña, ese arrebato de locura, y busca algo en su interior, además del amor, como una revelación, porque el mundo real no le dice nada. Lee a escritores subversivos, como Byron, y su principal ocupación es la escritura, aunque sus profesores y compañeros lo acusan de herético. En este sentido, Retrato del artista adolescente es una novela de iniciación y aprendizaje, pues nos cuenta un proceso de búsqueda que le va a llevar a encontrarse a sí mismo y a descubrir su vocación de escritor.

En un momento dado, los ejercicios espirituales, dirigidos por jesuitas, le muestran un posible camino, una posible alternativa vital para un niño con inquietudes como él. Estos ejercicios giran en torno a la idea de la muerte, que aparecerá cuando menos la esperamos, lo cual, primero, le aterroriza y le hace sentirse culpable, y después, le lleva a encontrar la paz interior en la confesión, sobre todo del pecado nefando de haber mantenido relaciones sexuales con una prostituta: “Es usted muy joven, hijo mío, y me va usted a permitir que le ruegue que abandone ese pecado. Es un pecado terrible. Mata el cuerpo y mata el alma. Es la causa de muchos crímenes y desgracias. Abandónelo usted, hijo mío, por el amor de Dios. Es deshonroso e indigno de hombres”.

Durante este periodo de su vida de colegial, nunca duda, siempre obedece e incluso siente la llamada de la vocación religiosa. Pero en realidad todo forma parte del aprendizaje, de “la canción nueva y salvaje de la vida”, que se le aparece en forma de mujer: “La imagen de la muchacha había penetrado en su alma para siempre y ni una palabra había roto el santo silencio de su éxtasis. Los ojos de ella le habían llamado y su alma se había precipitado al llamamiento…” (169). 

Tras la minuciosidad con la que cuenta su experiencia de los ejercicios espirituales, sin ocultar los detalles terribles y escabrosos de las penalidades del infierno, hay una actitud crítica, propia de quien se ha alejado de esas posiciones religiosas radicales. Esta actitud alcanza también al sentimiento nacional irlandés, al que ve como una traba a su libertad: “Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme”. (202)

Porque Stephen Dedalus quiere sentirse libre, exento de ataduras, sean familiares, religiosas o patrióticas, solamente dispuesto a sentir y amar, y a expresarlo a través de la palabra: 

“¿No estás cansada de ese ardiente afán,

tú, de ángeles caídos seducción?

No me evoques encantos que se van.

El corazón del hombre es un volcán

por tus ojos que dueños suyos son.

¿No estás cansada de ese ardiente afán? 

Más que el fuego tus laudes altos van,

humo en el mar, desde uno a otro rincón.

No me evoques encantos que se van…” (222)

El final no puede ser otro que la partida; pero antes, en la conversación que mantiene con su amigo Cranly, deja clara su postura vital, que es toda una declaración de principios: “No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo tanto en vida y arte, tan libremente como me sea posible, usando para mi defensa sólo las armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia”.

Retrato del artista adolescente es una novela de iniciación y aprendizaje, como se ha señalado numerosas veces, que muestra las dudas y contradicciones propias de la adolescencia y que nos anuncia una aventura literaria llena de osadía por lo que tiene de ruptura con la tradición anterior.