Doble retorno


Libros de segunda mano: LA FIESTA DEL CHIVO. Mario Vargas LLosa ( ALFAGUARA ) - Foto 1 - 108845991

Hace años que compré esta novela, donde se cuenta el fin de la dictadura del general Trujillo, en la República Dominicana; sin embargo, por unas razones o por otras, ha permanecido sin abrir, en algún estante de mi biblioteca, hasta hace unos días, que me he decidido leerla, impulsado por la reciente versión teatral que se ha hecho de la misma.

Desde las primeras líneas, donde reflexiona sobre lo inadecuado del nombre que le pusieron sus padres, Urania, se genera una inquietud en torno a este personaje, que regresa a Santo Domingo de Puerto Rico, treinta y cinco años después de haberse marchado, a finales de 1961, buscando reencontrarse con un pasado que le produce escalofríos recordar: “¡Urania, Urania! Mira que si, después de todos estos años, descubres que, debajo de tu cabecita voluntariosa, ordenada, impermeable al desaliento, detrás de esa fortaleza que te admiran y envidian, tienes un corazoncito tierno, asustadizo, lacerado, sentimental”. (13) Así, le habla la voz de su conciencia, que se repite a lo largo de la novela, y que marca una distancia con respecto a ella, aunque al mismo tiempo le da más verosimilitud a lo que se cuenta.

Del personaje de Urania se pasa al dictador Trujillo, al que nadie se atreve a protestar por miedo a ser torturado o asesinado por el SIM (Servicio de Inteligencia Militar). La sumisión a su persona llega al extremo de que una emisora, La Voz Dominicana, adelanta su noticiero, para que él, que se levanta a las cuatro de la mañana, pueda escucharlo. Su sola presencia intimida a los demás: “Pero, como tantos oficiales, como tantos dominicanos, frente a Trujillo su valentía y su sentido del honor se eclipsaban, y se apoderaba de él una parálisis de la razón y de los músculos, una docilidad y reverencia serviles” (482). Esto se dice de Pupo Román, Jefe de las Fuerzas Armadas, que jamás permite a nadie faltarle al respeto, excepto al dictador, que le humilla con frecuencia.

Y del dictador, que es conocido con el apodo del Chivo, se pasa a los hombres que participaron en su asesinato, porque son tres las historias que se entrecruzan: el regreso de Urania, para ver a su padre y reconciliarse, de algún modo, con su pasado; los últimos días de Rafael Leónidas Trujillo, ejerciendo el poder absoluto con mano de hierro; y la espera paciente de sus asesinos, cada uno con su motivo particular para vengarse. Pero, a medida que avanzamos en la lectura, aparecen cabos, tendidos hábilmente, que unen las tres historias: “Se rió, de buen humor. Pero, mientras se reía, de súbito volvió el recuerdo de la muchachita asustadiza de la Casa de Caoba, testigo incómodo, acusador, que le estropeó el ánimo. Hubiera sido mejor pegarle un tiro, regalarla a los guardias, que se la rifaran o compartieran. El recuerdo de aquella carita estúpida contemplándolo sufrir, le llegaba al alma” (197).

La narración es fluida, poderosa, y hay un ir y venir continuo de personajes y situaciones, y de saltos en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante, lo que da lugar a una estructura fragmentada, donde la acción se desordena deliberadamente. Así, se incrementa el interés del lector, al que se le generan expectativas para cuya materialización hay que esperar, porque Vargas-Llosa sabe demorarse, ralentizar el tiempo, revelando progresivamente detalles, interrumpir la narración, por ejemplo, cuando parece inminente la muerte del dictador y sus asesinos le esperan: “¿Pero, iba a venir? Sentía la tremenda tensión en que la espera había puesto a sus compañeros. Nadie abría la boca; ni se movían. Los oía respirar: Antonio Imbert, aferrado al volante, de manera calmada, con largas chupadas de aire; rápido de modo acezante, Antonio de la Maza, que no desviaba los ojos de la carretera; y a su lado, la acompasada y profunda respiración de Amadito, su cara vuelta también hacia Ciudad Trujillo”( 295).  O cuando Urania da esta respuesta inquietante a la pregunta de por qué rompió relaciones con su padre durante tanto tiempo: “Porque no era tan buen padre, como crees, tía Adelina” (332).

Poco a poco vamos sabiendo más detalles sobre la vida de Urania, después de haberse marchado sorpresivamente de Santo Domingo: su estancia en Adrian, estudiando el Bachillerato con ahínco, aunque lo hacía para no pensar; su periodo en la universidad de Harvard, en Cambridge, donde empezó a disfrutar de nuevo, pues descubrió que la vida merecía ser vivida y que estudiar no era sólo una terapia para olvidar; el rechazo que le inspiran los hombres en quienes despierta deseo. Como también vamos conociendo pormenores sobre la vida de Trujillo y su régimen corrupto,  y sobre los hombres que le mataron: “Ya no recordaba cómo empezó aquello, las primeras dudas, conjeturas, discrepancias, que lo llevaron a preguntarse si en verdad todo iba bien, o si, detrás de esa fachada de un país que bajo la severa pero inspirada conducción de un estadista fuera de lo común progresaba a marchas forzadas, no había un tétrico espectáculo de gentes destruidas, maltratadas y engañadas, la entronización por la propaganda y la violencia de una descomunal mentira”. (225) Así se cuenta cómo poco a poco fue horadándose el trujillismo de Antonio Imbert.

Los personajes son en general psicológicamente complejos en sus reacciones y evoluciones, tanto las víctimas como los verdugos: Urania está traumatizada por un hecho sucedido en su infancia, que ha condicionado toda su vida; Trujillo oculta una profunda debilidad, tras la apariencia de hombre duro e implacable; Johnny Abbes, el Jefe del SIM, que lleva la parte sucia del régimen, tiene un aspecto físico que supone la negación del porte, la marcialidad, la fortaleza y apostura que caracteriza a los militares; Joaquín Balaguer, minusvalorado por todos, actúa con suma prudencia e inteligencia, para asegurarse el poder, después de la muerte del dictador; etc.

A medida que nos aproximamos al término de la novela, las historias no sólo se alternan sino que se cuentan desde diferentes puntos de vista, por ejemplo, el asesinato de Trujillo lo conocemos a través de sus asesinos, pero también desde la perspectiva de éste, con lo que nuestra visión se hace más global. Nos explicamos hechos, que los que estaban implicados en su muerte no se explican, porque les falta información, como la no movilización de las Fuerzas Armadas encabezadas por el general Pupo Román, que se debe a la inseguridad y falta de determinación de éste.

La revelación del misterio que oculta Urania se demora hasta un final sobrecogedor, que explica su vida desdichada y muestra la auténtica naturaleza del dictador Trujillo, pues, tras su barbarie y degradación moral, se encuentra un ser inseguro y acomplejado: “De vez en cuando solloza y sus suspiros levantan su pecho. Unos vellos blanquecinos ralean entre sus tetillas y alrededor de su oscuro ombligo. ¿Se ha olvidado de ella? ¿La amargura y el sufrimiento que se adueñaron de él la han abolido?”.

La Fiesta del Chivo, título que hace referencia al treinta de mayo, celebrado con entusiasmo por el pueblo dominicano, porque fue el día en que murió el dictador, es una novela ambiciosa formalmente, con personajes complejos, muy bien escrita, que muestra sin aderezos la brutalidad y la degradación moral del régimen de Trujillo, y que mantiene la intriga hasta el final.