El que fue su maestro en Primaria, Germain Louis, le escribió a Albert Camus, después de que éste recibiera el Premio Nobel: “Tengo la impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado pudor instintivo ante la idea de descubrir la naturaleza de tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple, directo”. Este pudor se refiere sobre todo a la situación de pobreza en la que vivía su familia, que el maestro no sospechaba, pues la cara del niño en clase expresaba optimismo y placer.
El primer hombre, novela en la que estaba trabajando el escritor en el momento de su muerte, sí refleja, aunque de modo indirecto, a través de su protagonista, Jacques, la vida de Camus en Argel, ciudad donde nació. Era un niño inquieto y curioso, que disfrutaba con las pequeñas cosas de la vida: en la calle con los amigos, los días de caza con su tío Ernest, en la escuela, etc. Sentía una atracción especial por esta última, no sólo porque le permitía evadirse de la miseria en la que vivía, sino también porque alimentaba en él su hambre de descubrir y le inculcaba, además, valores como: la equidad, la responsabilidad, el hábito de estudio, el respeto al diferente, etc.
Pero había también una parte oscura en su personalidad, que acompañaba a su deseo de vivir; una parte oscura, que se refleja en los ojos silenciosos de su madre, y que está de acuerdo con el país al que lo habían arrojado -su familia emigró a Argel, cuando él no había nacido- y donde se siente como el primer hombre, por la falta de raíces, por la ausencia de un padre, muerto en el frente, durante la Primera Guerra Mundial.
Jacques, con la edad de 40 años, regresa a Argel, en busca de estas raíces y de noticias del padre al que no llegó a conocer; pero no encuentra nada, sólo un inmenso olvido, “que era la patria definitiva de los hombres de su raza, el lugar final de una vida que había empezado sin raíces, y tantos informes en las bibliotecas de la época sobre la manera de emplear en la colonización de ese país a los niños abandonados, sí, aquí todos eran niños abandonados y perdidos que edificaban ciudades fugaces para morir definitivamente en sí mismos y en los demás”.
En este proceso de búsqueda, el drama de la emigración se muestra con toda su crudeza: llegar a un país lejano, sin dinero, sin casa, sin un palmo de tierra cultivada; convivir con personas de raza y cultura diferentes, etc. También la tragedia de la Primera Guerra Mundial, que acabó con la vida del padre: “la guerra justamente formaba parte de su universo, era lo único de lo que oían hablar, había influido en tantas cosas a su alrededor que no les costaba comprender que se pudiera perder en ella un brazo o una pierna y que incluso se la pudiera definir como una época de la vida en que se perdían los brazos y las piernas”.
Camus juega con el tiempo, yendo continuamente del presente al pasado y del pasado al presente, sin previo aviso, lo cual desconcierta, en un principio, al lector, y le obliga a releer pasajes ya leídos. Pero este vaivén continuo, le permite mostrar el paso inexorable del tiempo. Así, con esta sencillez y precisión, describe la relación entre su madre y su tío, al visitarlos 40 años después, en Argel, cuando las canas han arrasado sus cabezas, sus piernas se han arqueado aún más de lo que estaban y sus espaldas se han encorvado: “Desde la muerte de la abuela y la partida de los hijos, el hermano y la hermana vivían juntos y no podían estar el uno sin el otro. Ernest necesitaba que alguien se ocupara de él, y desde ese punto de vista, Catherine era su mujer, hacía la comida, le preparaba la ropa, le cuidaba si hacía falta (…) Habían vivido, sí, como marido y mujer, no según la carne, sino según la sangre, ayudándose a vivir cuando sus invalideces les hacían la vida tan difícil, continuando una conversación muda, iluminada de vez en cuando por fragmentos de frases, pero más unidos y sabiendo más el uno del otro que muchas parejas normales”.Ni siquiera en el uso de las figuras retóricas, abandona Camus la sencillez y precisión referidas, como cuando compara la parte oscura de su ser con las aguas profundas que corren debajo de la tierra y que, aunque nunca han visto la luz, “reflejan un resplandor sordo que no se sabe de dónde viene”.
Dos personajes influyen sobre Jacques, por encima de los demás, y contribuyen a que vaya madurando y haciéndose a sí mismo. Por una parte, su madre, una mujer dulce y conciliadora, aunque aislada en su semisordera y casi inaccesible: “sí, toda la vida había tenido el mismo aire temeroso y sumiso, y sin embargo, distante, los mismos ojos con los que veía, treinta años, atrás, sin intervenir, cómo su madre lo castigaba con el látigo, ella, que jamás había tocado, realmente ni siquiera reprendido, a sus hijos, ella, a quien sin duda esos golpes también dolían pero que inhibida por la fatiga, por la incapacidad de expresión y por respeto a su madre, lo permitía (…), como aguantaba para ella misma la dura jornada de trabajo al servicio de los demás, los suelos lavados de rodillas, la vida sin hombre y sin consuelo entre los restos engrasados y la ropa sucia de los otros”. Y por otra parte, su maestro, que daba a la enseñanza un tono viviente y divertido, mostrando a los alumnos la colección de minerales, las mariposas e insectos disecados o los mapas; haciéndoles proyecciones sobre historia natural o geografía; organizando concursos de cálculo mental; leyéndoles relatos, que para Jacques eran la encarnación del exotismo; etc.
Curiosamente, tras estos dos personajes, se encuentran la madre y el maestro de Primaria de Albert Camus, a quienes dedicó el Premio Nobel de Literatura.
Leer El primer hombre es entrar en contacto con la pobreza que asola los países colonizados, como Argel, y que padecen tanto los árabes originarios del lugar como los emigrantes franceses; una miseria contra la que no pueden hacer nada y que les lleva en ocasiones a hacerse daños unos a otros, incluso dentro de la misma familia, como cuando la abuela y el tío de Jacques le reprochan a a la madre de éste, Catherine, que intente gustar a un pretendiente, cortándose el pelo y poniéndose un vestido de colores alegres.
Si la novela comienza con la evocación del nacimiento del protagonista, finaliza con su deseo de envejecer y morir sin rebeldía, impulsado por la misma fuerza oscura y misteriosa que le había dado razones para vivir. Para ser una novela no revisada por Camus, posee la solidez narrativa, la profundidad reflexiva y la limpieza de estilo de las obras maestras.