Me refería, en la entrada anterior, al consejo que le da el señor Ibrahim a Momo:
«-La lentitud, ése es el secreto de la felicidad.”
Quiere decirle que, para ser feliz, hay que detenerse en los lugares por los que pasamos y tomarnos nuestro tiempo para ver pasar a la gente y para realizar nuestro propio trabajo:
“-Tal vez me haya pasado la vida entera trabajando, pero he trabajado lentamente.”
Esta reflexión me ha hecho pensar en grandes maestros de la lentitud, como Antonio López, Antonio Muñoz Molina o Víctor Erice.
Hay una película de éste último, “El sol del membrillo”, que es un canto a la lentitud. En ella nos muestra el proceso evolutivo de la creación de una obra de arte: un membrillero pintado por Antonio López, durante el otoño. La película da cuenta de esta experiencia, en la que el pintor, armado de paciencia, trata de introducir entre las hojas del membrillo los rayos del sol.
En cuanto a Muñoz Molina, recuerdo la lectura de su novela “Plenilunio” y cómo se recreaba en la descripción de los personajes (en la figura del asesino o en la del comisario), invitando al lector a fijarse en detalles, que habitualmente pasan inadvertidos, pero que serán clave en la resolución del caso.
Ni la pintura de Antonio López, ni las películas de Víctor Erice, ni las novelas de Antonio Muñoz Molina son aptas para gente con prisa. Estamos en una época, en la que la paciencia no es una de las principales virtudes. Es frecuente interrumpir a la persona que habla, porque sabemos o intuimos lo que va a decir y no podemos perder tiempo; los alumnos aguantan con dificultad una explicación que dure más de quince minutos; los lectores ejercen cada vez más el derecho a saltarse páginas; y todos, en general, somos esclavos de los horarios, del consumo, de la hipoteca y de lo que espera la sociedad de nosotros.
Reivindiquemos el valor de la lentitud como alternativa al mundo vertiginoso en el que vivimos. Incluso en el ámbito político, hay que reivindicar el cambio, la reconstrucción de la democracia de la que habla Manuel Castell, despacio .
Ahora, que estamos en verano y los biorritmos bajan, es buen momento para comenzar: si vamos a la playa, disfrutemos del atardecer, escuchando el sonido de las olas; si nos quedamos en Córdoba, gocemos del paseo nocturno por las calles estrechas del casco antiguo y del olor del jazmín y de la dama de noche; no le tengamos miedo a perder el tiempo; hagamos de la lentitud un principio de nuestra vida o al menos dediquemos a las cosas el tiempo que merecen, porque, como dice Carl Honoré, “vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir”.