Quizá la pervivencia y actualidad de Edipo rey derive de algunos aspectos de su argumento: la historia de un niño, que es abandonado por su propio padre, y queda expuesto a los peligros de la naturaleza; pero logra vencer a la muerte y renacer a una vida nueva. Se trata de un rito iniciático, común a muchos pueblos, incluido el griego, pues también los espartanos sometían a sus jóvenes a una prueba de madurez.
Pero lo sorprendente es que una obra escrita hace más de 2.500 años sea capaz de encandilarlos, prácticamente, desde el principio, con una estructura in media res, que nos lleva a preguntarnos sobre el pasado de este rey valiente y justo, que es acusado por Tiresias de haber matado a su propio padre y de haberse casado y engendrado hijos con su propia madre.
Desde esta escena tensa entre el viejo adivino y Edipo, acompañamos a éste en su indagación para conocer la verdad, que puede salvar a Tebas de la peste. Intuimos que el proceso va a ser doloroso, porque los dioses no suelen confundirse; pero al mismo tiempo, como Edipo, mantenemos la esperanza de su inocencia. Sin embargo, a medida que se van conociendo datos sobre los hechos, sufrimos con él y con Yocasta, su mujer, la cual relativiza la posibilidad del incesto: “Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que antes se unieron a su madre en sueños”.
Es curioso que se atribuya a Freud el haber acuñado el término “complejo de Edipo”, cuando en realidad ya estaba en la obra homónima de Sófocles, en concreto, en las palabras que acabamos de reproducir de Yocasta.
La intriga, con respecto a la verdad oculta, logra mantenerla Sófocles con maestría y, al tiempo que avanza en el proceso de búsqueda, va construyendo un personaje redondo, que evoluciona desde la incredulidad y el enfado, pasando por las dudas cada vez más razonables, a medida que se van sumando testimonios en su contra, hasta el dolor y la desesperación, cuando definitivamente se enfrenta a ella.
En este proceso, además, nos acompaña el coro, personaje colectivo que comenta y juzga lo que sucede en escena, y que representa al pueblo tebano. Y del mismo modo que nos identificamos con Edipo, deseamos con el coro que se produzca la conciliación, primero, entre Tiresias y el rey y, después, entre el éste y Creonte, aunque sabemos que es imposible, porque el proceso no tiene marcha atrás.
Así, hasta un final no por previsible menos inquietante, porque quizá nos encontramos al Edipo más humano de toda la obra, preocupado por el destino de sus hijas: “Lloro por ustedes dos –pues no puedo mirarlas-, cuando pienso qué amarga vida les queda y cómo será preciso que pasen sus vidas ante los hombres. ¿A qué reuniones de ciudadanos llegarán, a qué fiestas, de donde no vuelvan a casa bañadas en lágrimas, en lugar de gozar del festejo? Y cuando lleguen a la edad de las bodas, ¿quién será, oh hijas, el que se expondrá a aceptar semejante oprobio, que resultará un ruina para ustedes dos como, igualmente lo fue para mis padres?”.
Un final, que no solo le afecta a él, sino a todos nosotros, porque, como dice el Corifeo: “ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso”.
Hablaremos de Edipo rey esta tarde, en el club de lectura del instituto, a las 18 horas, en la biblioteca.