ABUSOS

Ayer podíamos leer en El País que el religioso español, José Ángel Arregui, preso en Chile, bajo la acusación de poseer pornografía infantil (2.000 fotos y más de 400 horas de vídeo), incluidos los abusos a menores cometidos por el mismo, cree que esta práctica es algo socialmente aceptado.

Hace unos días, este mismo periódico daba a conocer el sumario por el que han procesado a Fernando Torres Baena, ex campeón de España de Kárate, por abusos sexuales continuados y corrupción de menores; en su academia, se fomentaban las relaciones sexuales entre menores y también entre menores y adultos. Para el citado Torres Baena, estas prácticas constituían un estilo de vida, como otro cualquiera.

Los dos individuos vienen comportándose así, desde hace casi 20 años, y aprovechaban la facilidad que tenían para acceder a los niños y jóvenes -uno como director de una academia de Kárate y otro como profesor de gimnasia- para cometer sus fechorías, sin levantar sospechas.

Hace falta tener un grado de cinismo muy alto o padecer una enfermedad que te ocasione una deformación de la realidad, para considerar los abusos a menores como algo perfectamente normal.

Claro que todo resulta más fácil de entender, si consideramos que los agresores han contado con la protección  o la connivencia de personas e instituciones. Por ejemplo, la iglesia católica sistemáticamente ha ocultado las agresiones sexuales cometidas por sus clérigos y sacerdotes y, en el caso del ex campeón de kárate, la ayuda de su pareja y la de algunos profesores de la academia, resultó fundamental para que no salieran a la luz los abusos a menores.

MINERVA

Después de tres días del fallecimiento repentino de nuestra alumna, Minerva Murillo Martín, y del dolor inconsolable que nos ha causado a todos, muy especialmente a su familia, queremos dejar en su recuerdo estos versos de Pedro Salinas, donde nos viene a decir que el tiempo, representado por el sol, es como una lenta rueda que va subiendo a las personas hasta su cielo:

 “(…) Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo (…).”

Lástima que, en el caso de Minerva, la lentitud de esta rueda se haya transformado inopinadamente en prisa sin tregua.

EN RECUERDO DE MIGUEL DELIBES

Recuerdo haber leído en alto a mis alumnos el capítulo primero de “Los santos inocentes”, imitando el ritmo poético de la prosa de Miguel Delibes y el grito de Azarías al citar el cárabo:

“¡eh!, ¡eh!,

citándole, citando al cárabo, y, seguidamente, aguzaba el oído aguardando respuesta, mientras la luna asomaba tras un celaje e inundaba el paisaje de una irreal fosforescencia poblada de sombras, y él, un tanto amilanado, hacía bocina con sus manos y repetía desafiante,

¡eh!, ¡eh!,

hasta que, súbitamente, veinte metros más abajo, desde una encina corpulenta, le llegaba el anhelado y espeluznante aullido,

¡buhú, buhú!”

Eran alumnos del nocturno los que me escuchaban, personas adultas que habían decidido reiniciar los estudios y completar su formación con el bachillerato. Y lo hacían con respeto y con la curiosidad de quien escucha por primera vez la lectura en alto de una novela. Recuerdo sus caras expectantes, al mirarles por el rabillo del ojo, y cómo esa curiosidad me animaba a seguir y a meterme cada vez más en la lectura.

Como el personaje Azarías, al escuchar la respuesta del cárabo, yo mismo perdía la noción del tiempo y me trasladaba con él a la sierra extremeña:

“ y rompía a correr enloquecido, arruando, hollando los piornos, arañándose el rostro con las ramas y, tras él, implacable, saltando blandamente de árbol en árbol, el cárabo, aullando y carcajeándose y, cada vez que se reía, al Azarías se le dilataban las pupilas y se le erizaba la piel y recordaba a la milana en la cuadra, y apremiaba aún más el paso y el cárabo a sus espaldas tornaba a aullar y a reír y el Azarías corría y corría, tropezaba, caía y se levantaba, sin volver jamás la cabeza”.

Nunca he leído una comunicación tan perfecta entre el hombre y la naturaleza, como la de Azarías con el cárabo y, siempre que pienso en Miguel Delibes, lo relaciono con este personaje entrañable y esa mezcla de atracción y pánico que ejercía el cárabo sobre él.

HOMENAJE A LAS VÍCTIMAS DEL 11-M EN EL AULA DE MÚSICA

Acabo de escuchar emocionado la canción “Jueves”, interpretada por el coro de flautas de 2º B de ESO, acompañado al piano por su profesor de Música, Jesús González.

Esta canción la grabó el grupo La Oreja de Van Gogh con el fin de recaudar fondos para la Asociación de las Víctimas del 11-M. Cuenta la historia de una chica que coge todos los días el tren y se enamora de un chico. El 11 de marzo se decide a hablar con él, que también se enamora de ella; pero ese día precisamente sucede el atentado.

Con esta historia bulléndome en la cabeza, he acompañado a dos alumnas hasta el aula de Música, donde me esperaban el resto de la clase y el profesor, que me había invitado a escuchar la canción. Desde los primeros compases del piano, he sentido una emoción intensa, que ha ido aumentando, a media que se incorporaba el coro de flautas. Mi recuerdo de las imágenes de los trenes destrozados y los cadáveres, depositados en la morgue, se ha mezclado con las notas de “Jueves”, interpretada al unísono por los alumnos. La música sonaba compacta y armónica, en el silencio del aula; la conjunción entre el piano y las flautas me ha parecido perfecta.

Al finalizar la canción, apenas me han salido palabras para agradecerles los dos minutos de emoción que me habían hecho pasar; pero en mi interior he sentido que es el mejor homenaje que se le puede rendir a las víctimas no sólo de aquel atentado oprobioso, que tuvo lugar el 11 de marzo de 2004, sino a las de cualquier atentado terrorista.

Sinceramente, gracias.

8 DE MARZO

La pasada semana, leímos en clase el relato “Réquiem con tostadas” de Mario Benedetti, en el que se cuenta un caso de malos tratos de una mujer por parte de su marido.

Y el próximo jueves, vamos a debatir en el Club de Lectura sobre la novela de Juan José Millás “Hay algo que no es como me dicen”, donde se relata la historia de una joven concejal del PP que sufrió acoso sexual por parte del alcalde del mismo partido.

Las dos situaciones tienen como protagonista a mujeres, que son víctimas de los abusos de un hombre, y que, en un principio, callan por miedo. Este sentimiento las atenaza y las hace sentirse culpables.

Pero ambas logran reaccionar –una iniciando una nueva relación sentimental y otra denunciando al acosador- y, después de mucho tiempo de sufrimiento, sienten nuevamente ganas de vivir.

 Sin embargo, el final de las dos historias no es feliz: la mujer del cuento es asesinada por su marido, cuando éste descubre el engaño del que es objeto, y la joven de la novela, a pesar de que la sentencia judicial considera culpable de acoso al alcalde, se ve obligada a rehacer su vida en el extranjero, pues en España no encuentra trabajo por su pasado de víctima.

 Al pensar en el 8 de marzo, he recordado estas dos historias, donde he visto reflejada la larga lucha de la mujer por su participación, en la sociedad, en pie de igualdad con el hombre.

EL PRECIO DE LA INFIDELIDAD

Hace unos días, el golfista Tiger Woods  confesaba en una conferencia de prensa multitudinaria sus numerosos engaños e infidelidades a su esposa y lo hizo para restaurar su deteriorada imagen pública, después de que, meses atrás, a raíz de un accidente de tráfico, saliera a luz pública este lado oculto de su vida.

¿Era necesario reconocer públicamente el error cometido, pedir perdón a la familia y a los seguidores, y hacer propósito e enmienda, ante las cámaras de televisión de todo el mundo?

Lo cierto es que los famosos, como Tiger Wods, representan un modelo de comportamiento a seguir para millones de personas.  Esto explica que las marcas importantes, como Nike o Reebok, los contraten para vender sus productos; y por esta misma razón, cuando transgreden los principios morales y religiosos que representan, se produce el escándalo, el deterioro de la imagen pública y la cancelación de estos contratos. 

La sociedad anglosajona, a la que pertenece el golfista, es muy exigente con la conducta privada de los personajes públicos. En cambio, en países latinos, como España e Italia, somos más tolerantes con las infidelidades, sobre todo si el responsable de la misma es un hombre.

En fin, me gustaría que opinarais sobre esto; que os pusierais en el lugar de la persona que engaña y de la que es engañada, si serías capaces de perdonar, si os produciría rechazo el que alguien admirado por vosotros le fuera infiel a su pareja, si dejaríais de comprar los productos anunciados por un famoso que comete adulterio…