Una historia de la vida cotidiana

Libros de segunda mano: Anne Tyler-Ejercicios respiratorios.Plaza & Janés.1995. - Foto 1 - 52995720

El detonante para que la protagonista de esta novela, Maggie, recuerde su vida matrimonial es un programa de radio, Baltimore AM, que va escuchando en el renovado Dodge de color gris, camino del entierro del marido de Serena, una amiga de la infancia. “¿Qué hace ideal a un matrimonio?” es la pregunta del día, que en un principio no le interesa nada, porque ella es una mujer responsable de sí misma, que lleva veintiocho años casada con Ira. Pero, durante el viaje, al que éste la acompaña, afloran antiguas diferencias: “Si hay algo en ti que de verdad no puedo soportar -dijo ella- es tu forma de actuar, tan soberbia. No podemos tener una simple discusión con sus pros y sus contras. Ah, no. Tú has de hacer hincapié en lo ilógica que soy, en lo irracional que soy y en lo razonable y perfecto que eres tú”. 

Ya en el entierro, Maggie se encuentra con antiguos  compañeros de clase, entre los que está Durwood Clegg, al que rechazó por demasiado dócil y sentimental cuando éste le propuso salir, porque en ningún caso quería desempeñar el papel de dura en la relación de pareja. Mirándolos, piensa en el paso inexorable del tiempo, que sus antiguos compañeros no parecen captar: “Se preguntó cómo era posible que no hubieran reparado en que los demás habrían envejecido, como ella, a lo largo de aquellos años; que, más o menos, todos habrían pasado por las mismas fases: criar a los hijos y decirles adiós, maravillarse ante las arrugas descubiertas en el espejo, contemplar a los propios padres volviéndose frágiles y titubeante”.

Le vuelven los recuerdos de aquella época, cuando decidió ser asistente en la residencia de ancianos, en lugar de ir a la universidad, aunque había sido la primera de la clase en el instituto, porque “¿De qué le servía a ella una información parcial, insustancial y rimbombante como la aprendida en el instituto: La ontogenia resume la filogenia y la sinécdoque es el uso de la parte por el todo?”. También evoca la boda de Serena con Max y la desilusión que se llevó con la respuesta de esta, cuando le preguntó si estaba segura de haber escogido al hombre adecuado: “Es la hora de casarse. Es todo -le dijo-. ¡Estoy harta de citas! ¡Estoy harta de tener que andar siempre guardando las apariencias! Quiero sentarme en el sofá, con un marido normal y corriente, y mirar la tele durante una eternidad. Será como quitarme una faja. Así es como lo imagino, exactamente”.

Por su parte, Ira no materializó su deseo de estudiar medicina, porque tuvo que hacerse cargo del negocio de su padre y cuidar de éste y sus dos hermanas; pero se casó con Maggie de la que sigue enamorado, aunque no soporta que no se tome en serio la vida, pues se lanza siempre con ímpetu y torpeza hacia ningún sitio en particular, como cuando pensó, llena de preocupación, que su hija Daisy fumaba marihuana, porque encontró en su escritorio papel de fumar, que al final resultó que utilizaba para limpiar su flauta; o cuando salió en persecución de un ladrón que le había robado el bolso, sin pensar si iba o no armado; o ahora que está decidida a que su hijo Jesse, separado de Fiona, se reconcilie con ella, a pesar de que ya han firmado los papeles del divorcio. Así la define su marido: “Cree que tiene derecho a cambiar la vida de los demás. Cree que las personas que ella quiere son mejores de lo que en realidad son, y por ello luego empieza a cambiar las cosas, para que esas personas se adapten a la idea que se ha forjado de ellas”. 

Maggie, en cambio, cuando actúa así, está convencida de que no se entromete en la vida de los demás, simplemente le parece que el mundo está algo desenfocado, que los colores no acaban de estar en su contorno correspondiente y que, sólo con que ella efectúe un pequeñísimo ajuste, todo acabará encajando a la perfección. Cree que sus planes son perfectos y que se acabarán realizando, aunque nunca lo consigue. 

Estas desavenencias provocan discusiones entre ellos, que se vuelven a veces embarazosos silencios. Maggie percibe el mundo mejor, pues carece de egoísmo y se acerca a personas abandonadas, como el viejo Otis, mientras que Ira se siente frustrado desde el día en que tuvo que renunciar a su sueño de estudiar medicina. En la educación de sus hijos, particularmente de Jese, que abandonó los estudios en el instituto, él fue demasiado duro y ella demasiado blanda, o al menos eso se echaban en cara: “Ahora le parecía que, debido a Jesse, había estado peleando desde el día en que  nació y adoptando siempre las mismas posturas. Ira lo criticaba, Maggie lo disculpaba. Ira afirmaba que Jesse era incapaz de ser cortés, que se negaba a borrar de su rostro aquella expresión obstinada y que, cuando le echaba una mano en la tienda, era un inepto total. Sólo necesitaba sentirse seguro de sí mismo, decía Maggie”.

A medida que avanzamos en la novela, que consiguió el Premio Pulitzer 1989 y que dura sólo el día del funeral, los flashback o saltos atrás se introducen de forma muy natural, por ejemplo, para recordar la boda de Serena; o la forma accidental en la que se conocieron Maggie e Ira; o la difícil convivencia del hijo de ambos, Jesse, con su mujer, Fiona, después del nacimiento de Leroy; etc.. Así, a través de este juego de presente y pasado, vamos conociendo la vida de la protagonista y su familia.

La historia de Maggie e Ira representa a muchos matrimonios, cuyos componentes conocen las cualidades y defectos del otro; que discuten, sin que llegue la sangre al río; pero se quieren. La ingenuidad y fantasía de ella contrastan con la sensatez y el pragmatismo de él; y el choque entre los dos caracteres da lugar a situaciones tensas, pero que no acaban nunca en tragedia, como cuando Maggie se apea del coche, después de una discusión con Ira, aparentemente con la firme determinación de abandonarlo, pues incluso llega a imaginar la vida con otro hombre; pero finalmente acaba subiendo de nuevo al mismo, como si nada hubiera sucedido. Su relación es lo contrario de la felicidad absoluta, porque está llena de pequeñas alegrías y frustraciones, de situaciones de la vida cotidiana, de sentimientos básicos, nada grandilocuentes, como la de cualquier pareja. En consonancia con esta cotidianeidad y realismo, Anne Tyler nos cuenta la historia mediante un lenguaje sencillo, preciso y ágil, y utilizando además un sentido del humor, que da lugar a momentos verdaderamente divertidos, con lo cual la lectura se hace siempre placentera. 

El apagón tecnológico


Max está tan embebido en el partido de fútbol americano que retransmiten por televisión, la final de la Super Bowl del año 2022, que no se pierde ni la publicidad: “-Max no deja de mirar cuando llegan los anuncios. Se vuelve un consumidor sin intención de comprar nada. Un centenar de anuncios en las próximas tres o cuatro horas”. Mira y escucha, pero con el sonido bajo, de tal forma que, mientras tanto, puede hablar con los demás. Martín, por su parte, está también absorbido por el Manuscrito de 1912 de Eisntein sobre la teoría de la relatividad especial. Ellos dos y la mujer del primero, Diane, esperan la llegada de dos amigos, Jim y Tessa, que vuelan desde París a Nueva York.

Pero de súbito sucede algo: la señal de televisión se pierde, lo cual desconcierta a Max y, probablemente, a toda la gente que está viendo el partido,  al sentirse “abandonada por la ciencia, la tecnología, el sentido común”. Diana intenta llamar a sus hijas con el móvil, pero tampoco éste da señales de vida. Entonces le pregunta a su marido: “¿Esto no será la aceptación que señala la caída de la civilización mundial?”

Mientras tanto, Jim y Tessa, van en una furgoneta con otros pasajeros heridos hacia una clínica, porque el avión ha sufrido un aterrizaje forzoso, en el momento del apagón. Cuando llegan a esta, toman conciencia de lo que ha sucedido, de lo que es un mundo sin tecnología, por la voz de una mujer que les atiende: “-Cuanto más avanzados, más vulnerables. Nuestros sistemas de vigilancia, nuestros dispositivos de reconocimiento facial, la resolución de nuestras imágenes. ¿Cómo sabemos quiénes somos? ¿Qué pasará cuando nos tengamos que marchar? Sin luz, sin calefacción. Irme a casa, al sitio donde vivo, encima de un restaurante que se llama Verdad y Belleza, si no funcionan el metro ni los autobuses, si no hay taxis, si el ascensor del edificio está bloqueado…”

A raíz del apagón tecnológico, la novela, que comienza de forma anodina, poco a poco coge vuelo y los personajes adquieren fuerza. Por ejemplo, Max habla solo, frente a la pantalla vacía, imaginando jugadas y anuncios, ante la estupefacción de su mujer: “Inalámbrico como tú quieres. Relaja e hidrata. Te da el doble por el mismo coste. Reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares”. Incluso se figura que baja al campo de juego con el micrófono invisible en la mano y se dirige a una cámara también imaginaria: “Aquí, en la banda del campo, este equipo rezuma confianza a pesar de la racha de lesiones”.

Martin piensa en alto, interrogándose por lo que ve: “Me miro en el espejo y no sé a quién estoy mirando. La cara que me mira no parece la mía. Pero, bien mirado, ¿por qué iba a serlo? ¿Acaso el espejo es una superficie realmente reflectante? ¿Y acaso es la primera cara que ven también los demás? ¿O bien es algo o alguien que me he inventado? (…) ¿Y qué ve la gente cuando camina por la calle y mira a otra gente? ¿Lo mismo que yo veo?”. 

Diane habla continuamente de un viaje a Roma, sobre los techos pintados, sobre los turistas, sobre la figura de Jesús de Nazaret… Pero, aunque le pregunta a Max, éste no le contesta o lo hace con desgana, porque no hay comunicación entre ellos, sólo monólogos, cada uno en su mundo, como si el apagón hiciera imposible el diálogo.

Surgen reflexiones sobre la situación que están viviendo: “La inteligencia artificial que traiciona a quienes somos y nuestra forma de vivir y pensar”. Si falla la tecnología, queda el mismo vacío que el de la pantalla del televisor

Las historias de Max, Diane y Matin, y la de sus amigos, Jim y Tessa, que se han ido alternando, acaban fundiéndose con la llegada de estos al piso; y en un momento determinado los papeles de cada uno se definen. Es como si, libres de las ataduras de la tecnología, se encontrasen a sí mismos y, sin importarles contradecirse, empezaran a divagar en alto sobre lo que ha ocurrido o sobre la vida, diciendo simplemente lo que se les viene a la cabeza, sin ninguna pretensión de que los demás les escuchen, sólo para tomar conciencia de que están vivos: 

“y luego el aterrizaje forzoso, un ruido gigantesco, como de un cohete, y el impacto que pareció la voz del mismo Dios, perdonadme, y me di en la cabeza con la ventanilla, alguien gritó fuego, había un ala en llamas, y sentí que me entraba sangre en el ojo y estiré el brazo para cogerle la mano a Tessa, la tenía allí, estaba diciéndome algo, y al otro lado del pasillo alguien medio gritaba y medio se asfixiaba…” (Jim)

“Aquí y ahora, en estas horas cruciales, me he abierto paso a golpes y codazos hasta esta calle y este edificio y he encontrado la llave de mi casa y he abierto la puerta de entrada y no hace falta que me lo recuerde a mí mismo, no hace falta ni decirlo, los ascensores no funcionan, así que me he puesto a subir despacio las escaleras, observando cada peldaño mientras subía, piso tras piso…” (Max)

“Mirar fijamente al espacio. Perder la noción del tiempo. Irse a la cama. Levantarse de la cama. Meses y años y décadas de dar clase. Los alumnos tienen tendencia a escuchar. Todos con orígenes distintos. Caras oscuras, claras, intermedias. ¡Qué está pasando en las plazas públicas de Europa, esos sitios en los que he caminado y mirado y escuchado? Me siento muy ingenua (…) Alguien que quería inspirar a sus alumnos (…) La película del fin del mundo. Gente atrapada en una habitación” (Diane)

“LLevo muchos años escribiendo en cuadernillos. Ideas, recuerdos, palabras, un cuaderno tras otro, ya hay muchísimos amontonados en los armarios, en los cajones y en todas partes, y a veces revisito cuadernos antiguos y me asombra leer lo que pensé en un momento dado que valía la pena escribir. Las palabras me devuelven a un tiempo muerto…” (Tessa)

“-Hora de terminar, ¿verdad? Pero no paro de ver el nombre. Einstein. La teoría de la relatividad de Einstein causando disturbios en las calles, ¿o acaso me lo estoy imaginando porque ya es tarde y no he dormido y apenas comido y la gente que hay aquí conmigo no está escuchando lo que digo?…” (Martin)

El silencio, que es lo que queda después del apagón tecnológico, es como el teatro del absurdo, donde los personajes apenas si se comunican y todo se presenta en un mundo vacío, aunque en esta novela no se deba a un gran conflicto bélico mundial; y lo mismo que en este tipo de teatro, Don DeLillo no nos ofrece respuestas, sino que deja a cada lector su propia interpretación.

Es difícil en poco más de cien páginas, mediante un lenguaje sencillo y preciso, dejar un poso tan profundo, hacernos reflexionar sobre un mundo dependiente de la tecnología, hasta el extremo de quedarnos vacíos, confundidos y sin capacidad de respuesta, si nos desaparece esta. 

Al finalizar la novela, Martin, que estaba leyendo el manuscrito de Einstein sobre la relatividad, se refiere nuevamente a este científico, y a los lectores nos vuelve su pronóstico sobre el negro futuro de la humanidad con el que había comenzado: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se librará con palos y piedras”.