El escritor recientemente fallecido, Juan Goytisolo, demuestra una gran sinceridad y valentía en este texto autobiográfico, publicado en 1985, donde escribe sobre su infancia y juventud, con una madre sensible y con inquietudes culturales, que murió en un bombardeo, durante la Guerra Civil, y un padre ordenado y severo en su vida, pero que invertía el dinero temerariamente en empresas aventuradas y absurdas. Si con la primera su relación estuvo basada en el cariño, con el segundo, en cambio, apenas tenía confianza y se fue distanciando poco a poco de él.
Pero más sincero y valiente se muestra, cuando habla sobre su abuelo Ricardo, que abusó de él, cuando era un niño, y al que se acerca no sólo como pedófilo, sino también como víctima, porque esta inclinación sexual la vivía como una aberración condenada por la sociedad y por él mismo, que se despreciaba por ella; o cuando se describe como un niño vanidoso, que exhibe sus conocimientos de geografía e historia en el colegio, con cualquier pretexto, a causa de su timidez enfermiza; o cuando recuerda sus primer año en la universidad y cómo, junto a dos compañeros más, solía lucir su erudición y sabiduría, ante la primera víctima propiciatoria, que se pusiera a tiro.
El ejercicio de autocrítica le lleva a no reconocerse en este joven ridículo y pretencioso, del que habla en tercera persona, como si no fuera él: “La breve evocación de los primeros pasos en la universidad de mi homónimo de hace treinta y cinco años me produce una impresión de estupor semejante a la que sentiría, imagino, un docto profesor universitario especialista en Calderón o los presocráticos si, al caminar por los pasillos del metro más cercano a su hogar, tropezara con una hilera de posters con el retrato juvenil de sí mismo anunciando con sonrisa y bigotito un champú natural proteínico o un níveo, suave y casi acariciante jabón de afeitar. ¿Sonambulismo? ¿Ofuscación? ¿Pesadilla? Digamos mejor incredulidad reñida de tristeza ante la total contradicción del personaje con lo que luego serías.”
Un joven pretencioso y ridículo en el que, sin embargo, sí reconoce su extremada pasión por la lectura, en particular, por los libros prohibidos por el régimen franquista, de Proust, Kafka, Malraux, Guide o Camus, en los que se adentraba, escribe, “con un cosquilleo de excitación y estímulo, que sólo quienes hayan bebido como yo de estas aguas pueden comprender de modo justo”.
El placer asociado a la clandestinidad y a la transgresión, que caracterizaría su vida y la de todos los que hemos padecido las consecuencias de una dictadura, pues, como dice Italo Calvino, “los regímenes autoritarios y represivos son los únicos que toman en serio a la literatura, al atribuirle unos poderes subversivos que desdichadamente no tiene e intentar de modo ingenuo entorpecer su lectura”.
Pero Juan Goytisolo tiende a la transgresión no sólo en el ámbito de la literatura, sino también en el de su propia existencia: “a los veintiún años descubría así lo que luego sería una constante en mi vida. Mi desafecto y aún horror a los ámbitos y áreas urbanos despejados, limpios, simétricos, desesperadamente vacíos, con sus calles bien trazadas y pulcras, espacios acotados, circulación fluida. (…) Mi pasión, en cambio, por el caos callejero, transparencia brutal de las relaciones sociales, confusión de lo público y lo privado (…) precariedad, improvisación, apretujamiento, luchad despiadada por la vida, medineo fecundo, imantación misteriosa”. Por eso, sus pasos se orientaron, con el transcurrir del tiempo, a ciudades ajenas a la planificación y el control, como París, Estambul, Nueva York o Marraquech.
Así, a la búsqueda de su identidad, viviendo fuera de su país, donde siempre se sintió un extraño; cultivando la literatura, su gran pasión; adquiriendo una conciencia social, que le aleja de la iglesia y de la burguesía rapaz e hipócrita, clase social a la que pertenecía su familia, y le acerca a posiciones marxistas; y descubriendo poco a poco su verdadera sexualidad, que nunca fue convencional y que permaneció oculta, durante mucho tiempo, en un coto vedado, como sugiere el título del libro
Alterna la primera persona, con la tercera y la segunda, que utiliza sobre todo para dar un tono reflexivo a lo que cuenta. Por ejemplo, cuando se refiere a las cartas que intercambió, durante el servicio militar, con la que luego sería su mujer, Monique Lange: “Vuestro diálogo a distancia muestra el goce y cautela de quienes caminan a una cita amorosa entre dunas y arenas movedizas. Los planes que forjáis para el futuro son transitorios y frágiles (…) Cada uno de vosotros conservará su libertad y no aspirará a la posesión exclusiva del otro. En tanto permanecéis separados, debéis permitiros alegremente pequeñas infidelidades”.
Y a veces, su escritura abandona la coherencia y se vuelve automática y surrealista, por ejemplo, para tratar de justificarse a sí mismo el no haber visitado a Eulalia, que se había convertido en una madre para él y sus hermanos y que acabó devorada por el cáncer: “cabeza ardiente, punzadas de dolor, presentimiento agorero, deseos frustrados de huida, síntomas de pánico, humedad involuntaria, tenaz aleteo del corazón, miembros paralizados, inminencia del rostro que temes, figura de Eulalia convocada por la desmesura de tu propio espanto, perceptible ya en la penumbra, cada vez más precisa y nítida, cabello, piel, ojos, labios, mejillas perfectamente exactos, esquiva, distante, muda, un gesto de reproche amargo, imagen presencia, corporeidad que te fulminan, se adueñan de ti, rompen los diques del pudor, desbordan la culpabilidad acumulada en tu seno, minutos u horas de dolor, gemidos, lágrimas, extemporáneo e inútil arrepentimiento”. O para mostrar la dureza de la vida en los pueblos del Sur de España y la falta de expectativas de sus habitantes: “tierra expoliada y exangüe, minas abandonadas, chimeneas en ruina, negruzca profusión de escoriales (…) mujeres de luto, prematuramente gastadas, cargadas de cántaros junto al aguaducho: campesinos sonámbulos, reatas de mulas, hombres callados y tristes acogidos a la paz de un sombrajo: ninguna mudanza ni expectativa de cambio: soledad, reiteración, monotonía, deseos de huida, de sacudir el polvo adherido a la suela de los zapatos…”
En resumen, Coto vedado es un libro autobiográfico sincero y valiente, escrito con originalidad, que se plantea como un aprendizaje continuo –lo que es la vida de cualquier persona- y que ahora, pasados más de treinta años de su publicación, mantiene toda su frescura y poder transgresor.
Hablaremos de él, en la primera sesión del club de lectura del IES Gran Capitán del curso 2017/18, el 13 de septiembre, miércoles, a las 18 horas, en el aula de audiovisuales de la primera planta.