Gracias, Grecia

En medio de la basura que circula por Internet, a veces, te llegan correos que son como un regalo de los dioses. Sucedió ayer y me lo envió un amigo y profesor de Latín. Contenía el enlace a un vídeo, cuyo mismo título «Gracias, Grecia», tan sugerente y eufónico, me cautivó desde el principio.

Lo han elaborado un grupo de profesores y alumnos del IES Ingeniero de la Cierva de Murcia para protestar contra la desaparición del Griego y la Cultura Clásica, en los centros de enseñanza de España, prevista en el borrador de la nueva Ley de Educación (LOMCE). Son ellos mismos los que van apareciendo en pantalla para dar las gracias a los griegos por todo lo que nos han dado a lo largo de la historia, sobre todo palabras, pero palabras impregnadas de un significado profundo: «Matemáticas» escribe en la pizarra el profesor que imparte esta asignatura; «Filosofía» dicen a coro un grupo de alumnos; «Gimnasia» pronuncia, sílaba a sílaba, como si estuviera haciendo un ejercicio de dicción, otro profesor; «¡Teatro!» exclaman varios alumnos con máscara, y a continuación, con los brazos en alto, «¡Comedia!»  «¡Tragedia!»…

Ahora que estamos estudiando en clase los diferentes procedimientos para formar nuevas palabras, entre las que se encuentran los helenismos, que acabo de mencionar, me ha parecido oportuno comentar este maravilloso vídeo-homenaje a Grecia e invitaros a verlo.

También porque este país, que tanto ha contribuido al desarrollo de la civilización occidental, está en crisis. Dicen que porque sus habitantes, durante los últimos años, han gastado más de lo que tenían y ahora se ven obligados a pagar su deuda a los banqueros alemanes, que no dejan de enriquecerse.

Después de ver este vídeo, pienso que la deuda la tenemos todos los demás ciudadanos europeos con ellos, por todo lo que nos han dado, sin pedir nada a cambio. Por eso, me sumo al «Gracias, Grecia» de los alumnos y profesores del IES Ingeniero de la Cierva.

En defensa del optimismo

Hoy he leído dos declaraciones en el periódico: una me ha entristecido y otra me ha alegrado. Curiosamente, las dos pertenecen a la misma persona, John Hoffman, responsable del congreso de telefonía móvil más importante del mundo, el Mobile World Congress.

En la misma entrevista, este arquitecto estadounidense declara, por un lado, que a su hijo pequeño no se le da bien la caligrafía en la escuela; pero que no le preocupa excesivamente, a pesar de las discusiones que tiene con su mujer, por este motivo, porque –según él- “escribir a mano se convertirá en algo pasado”. ¡Qué pena!, he pensado, yo que animo a mis a alumnos a que entreguen sus redacciones y trabajos a mano.

Por otro lado, afirma que ve  una importante diferencia entre Estados Unidos y España: en el primero de los dos países “si pierdes tu trabajo y tu casa, puedes volver a empezar”. ¡Qué bien!, he pensado, especialmente, en este momento de crisis, como el que estamos atravesando, con un 30 % de paro general y un 50% entre los jóvenes. Qué mensaje tan positivo, sobre todo para estos últimos, que representan el futuro de nuestro país. Claro que deberíamos tener el mismo concepto de quiebra que los ciudadanos de Estados Unidos, de ver la luz al final del túnel. Es decir, tendríamos que cambiar el estigma ligado al fracaso, por la idea de que podemos levantarnos, después de caer, por muy dura que sea la caída. Como dice el responsable del MWC “siempre puedes volver a empezar varias veces y acabar triunfando”.

Es lo que tiene leer el periódico todos los días, puedes cambiar del pesimismo al optimismo, en cuestión de segundos. Pero prefiero quedarme con el segundo de estos sentimientos, porque no me acabo de creer, precisamente, ahora, que escribo a mano este comentario en un folio usado –por aquello de la obligada reutilización- que se va a perder la caligrafía, aunque a nuestros jóvenes les cueste cada vez más enfrentarse a una redacción y prefieran escribir SMS y mensajes en las redes sociales, con las abreviaturas y limitaciones de palabras, que todos conocemos, antes que una carta. Al menos, los profesores de Lengua española esperamos que no se pierda el placer de sentir deslizarse el lápiz o el bolígrafo sobre la hoja en blanco, con los trazos y las líneas que revelan nuestra forma de ser y nuestro estado anímico, pues es quizá uno de los ejercicios que mejor nos define como personas.

Pedro y el capitán por Círculo teatro

Esta obra de Mario Benedetti es una larga conversación entre un torturador y un torturado, donde el maltrato físico no está presente como tal, aunque sí como una sombra que pesa sobre ambos. Esta ausencia nos permite a los espectadores, como dice el autor uruguayo en el prólogo, mantener una mayor objetividad para juzgar el proceso de degradación que sufre el primero de estos personajes, el capitán, pues el segundo, Pedro, acaba siendo el vencedor moral, al preferir la muerte a la delación de sus compañeros.

La sobriedad en la escenografía del montaje que la compañía cordobesa Círculo Teatro nos ofreció ayer -una mesa con un flexo, y dos sillas- contribuyó a que nos centráramos sobre todo en la interpretación. Hablando con Blanca Vega, directora de la compañía, conocimos que llevan 46 representaciones, muchas de ellas realizadas en pequeños espacios, incluido el salón de su propia casa, donde los actores deben hacer uso de todos sus recursos expresivos.

El aspecto físico de Antonio Aguilar y Manuel Monzón se compagina con los papeles que representan: la delgadez y las ojeras pronunciadas del primero le van como anillo al dedo al personaje de Pedro; y el físico más contundente del segundo, responde a  las características del capitán.

Así pues, todo hacía presagiar que asistiríamos a un gran representación; todo menos la actitud de un grupo de alumnos de 1º de Bachillerato, quienes con sus risitas, comentarios e incluso conversaciones prolongadas, impidieron la concentración necesaria de los actores y perjudicaron el seguimiento de la obra por parte de los que asistíamos a la representación, que prácticamente completamos el aforo del salón de actos del IES Gran Capitán.

Una lástima, la verdad, porque, si algo exige un representación teatral es el silencio, más, si cabe, en una obra, como la de Benedetti, donde aparecen en escena: un personaje que acaba de sufrir torturas terribles y, en consecuencia, expresa con el cuerpo, con la voz y con los gestos, todo su dolor; y otro que evoluciona desde la prepotencia de quien se siente en poder de la razón, hasta la angustia que acaba provocándole la toma de conciencia de un trabajo indigno.

No obstante, y a pesar de las dificultades externas para identificarnos con los dos personajes, que se desnudan anímicamente ante nosotros, pudimos reconocer el trabajo minucioso que hay detrás de la construcción de los mismos: los movimientos y los gestos medidos, que reflejan la prepotencia y la ironía del capitán, convencido de vencer la resistencia de Pedro; y el cuerpo desmadejado, los espasmos nerviosos, y la mirada perdida de éste, que expresan la voluntad de mantenerse fiel a sus principios éticos. E igualmente el esfuerzo de los dos actores por imitar en su forma de hablar el acento uruguayo, que consiguen con nota y que contribuye a situarnos en este país latinoamericano, donde se desarrolla la acción.

Hubo momentos, en el primer acto y en el cuarto, donde Manuel Monzón y Antonio Aguilar brillaron con especial intensidad, mostrándonos los matices expresivos a los que acabamos de referirnos. Lo pudimos apreciar mejor los espectadores que nos encontrábamos junto a ellos en el escenario.

Quizá donde más se resintió el montaje, a causa de los factores externos mencionados, es en la evolución de los personajes, porque exigía de los actores una concentración máxima, en particular del capitán, que experimenta un cambio más radical. Además, en una obra de ritmo lento, como esta, los espectadores disponemos de más tiempo para fijarnos en los gestos y movimientos que reflejan estos cambios.

La música, especialmente en las transiciones entre los actos, con esos aldabonazos secos que nos aplastaban contra los asientos, coadyuvó a que nos imagináramos las torturas infligidas al detenido. La iluminación, predominantemente blanca, estuvo en consonancia con los interrogatorios que se llevan a cabo en escena. Y el vestuario, el adecuado: traje y corbata, el capitán; y pantalones sucios y desgarrados, Pedro.

Gracias a  la Compañía Círculo Teatro por ofrecernos este montaje tan cuidado, donde se denuncia la violencia ejercida por los sistemas represivos, y por haber desafiado la leyenda –como afirma su directora en el programa de mano- de que para crecer en la profesión de actor hay que emigrar a tierras más prósperas en el negocio, como Madrid y Barcelona. Claro que para que los grupos cordobeses permanezcan en nuestra ciudad debemos tratarlos como se merecen: con respeto y consideración.

 

 

La homofobia que no cesa

Hoy publica el periódico El País la noticia de un profesor de Historia jubilado y un repartidor de bidones de agua, que se casaron el pasado miércoles en Pekín, en una boda sin validez jurídica, pero que fue retransmitida en directo por Internet. Cuando ambos estaban sentados, uno al lado del otro, celebrándolo en compañía de un grupo de amigos, irrumpió en la fiesta el hijo de uno de los miembros de la pareja, apagó la música y golpeó a los invitados, porque pensaba que la boda le hacía perder su dignidad.

En China, la homosexualidad fue delito hasta 1997, aunque es, a partir de 2001, cuando deja de ser definida como una enfermedad mental. No obstante, en la actualidad la mayor parte de las familias la considera un problema, que se puede cambiar.

En España, al menos teóricamente, la situación de los homosexuales es mejor, pues tenemos una de las legislaciones más progresistas del mundo, sobre todo a partir de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, en julio de 2005.

Sin embargo, una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica. Pudimos comprobarlo el pasado jueves, en el debate celebrado en 3º de Diversificación. Todos los alumnos y alumnas que intervinieron se mostraron partidarios de que cada persona podía vivir su sexualidad libremente; pero se contaron casos que ponen de manifiesto la pervivencia de la homofobia, incluso entre los propios alumnos de nuestro centro, algunos de los cuales comentan disimuladamente las formas amaneradas de un compañero, o recriminan a otro, que ha hecho pública su homosexualidad, la utilización de los mismos aseos que ellos. Quizá no sean tan bruscos como el cineasta Luis Buñuel que, cuando oyó comentarios sobre la homosexualidad de su amigo Federico García Lorca, llamó aparte a éste y le espetó “¿es verdad que eres maricón?”; pero las palabras de estos alumnos hacen probablemente más daño e impiden a sus compañeros ser libres.

Por eso, en estos tiempos en que se ciernen oscuros nubarrones sobre la enseñanza pública y, en particular, sobre Educación para la Ciudadanía, hay que reivindicar más que nunca, en el Currículum de la ESO, la presencia de esta asignatura, que pretende, entre otros objetivos, mejorar la conciencia y el entendimiento de la homosexualidad.

Gestos

Acabo de leer una columna de Carlos Bollero donde propone la conveniencia de que nos replanteemos la certeza del tópico “un gesto vale más que mil palabras”. El crítico del diario El País recuerda algunos gestos memorables: el de Santiago Carrillo, en el Congreso de los Diputados, donde permaneció sentado, en el intento de golpe de estado del 23 de febrero, desafiando así al teniente coronel Tejero; el gesto posterior de Adolfo Suárez, levantándose de su escaño para acudir en ayuda de su Ministro de Defensa, Gutiérrez Mellado, que estaba siendo zarandeado por los guardias civiles; y el de este último, de pie y con los brazos en jarra, exigiéndole cuentas al golpista. También incluye el del jugador del Fútbol Club Barcelona, Carles Puyol, en el último partido contra el Real Madrid, mandando jugar a su compañero Piqué, cuando éste pretendía mostrarle al árbitro un encendedor que habían arrojado al campo.

Estos gestos a los que alude Carlos Bollero me han recordado otros, que no merecen el calificativo de memorables; pero que son habituales en algunas clases. Por ejemplo, el alumno al que se dirige el profesor, y en lugar de mirar de frente a éste, le muestra su perfil; o el que te pregunta un duda y, cuando tú inicias la aclaración, se pone a charlar con el compañero de pupitre; o el que confunde la silla de clase con el sofá de su casa y no entiende que le llames la atención para que modifique su postura inadecuada; o, en fin, el que asegura estar atendiendo a tu explicación, aunque, en ese momento, se encuentre consultando su agenda o manipulando su móvil o siguiendo, a través del cristal de la ventana, que da al patio, las evoluciones de otros compañeros, en la clase de Educación Física.

Son gestos, a los que los alumnos implicados no les dan la menor importancia y que, en último extremo, suelen interpretar como signos de confianza con el profesor; pero que, en realidad, tienen mucho más significado que las palabras que ellos emplean para justificarlos.