Los internados del miedo

Este libro fue posible gracias a la investigación llevada a cabo por sus autores, Montse Armengou y Ricard Belis, para elaborar el documental del mismo nombre. Es un retrato coral de los miles de niños y niñas que sufrieron maltratos físicos o psíquicos, abusos sexuales, explotación laboral y prácticas médicas dudosas, en los internados, mayoritariamente religiosos, durante la dictadura franquista y hasta bien entrada la democracia.

Las víctimas son fundamentalmente hijos de madres solteras o que se encontraban en las cárceles, de mujeres separadas, o de chicas embarazadas incestuosamente por sus familiares. Muchas de ellos fueron encerrados, desde su nacimiento hasta la mayoría de edad, en estos centros, donde además de sufrir abusos, malcomían y eran adoctrinados en los principios del régimen franquista:

“¡Estáis en desgracia permanente y por esta razón habrá que coger el látigo para sacar vuestro demonio, que vive en vuestras oscuras almas con tan morbosa satisfacción! ¡Habrá que borrar el pasado y de hoy en adelante seréis sometidos a la más estricta obediencia! ¡Recordad que habéis llegado abandonados de todo y algunos en condición de maleantes, mendicantes y viciosos!”

Con estas palabras llenas de odio Eulalia Arqué, superiora de la Casa de la Caridad de Barcelona, se dirige a los desvalidos e indefensos niños allí acogidos.

Por eso, lo que más recuerdan de su estancia en estos centros es el miedo: “si alguien alzaba el brazo, aunque fuera para rascarse la cabeza, nosotros instintivamente levantábamos la mano como defensa… Incluso muchas veces los profesores mismos se reían y te hacían el gesto como si fuesen a pegar para ver cómo nos protegíamos”.

Un miedo que les acompañaba día y noche, pues la violencia estaba presente en muchos momentos de la vida cotidiana, incluida el aula, donde era un instrumento básico en la pedagogía de la época: “Lo único que intentábamos por todos los medios, era memorizar como loros todo lo que nos enseñaban (…) El día que tenías la desgracia de salir a la pizarra, te enterabas de que te habías equivocado cuando veías tu nariz estampada contra la pizarra y la sangre cayendo jersey abajo”, dice Cándido, hijo de padres republicanos, que estuvo interno en el hospicio de San Fernando de Madrid.

No siempre la violencia física era la peor, sino la psicológica. Por ejemplo, en los hogares Mundet de Barcelona a los niños que se meaban en la cama los obligaban a pasear con las sábanas mojadas en la cabeza, delante de todos los compañeros, para humillarlos. Esta forma de violencia acaba provocando secuelas difíciles de superar: “aún me cuesta relacionarme y sobre todo mirar a alguien a los ojos cuando me habla”, cuenta José Antonio, cuarenta años después de su estancia en el internado.

Es especialmente grave el drama de las mujeres solteras, que eran desposeídas de sus hijos nada más nacer éstos, pues no había una legislación que las protegiera. Las obligaban a firmar un papel, con frecuencia bajo los efectos de la depresión después del parto, y ya habían perdido al hijo para siempre.

Esta situación de violencia, malnutrición y abandono se daba también en los llamados preventorios antituberculosos, donde supuestamente iban los niños a pasar unas vacaciones pagadas, divertidas y saludables. Dice Javier, que estuvo en uno de estos centros: “La sensación más terrible que recuerdo es la sed. Pasábamos una sed terrible. No podíamos beber el agua que queríamos, solo una vaso durante la comida y otro en la cena”.

En uno de los preventorios se sitúa una de las experiencias más traumáticas, que figuran en el libro: “El capellán se levantó el hábito y me puso el miembro en la boca hasta que sentí que se me empezaba a escurrir una cosa asquerosa. Me toqueteó toda, me hizo darle la espalda y por detrás también me hizo lo que quiso”. La cuenta Dolores, que sufrió estos abusos sexuales, cuando solo tenía nueve años de edad, con el agravante de que el pederasta la culpó luego a ella de lo que había ocurrido, haciéndola sentir incluso ahora, mucho tiempo después, como un desecho humano.

Merece la pena leer este libro, duro, pero que se corresponde con la verdad, una verdad que aún se continúa ocultando, porque, desgraciadamente, en nuestro país, no ha habido ni hay sensibilidad suficiente para asumir la memoria histórica. Por eso, las víctimas, no sólo las de estos internados del miedo, sino, en general, las de la represión que siguió a la guerra civil, durante la dictadura de Franco, que nunca han sido reconocidas como tales víctimas y a las que nunca se les ha pedido perdón, se ven obligadas a recurrir a los tribunales internacionales.

El pasado nunca muere

Durante las últimas semanas, los compañeros me preguntan qué siento estando tan cerca de la jubilación. Les respondo que nada especial, pues las clases me absorben y no me da tiempo a pensarlo; pero no es del todo cierto, porque, después de casi treinta y seis años en la enseñanza, mi vida va a cambiar. Hace unos días, mientras me dirigía conduciendo al instituto, pensaba en ello y de súbito me invadió un sentimiento de nostalgia de algo que todavía no se había producido; pero que inevitablemente se producirá, a partir del próximo curso. Sentí pena de verme ausente del instituto y pensé que al Seat Toledo que conducía también le iba a cambiar la vida. Al dejar de utilizarlo diariamente, quedará aparcado en algún lugar de la calle y, con el paso de los días, el polvo y la suciedad se apoderarán de él.

Así que el sentimiento de nostalgia era doble: por mí y por mi vehículo. Y vino a mi mente la copla de Jorge Manrique:

 

Recuerde el alma dormida,


avive el seso y despierte,


contemplando


cómo se passa la vida,


cómo se viene la muerte


tan callando;


cuán presto se va el plazer,


cómo después, de acordado,


da dolor;


cómo, a nuestro parescer,


cualquiera tiempo passado


fue mejor.

 

Con estos versos, la tristeza originada por el recuerdo de algo que aún no había perdido se acentuó. Pero también pensé en Faulkner, el maestro de la narrativa moderna, cuando escribió: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. Y apliqué esta gran verdad a mi vida: mi experiencia como docente nunca terminará de pasar; siempre estará ahí operando sobre el presente, formando parte de él, cuidándome, de igual modo que yo puedo cuidar la carrocería del Seat Toledo, lavándolo de vez en cuando.

La invasión de las abreviaturas

Ayer por la tarde, mientras practicaba footing por el parque Cruz Conde, divisé al final de la recta más larga del circuito a una pareja, ya entrada en años, que avanzaba a paso ligero. Me llamó la atención la camiseta blanca que llevaba puesta el hombre, mejor dicho las letras inscritas en la parte de atrás: DESBRE, alcancé a leer. Lo primero que me vino a la cabeza es que esa palabra no existe en nuestra lengua; sin embargo, al acercarme, observé que entre las sílabas DES y BRE había una Q, que seguía sin aclararme nada, aunque deduje que probablemente la clave estaba en otras dos palabras, de tamaño más pequeño, que se encontraban justo debajo. Aceleré el paso; pero a la salida de una curva perdí a la pareja de vista; los dos desaparecieron como por arte de magia y me  quedaron con la intriga de saber qué decía el estampado de la camiseta. Continué corriendo, pero no hacía más que darle vueltas a la palabra DESQBRE, que me sonaba rarísima. Pensé si podía ser la marca de algún producto o si se trataba de alguna estrategia publicitaria, que pretendía despertar la curiosidad del receptor. Me encontraba abstraído en este pensamiento, cuando de pronto volví a ver a la pareja, ahora mucho más cerca, lo cual me permitió leer completo el mensaje:

DESQBRE

LA DUCHA

Aún tardé bastantes segundos en interpretarlo, porque la palabra “descubre” no se escribe con “q” sino con “c”. DESCUBRE LA DUCHA, decía. ¡Qué oportuno, en un lugar donde se practica la actividad física!, pensé. Sin duda es una estrategia publicitaria, que en mí ha funcionado, provocándome una expectativa: el deseo de resolver el significado del texto.

Pero lo que en verdad me preocupaba, en ese momento, es el tiempo que había tardado en interpretar el mensaje. Seguro que cualquiera de mis alumnos habría tardado mucho menos, pues están habituados al lenguaje desaliñado del Whatsapp o del SMS.

Según un estudio de tres universidades francesas, hace falta tener una buena capacidad cognitiva para dominar este tipo de lenguaje, propio de la escritura móvil. Por mi tiempo de reacción, es obvio que no lo domino y, por eso, me ha causado una cierto desasosiego. “No importa q este escrito asi” se titula el reportaje publicado ayer en el diario El País, que se hace eco del citado estudio. Las conclusiones a las que llega son que “los SMS no suponen un peligro en la escuela sino un aliado” y que “los alumnos de más nivel son los que más juegan con este lenguaje”.

Así pues, los profesores de Lengua Española no tenemos por qué preocuparnos, pues nuestros jóvenes estudiantes saben distinguir los dos registros: usan abreviaturas y juegos en los teléfonos móviles, para comunicarse entre ellos y como una forma de diferenciarse de los adultos; y respetan las normas de la RAE, cuando tienen que escribir una redacción o un examen.

Después de más de 30 años enseñando Lengua Española, puedo afirmar, a pesar de la opinión contraria de algunos compañeros, que no hay tanta diferencia, en lo que a la escritura se refiere, entre los alumnos de antes -me refiero a los que no estudiaron con la injustamente vilipendiada LOGSE- y los de ahora, o en todo caso, si la hay, se debe más al hecho de que la enseñanza sea obligatoria hasta la 16 años, un logro social extraordinario, se mire por donde se mire, que al uso de los móviles.

También se horrorizaba Dámaso Alonso en su poema “La invasión de las siglas” por la proliferación de este tipo de palabras en el siglo XX:

“Legión de monstruos que me agobia,

fríos andamiajes en tropel:

yo querría decir madre, amores, novia;

querría decir vino, pan, queso, miel.

¡Qué ansia de gritar

muero, amor, amar!

Y siempre avanza:

USA, URSS, OAS, UNESCO,

KAMPSA, KUMPSA, KIMPSA,

PETANZA, KUTANZA, FUTRANZA..

¡S.O.S., S.O.S., S.O.S.!”

Sin embargo, las siglas hoy día forman parte de nuestra vida, sin que a nadie  le llamen especialmente la atención, incluso algunas de ellas, como “ovni” o “láser” han sido incorporadas al diccionario de la RAE, es decir, se han lexicalizado.

Lo mismo puede suceder con las abreviaturas que emplean nuestros alumnos en los teléfonos móviles, pues es una forma natural de comunicarse, que no se debe estigmatizar. Según la investigadora francesa Bernicot, si insertamos esta forma de utilizar el lenguaje en nuestras prácticas pedagógicas, podríamos obtener resultados sorprendentes.

A quienes temen, como el lingüista Gómez Torrego, que todo este desaliño en el uso del lenguaje, sea perjudicial, sobre todo en el aprendizaje de la ortografía, se le puede contestar que precisamente la función de los profesores de Lengua Española en las aulas es explicar en qué tipo de contextos se debe utilizar uno u otro lenguaje.

Y a los que no estamos familiarizados con esta forma abreviada de comunicarse, que nos diferencia de los jóvenes, nos conviene hacerlo lo antes posible, si no queremos tener dudas sobre nuestra capacidad cognitiva, como me ocurrió a mí practicando footing.

 

La ira como respuesta

El País Semanal de ayer, publicó un reportaje sobre las reacciones de ira de las personas, donde se afirma que esta emoción puede tener justificación, cuando nos sentimos amenazados, pues en estas situaciones nos da fuerzas para protegernos. Sin embargo, no suele ser una respuesta eficaz para comunicarse, por lo que tiene de irracional y sobre todo porque “nadie quiere relacionarse con una persona que estalla de forma descontrolada y hace cosas que luego cuesta olvidar”.

Le sucedió ayer al segundo entrenador del Atlético de Madrid que, indignado por las decisiones del árbitro, que en su opinión habían perjudicado gravemente a su equipo, se dirigió a él de forma agresiva y amenazante, una vez  finalizado el partido contra el Real Madrid.

Los profesores, en ocasiones, exasperados por el mal comportamiento de los alumnos, reaccionamos airadamente, en especial los que demostramos quizás una excesiva paciencia con ellos, tolerando actitudes contrarias a la vida académica como: hablar reiteradamente con el compañero, mientras el profesor explica o tiene la palabra otro compañero; proferir tacos o utilizar expresiones malsonantes; hacer manifestaciones insolidarias o discriminatorias hacia determinados sectores sociales; etc.

Personalmente me sucedió hace dos semanas, cuando asistía a la dramatización de escenas de Tres sombreros de copa por los alumnos de 4º de ESO y uno de ellos destacó los defectos en la interpretación de sus compañeros. No supe o no puede controlarme y respondí con ira a sus comentarios, generando un clima de crispación en la clase. Afortunadamente, otros alumnos o, para ser exactos, otras alumnas, intervinieron con la intención de calmarme y lo consiguieron.

Pero también entre el alumnado se producen estas reacciones, que con frecuencia tienen su origen en el ambiente donde viven, pues las personas, cuando son niños o adolescentes, actúan por imitación. En estos casos, somos los profesores los que llamamos la atención sobre la necesidad de controlar la ira y buscar alternativas más saludables para mostrar el enfado, como localizar el motivo del mismo y preguntarse si justifica la respuesta, es decir, pensar antes de actuar.

En el ámbito literario, igualmente, se dan reacciones descontroladas que desencadenan consecuencias dramáticas, como la de Sempronio y Pármeno que acaban matando a la vieja Celestina, porque esta se niega a compartir con ellos la parte del botín que le había entregado Calisto; o en La vida es sueño, la de Segismundo,  encerrado desde su nacimiento por la predicción de un horóscopo, que se comporta de modo despótico lanzando por la ventana a un criado, cuando su padre lo pone a prueba en palacio.

Así pues, no faltan ejemplos, ni en la vida ni en la literatura, de reacciones coléricas, como si las personas y los seres de ficción necesitáramos escenificar el enfado para hacerlo más real. Quizá nos falte entrenamiento y pensar más en los demás para controlarnos.

Sobre el significado de las palabras

En ocasiones, surgen palabras, durante el desarrollo de una clase, en las que merece la pena detenerse y de las que puede extraerse una enseñanza. Es el caso de “ver” y “observar”. Si quiero referirme a que ayer me crucé con alguien por la calle, digo “vi a fulanito”; pero, si aludo a su forma de vestir o de andar, es preferible “observé cómo vestía  o andaba fulanito”. La diferencia entre ambos verbos estriba en que “observar” es ver con detenimiento, examinar atentamente.

Por eso, al describir las cualidades de Mariano José de Larra, como escritor de artículos periodísticos, mencionamos su extraordinaria capacidad de observación, que le permite ofrecer una visión crítica de los hábitos y costumbres de la sociedad española: los malos modales de la clase media (El castellano viejo); el mal funcionamiento de la administración pública (Vuelva usted mañana); la lidia de los toros, como barbarie nacional (Corridas de toros); etc. O, al analizar la forma de actuar del personaje Auguste Dupin en el relato Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, aludimos igualmente a su capacidad para fijarse en los detalles, que habitualmente pasan inadvertidos, pero donde se encuentran las claves de una investigación policial. Esta capacidad le permite descubrir indicios que son como las piezas desordenadas de un puzle que hay que recolocar: ninguno de los testigos, aunque son de diferentes nacionalidades, logra decir en qué lengua habla el asesino; la increíble forma de entrar y salir de una habitación que está en un piso alto, lo que da cuenta de una agilidad y fuerza fuera de la común; los extraños pelos encontrados en las uñas de la madre, que no eran humanos; etc.

Otra pareja de términos que comentamos fue “diligencia” y “negligencia”. El primero de ellos nos llevó a las diferentes acepciones de una misma palabra recogidas en el diccionario. Así, “diligencia” en el contexto donde aparecía significaba cuidado y agilidad que ponemos en hacer algo; pero posee otros significados como: trámite de un asunto administrativo o coche grande, arrastrado por caballos, que se utiliza para el traslado de viajeros. Su antónimo “negligencia”, en cambio, tiene un único sentido: descuido o falta de cuidado al realizar algo. De ahí, cuando acusan a un médico de negligencia en su trabajo, porque ha provocado la muerte o el agravamiento de un enfermo, o a un alumno en los estudios, porque ha suspendido todas las asignaturas.

Una tercera pareja de palabras que mereció nuestra atención fue “oír” y “escuchar”. Algunos alumnos -me gustaría pensar que la mayoría- escuchan lo que les dice el profesor, piensan en sus palabras con intención de entenderlas completamente y prestan atención a su lenguaje corporal y a sus gestos; y otros, en cambio, le oyen, es decir, se limitan a percibir con el sentido del oído el mensaje que les transmite. Es una diferencia significativa.

Se trata, por tanto, de que seamos diligentes; de que escuchemos poniendo en juego nuestra atención; y de que desarrollemos nuestra capacidad de observación, es decir, la curiosidad, que nos lleva a investigar y probar cosas nuevas, a buscar información y a aprender, en definitiva.

El engaño

Ayer leímos en clase de Lengua Española de 4º de ESO la rima XLII de Gustavo Adolfo Bécquer:

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma,

¡y entonces comprendí por qué se llora!

¡y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor… con pena

logré balbucear breves palabras…

¿Quién me dio la noticia… Un fiel amigo…

Me hacía un gran favor… Le di las gracias.”

Comentamos que tiene dos partes: una primera donde el poeta expresa el dolor que experimenta a causa de un engaño amoroso; y una segunda donde se pregunta quién le dio la noticia y en la que la intensidad lírica decrece con la aceptación del mismo.

La lectura dio pie a plantearnos cómo reaccionamos las personas ante el engaño en el amor o ante la infidelidad en la amistad. Se distinguió entre una y otra situación, pues la primera entraña un grado de intimidad que no suele darse en la segunda.

Unos se mostraron incapaces de perdonar, sobre todo en el terreno amoroso, por la desconfianza que genera en la persona engañada:¿cómo estar seguro de que no volverá a suceder?, se preguntaban.

Otros , en cambio, adoptaron una actitud más flexible, en el sentido de analizar el contexto donde se produjo el engaño, hablando con la persona que engaña, con el fin de saber hasta qué punto se trata de algo serio o pasajero.

En cualquier caso, sí coincidimos en valorar como algo positivo la sinceridad de contar el engaño, siempre que no origine más problemas que callarlo.

 

 

 

¿Enseñar para el examen?

En el Departamento de Lengua Española hemos acordado este año modificar los instrumentos de evaluación y calificación, concediendo a los controles el 40 % de la nota y el 60 % restante a las producciones escritas, las pruebas orales y la observación directa, a partes iguales. Este cambio obedece, en última extremo, a la importancia de que nuestro alumnado aplique lo aprendido en el mundo real, evitando limitarse a la posesión de conocimientos que pueden proporcionarle asignaturas, con frecuencia desconectadas entre sí. Es decir, la razón estriba en que debemos educar en competencias, tal y como recoge la LOE (Ley Orgánica de Educación), actualmente vigente, y los informes PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), que determinan cada tres años la valoración internacional de los alumnos.

Paradójicamente, la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad de la Enseñanza), aprobada recientemente en el Congreso de los Diputados con los votos del Partido Popular y la oposición de los demás grupos parlamentarios, establece un sistema de pruebas externas, al terminar cada etapa educativa (Primaria, Secundaria y Bachillerato), que previsiblemente valorarán la memoria de los alumnos, la retención de contenidos, sin atender a los contextos donde estudian y sin considerar otras habilidades que ellos tienen. Estas mediciones externas, parecidas a las antiguas reválidas, las inauguró Estados Unidos en 2002, sin que hasta la fecha, haya mejorado su educación. Además, como se harán públicos los resultados, se establecerán ranking de centros, que podrían provocar el vaciado de algunos de estos.

Habrá, pues, que preparar a los alumnos para superar estas pruebas, con lo cual las competencias, es decir, la capacidad para aplicar lo aprendido al mundo real, quedarán relegadas a un segundo término, aparte de que se fomentará la rivalidad entre los alumnos y entre los propios centros, en detrimento de valores, como la solidaridad y la colaboración.

Esta es una de las razones para oponerse a la LOMCE, contra la que han hecho huelga los alumnos los pasados días 22 y 23 de octubre, y contra la que se ha convocado una manifestación esta tarde.

Hablar en público

Después de que Madrid fuera eliminada de la carrera por los Juegos Olímpicos de 2020, en las redes sociales y en los medios de comunicación sólo se hablaba de una cosa: la deslucida presentación de la candidatura, en especial de la intervención de la alcaldesa, Ana Botella, que ha dado pie a vídeos y chistes ridiculizándola. Por contraste, se destacaba la del príncipe Felipe, que fue calificada de profesional y emotiva, por su implicación con el deporte y los Juegos Olímpicos.

Al hilo de esto, en un reportaje del diario El País, publicado ayer sábado y titulado “Cero en expresión oral”, se plantea la pregunta “¿Tienen los españoles menos habilidades que otros países para hablar en público?”. Y la conclusión a la que se llega, después de entrevistar a diferentes especialistas en la materia, es que no estamos entrenados para ello, por la escasa importancia que se le da en nuestro sistema educativo a la oratoria y a la dialéctica.

Curiosamente, en las últimas reuniones del Departamento de Lengua Española, hemos estado hablando de la necesidad de practicar la expresión oral en el aula, de un modo sistemático, es decir, estableciendo un mínimo de pruebas, que serían evaluadas por nosotros y que se reflejarían en la calificación final de cada alumno.

La verdad es que nuestros alumnos pertenecen a una cultura, la andaluza, en la que es habitual hablar y expresar los sentimientos en público, y por tanto tienen un potencial enorme para la oralidad. Lo he podido comprobar en mi experiencia como docente, sobre todo en los debates, donde se expresan libremente y pueden demostrar su fluidez natural en el uso de la lengua hablada. Pero, como dicen los especialistas, no se trata de improvisar, sino de trabajar la exposición oral y prepararse para hablar en público, afrontando el miedo que siempre surge, sin bloquearse. Este es el reto.

Las novatadas son crueles

El País de hoy dedica uno de sus editoriales a las novatadas. En concreto, se felicita por el acuerdo adoptado por 125 de los 160 colegios mayores que hay en España de rechazar estos ritos de iniciación, que suponen la humillación pública de las víctimas y que se espera sean bien aceptados por estas, bajo la amenaza de ser excluidas de la comunidad a la que se quieren incorporar.

Recuerdo, hace bastantes años, cuando hacía el servicio militar obligatorio, que me enfrenté a los soldados veteranos del destacamento de la isla del Hierro, al proponer una fiesta de bienvenida a los nuevos soldados, como alternativa a las crueles novatadas que consistían en levantarles de madrugada y obligarles a ducharse con agua fría o a ingerir alcohol con un embudo hasta provocarles una borrachera.

Nunca he entendido esta forma degradante de recibir a un compañero, que tiene más que ver con los regímenes dictatoriales, que no permiten las libertad individuales y no respetan los derechos humanos, que con democracias supuestamente consolidadas, como la nuestra.

Por todo esto, ahora que se inicia el curso 2013-14, es deseable que los alumnos veteranos del IES Gran Capitán se abstengan, como vienen haciendo en los últimos años, de humillar con novatadas a los compañeros que comienzan sus estudios en el centro. Además, porque uno de los deberes del alumnado, recogidos en la LEA (Ley de Educación de Andalucía), es “el respeto a la libertad de conciencia, a las convicciones religiosas y morales, y a la identidad, intimidad, integridad y dignidad de todos los miembros de la comunidad educativa”.

Es mejor recibirlos con este poema de Mario Benedetti; pero donde el poeta uruguayo dice “esta es mi casa”, lo que en realidad queremos decirles a los nuevos alumnos es “esta es vuestra casa”:

 

No cabe duda, esta es mi casa,

aquí revivo, aquí sucedo,

esta es mi casa detenida

en un capítulo del tiempo.

 

Llega el otoño y me defiende

la primavera y me condena,

mis pobres huéspedes se ríen

duermen, comen, juegan.

 

Llega el invierno y me marchita.

Llega el verano y me renueva,

mis pobres huéspedes retozan,

discuten, bailan, lloran, tiemblan.

(…)

 

Esta es mi casa transparente,

aquí me espera la almohada,

aquí me encuentro con mis señas,

con mi memoria y mis alarmas.

 

Esta es mi casa con mi gente,

con mis pasados y mis cosas,

mis garabatos y mi fuego,

mis sobresaltos y mi sombra.

 

No  cabe duda, esta es mi casa,

la reconozco lentamente

por los sabores en el humo

y por el tacto en las paredes.

(…)