Es sorprendente lo que me ha sucedido con El maestro y Margarita, pues la primera impresión de encontrarme ante algo deslavazado, sin demasiada trabazón interna, se ha tornado, a lo largo de las páginas, en admiración, al comprobar cómo las diferentes partes de la novela se relacionan entre sí, mediante diferentes recursos.
Se cuentan tres historias:
• La aparición del diablo y su séquito, que altera las bases y los valores de la vida en Moscú, y que culmina con una velada de magia.
• La historia de amor entre un escritor, el maestro, al que se le ha rechazado su novela, y una mujer casada, Margarita.
• Y la historia de Poncio Pilatos, cuando a Jesucristo lo crucifican, que es la novela del maestro.
El tono y el estilo en que están redactadas es diferente, pues el realismo y la veracidad de la tercera de las historias citadas contrasta con la irrealidad y el humor absurdo de las otras dos.
Mijaíl Bulgákov, su autor, presenta lo extraordinario y fuera del sentido común, como normal. Así, la llegada a Moscú del diablo Voland y la conversación inverosímil que mantiene con el joven poeta Iván y con Berlioz, presidente del sindicato de escritores, que derivará en la muerte trágica de éste, habría sido, en el caso de que se hubiera permitido la publicación de la novela, cuando se escribió, en la década de los años 30 del siglo pasado, un desafío al régimen comunista, donde el estilo oficial en el arte era el realismo socialista, que tenía como exigencia reflejar al héroe soviético y contribuir a la construcción de ciertos tipos sociales. Desgraciadamente, no se pudo publicar hasta 1967, 31 años después de haber sido escrita y cuando ya había fallecido su autor.
En efecto, en esta novela, por lo que tiene de fantasía e imaginación, hay una crítica implícita a la URSS, un país que profesaba una fe ciega en la razón; pero con independencia de ello, su valor reside en la originalidad con la que se presentan las diferentes situaciones y en el sentido del humor.
Por ejemplo, hay un pasaje donde se identifican los cambios en el estado anímico de Iván con cambios meteorológicos: “El médico le puso una inyección en el brazo y le aseguró que ya no sentiría deseos de llorar, que todo pasaría y que lo que tenía que hacer es olvidad. No se equivocó. Muy pronto el bosque del otro lado del río recobró su apariencia habitual y en el cielo, que volvía a ostentar un limpio color azul, se dibujaba hasta el último árbol. El río se calmó. Y muy pronto, después de la inyección, también Iván se liberó de su angustia. Ahora estaba tranquilamente tumbado mirando el arco iris que se había desplegado en el cielo.”
Y otro donde los cadáveres que salen de la chimenea se transforman inopinadamente en invitados al Gran Baile de Satanás, con lo que se rozan los límites del humor macabro: “De pronto algo explotó en la chimenea y de allí salió una horca de la que colgaba un cadáver medio descompuesto. El cadáver se soltó de la cuerda, chocó contra el suelo y apareció un hombre guapísimo, moreno, vestido de frac y zapatos de charol. De la chimenea salió un ataúd casi desarmado, se desplegó la tapadera y cayó otro cadáver. El apuesto varón se acercó de un salto al cadáver y, doblando el brazo, lo ofreció muy galantemente. El segundo cadáver era una mujer muy nerviosa, con zapatos negros y plumas negras en la cabeza”.
También se reconoce esta originalidad en el punto de vista, que corresponde a un narrador que observa y escucha lo que sucede; pero que, al mismo tiempo, lo juzga y trata de influir sobre el lector: “¡Adelante, lector! ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, fiel y eterno en el mundo, que no existe? ¡Que le corten la lengua repugnante a ese mentiroso! ¡Sígueme, lector, a mí, y sólo a mí, yo te mostraré ese amor!”.
Y en el tipo de personajes, sobre todo Voland, el diablo, sobre cuyo aspecto no se ponen de acuerdo los diferentes informes, que se hicieron sobre él: “La comparación de dichos informes no puede dejar de causar asombro. En el primero, se lee que el hombre era pequeño, que tenía dientes de oro y cojeaba del pie derecho. En el segundo, que era enorme, que tenía coronas de platino y cojeaba del pie izquierdo. El tercero, muy lacónico, dice que no tenía rasgos peculiares. Ni que decir tiene que ninguno de estos informes sirve para nada”.
No faltan tampoco en la novela reflexiones filosóficas y teológicas sobre: el bien y el mal, sobre los defectos del ser humano, sobre la autosuficiencia de la obra literaria, sobre la existencia de Dios: “-No, no creemos en Dios –contestó Berlioz con una ligera sonrisa, al ver la sorpresa del turista- Pero es algo de lo que se puede hablar con entera libertad. El extranjero se recostó en el banco y preguntó con la voz entrecortada de curiosidad: -¿Quiere usted decir que son ateos? –Pues sí, somos ateos –respondió Berlioz sonriente. Desamparado pensó con irritación: Este bicho extranjero se nos ha pegado como un lapa. ¡Pero qué tipo tan plomo!”.
La intriga, a medida que avanzamos en la lectura de esta desconcertante novela, se mantiene, no sólo por la singularidad de situaciones, como las descritas, y de personajes cambiantes, como Voland, sino porque, poco a poco, se nos van ofreciendo pistas de las conexiones entre las tres historias, aunque no va a ser hasta el final, cuando tengamos la certeza de que forman un todo.
Hablaremos de El maestro y Margarita en el club de lectura del IES Gran Capitán, el 31 de enero, miércoles, a las 17:30, en la biblioteca.