Original adaptación de «Luces de Bohemia» la que vimos el sábado pasado en la sala principal del Teatro Góngora, a cargo de la compañía Teatro Clásico de Sevilla. Su director, Alfonso Zurro, nos presenta esta obra de Valle-Inclán, con la que se inauguró el género del esperpento, en 1924, como un viaje hacia la muerte, no sólo del protagonista sino de una sociedad, la de la España de la Restauración, la cual bien podría identificarse con la España actual, que se descompone, por la ausencia de ética. El propio inicio del montaje, adelantando la escena del entierro de Max Estrella, junto con la escenografía, a base de ataúdes, que son movidos por los propios actores y actrices, y la música fúnebre, con los toques de tambor que se graban en nuestros oídos, contribuyen a sugerir esta presencia constante de la parca.
Un acierto que los actores formen coros para decir las cuidadas acotaciones de Valle, porque estas dan unidad a los diálogos y ayudan a que los espectadores nos situemos en los numerosos lugares donde se desarrolla la acción.
Sobrecogedora la escena en la que una madre, con su niño muerto en brazos, que tiene la sien traspasada por el agujero de una bala, expresa a gritos su dolor, al tiempo que es increpada por algunos vecinos, situados en el interior de los ataúdes, y defendida por otros:
“EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable.
EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo. EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.
LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.
MAX: Latino, sácame de, este círculo infernal.”
Y extraordinario el ritmo del montaje, con los actores y actrices, bien moviéndose con agilidad por el escenario, o bien deteniéndose para formar composiciones estáticas, llenas de expresividad y color.
En cuanto a las interpretaciones, perfecta la pareja de Roberto Quintana y Daniel Monteagudo, que dan vida a Max Estrella y Don Latino respectivamente, dos personajes que contrastan física y éticamente: la elegancia y dignidad del primero, frente al desaliño indumentario y la abyección del segundo. Y muy entonado el resto del elenco, encarnando la mayoría de los actores y actrices a varios personajes.
Viendo la representación de «Luces de Bohemia» de ayer noche, uno toma conciencia del valor y la trascendencia del teatro de Valle-Inclán, tanto por la universalidad de su mensaje como por su innovadora técnica dramática.
Un aplauso unánime, entusiasta y prolongado premió este buen trabajo de la Compañía Teatro Clásico de Sevilla.