Identidades borradas
Los hechos se cruzan unos con otros en esta novela, que cuenta la historia de una joven de 16 años, Dora Bruder, que se fugó del internado en diciembre de 1941, cuando los nazis ocupaban París. Su huida se entrelaza con la del propio narrador, sucedida 20 años antes; con la del protagonista de la película “Primera cita”, que probablemente vio Dora Bruder, porque se estrenó el mismo año de su desaparición; y con la de Jean Valjean y Cosette, perseguidos por el comisario Javert en la novela “Los miserables” de Víctor Hugo. La búsqueda que inicia el padre de Dora poniendo un anuncio en el periódico se entrecruza con la de él mismo perseguido por los nazis y, como si un destino fatal persiguiera a la familia, también acaban confluyendo las muertes de ambos.
Estas extrañas casualidades de hechos reales y ficticios, sin embargo, no producen sensación de irrealidad, pues el andamiaje de la novela se sostiene, como en La calle de las tiendas oscuras, en un proceso que se inicia con la lectura del anuncio, y que lleva al narrador a examinar los archivos policiales y a recorrer lugares de París donde estuvo la chica y él mismo vivió su infancia. Son constantes, en este sentido, sus referencias a dicho proceso de investigación: ”Ignoro si Dora Bruder se enteró en seguida de la detención de su padre. Supongo que no. En marzo aún no había vuelto al bulevar Omano. Eso es al menos lo que sugieren las pistas que subsisten en los archivos de la Prefectura de policía”.
En ningún momento se pierde el hilo de la historia real, aunque sabemos, al mismo tiempo, que estamos leyendo una obra de ficción, en la que el narrador reflexiona sobre sus propias indagaciones. Por ejemplo, sobre la participación de la policía francesa en las redadas contra los judíos: “Muertos desde hace mucho tiempo están los inspectores que participaron en la busca y captura de judíos y sus nombres resuenan con un eco lúgubre y despiden un olor a cuero podrido y tabaco frío”.
El estilo periodístico, conciso y sencillo, que emplea Modiano para contarnos la historia contribuye a esta impresión de objetividad, de algo ocurrido realmente: “El domingo 22 de junio, a las cinco de la mañana, varios autobuses fueron a buscarlas para llevárselas al campo de Drancy. Ese mismo día fueron deportadas en un convoy con más de novecientos hombres. Era el primero que salía de Francia con mujeres. La amenaza que se cernía sin que pudiera dársele un nombre y que acababa olvidándose se hizo realidad para las judías de Tourelles”. Así, de esta forma lapidaria y descarnada, se refiere al traslado de Dora al campo de concentración.
Pero el autor-narrador está con las víctimas y no le importa manifestarlo. Por ejemplo, muestra solidaridad con los que se vieron obligados a robar para sobrevivir, durante la ocupación alemana; o reproduce literalmente las fichas policiales o las cartas escritas por los familiares de los que se encontraban en los campos de concentración. Y sobre todo se identifica con Dora, haciendo el mismo recorrido que ella, cuando regresaba los domingos por la tarde al pensionado o experimentando la misma sensación de vacío interior ante el muro del antiguo cuartel, donde estuvo prisionera, antes de ser trasladada al campo de Auschwitz.
La historia de Dora Bruder y su familia representa a los millares de judíos asesinados por los nazis, cuyas identidades fueron borradas con la colaboración de las autoridades francesas. Pero, como apenas consigue descubrir algo sobre ella, es también la historia de cualquier persona que, cuando muera, solo vivirá en la memoria de sus seres queridos.