Según las últimas investigaciones del biólogo neozelandés Quentin D. Atkinson, el habla humana, tal y como hoy la entendemos, tiene entre 50.000 y 100.000 años de antigüedad, cuando la lingüística tan sólo le daba 9.000.
La utilización del lenguaje por el hombre y la posibilidad de nombrar los seres y las cosas que le rodeaban le dio el dominio de la naturaleza y del reino animal. A través de este instrumento, fue capaz de transmitir la cultura y de elaborar textos orales y escritos, en los que no siempre lo importante era el contenido sino también la forma de expresar éste.
Así surge la literatura, que es una forma especial de utilizar el lenguaje. En castellano, las primeras manifestaciones literarias, que nos han llegado, son las jarchas, breves poemas en mozárabe, que actuaban como estribillos de una composición mayor, llamada moaxaja, y que datan los más antiguos del siglo X.
Al leer en el periódico la noticia de las investigaciones de Quentin D. Atkinson sobre el origen del lenguaje, he pensado en estos breves poemas, protagonizados por mujeres, que hablan de sus experiencias amorosas:
“¡Tanto amar, tanto amar,
amado, tanto amar!
Enfermaron mis ojos brillantes
y duelen tanto.”
* * * *
“Mi corazón se va de mí.
Oh Dios, ¿acaso volverá a mí?
¡Tan fuerte mi dolor por el amado!
Enfermo está, ¿cuando sanará?”
(Traducción al castellano moderno)
Cada curso, cuando leo en clase las jarchas, me identifico con esas voces femeninas que expresan la intensidad de su amor o lamentan la pérdida o la ausencia de la persona amada, y no deja de sorprenderme que, mediante un lenguaje tan sencillo, valiéndose sólo de las exclamaciones, las repeticiones y los diminutivos, calen tan hondo. Y cuando, a veces, compruebo que los alumnos experimentan las mismas sensaciones, mi satisfacción, como profesor de lengua, es doble. Esos momentos placenteros me reconfortan y me resarcen de otros, que no lo son tanto.