Sólo se puede comprender la historia que cuenta esta novela, y particularmente su dramático final, si nos situamos en una sociedad que se rige por unos principios estrictos en cuanto a los comportamientos de las personas, no necesariamente la Alemania de finales del siglo XVIII, país en el que se desarrolla la historia.
Desde el punto de vista literario, Las penalidades del joven Werther, de la que hablaremos el próximo martes en el club de lectura, está impregnada del espíritu romántico, desde el inicio de la misma, con el protagonista feliz, rodeado de la naturaleza y plenamente integrado en ella:
“La soledad que se respira en esta paradisíaca comarca es bálsamo delicioso para mi corazón y esta juvenil época del año inflama de lleno este tan a menudo zozobrante corazón. Cada árbol, cada seto es un ramillete de flores y uno quisiera volverse mariposa para revolotear en este mar de perfumes y poder encontrar en él todo su alimento”.
Y a medida que avanzamos en su lectura la impregnación es mayor, sobre todo desde el momento en que Werther conoce a Lotte. La belleza que había encontrado en la naturaleza, ahora la reconoce en esta joven, de la que se enamora perdidamente:
“De cómo me deleitaba con sus ojos negros mientras hablaba… cómo sus labios rebosantes de vida y sus frescas y alegres mejillas cautivaban mi alma entera… cómo estaba absorto en el magnífico contenido de su conversación, a menudo ni oía las palabras que pronunciaba…, puedes hacerte una idea –le escribe a su amigo Wilhelm– puesto que me conoces bien”.
Las referencias literarias, primero, a la Odisea de Homero, que le ofrece al protagonista modelos de conducta (la hospitalidad que recibe Ulises, la sencillez con la que vive éste, su amor a la naturaleza, etc.) y, después, al poeta irlandés Ossian, con cuyos personajes angustiados se identifica Werther, no hacen más que confirmar que estamos ante la obra emblemática del movimiento romántico en Europa.
Formalmente, presenta una estructura epistolar, pues incluye las cartas que Werther, joven impulsivo y sentimental, dirige a su amigo Wilhem, para contarle su estancia en el pueblo de Wahlheim, donde conoce a Lotte, que está prometida a otro hombre. Esta estructura, y el estilo arrebatado, con frecuentes exclamaciones e interpelaciones a su amada, es quizá lo que más le conviene a una novela como esta, pues le permite a Goethe descubrirnos, de una forma natural, la intimidad de Werther: sus sentimientos, sus gustos literarios, el dolor por la imposibilidad de materializar su amor. Además, el escritor alemán intercala, entre las cartas, notas del editor, con lo que consigue marcar la distancia necesaria entre el lector y los hechos que se cuentan, para que estos sean creíbles.
Es verdad que el argumento se reduce únicamente al amor imposible de Werther hacia Lotte; pero, más allá de este amor, Goethe nos muestra una forma de afrontar el dolor y una actitud ante la propia existencia, que fue imitada por la juventud alemana de la época.
Habiendo transcurrido más de doscientos años de su publicación, quizá la historia resulte un tanto trasnochada y el estilo en el que está escrita recargado; pero el amor no deja de ser un sentimiento universal, que cualquier persona ha podido experimentar y, por tanto, mientras se lee esta novela, podemos abstraernos e identificarnos con el personaje de Goethe, hasta el punto de olvidar el mundo que nos rodea.