En este primer libro de relatos de Alice Munro, que se publicó por primera vez en español en el 2022, predomina la narración en primera persona, tras la probablemente se encuentra la propia autora, lo cual siempre da una credibilidad mayor a lo que se cuenta: “Después de cenar, mi padre me dice…”; “Ahora que Mary McQuade había venido, hice como si no me acordara de ella…”; Mi primo George y yo estábamos en el Café de Pop…; “La solución a mi vida se me ocurrió una noche mientras planchaba una camisa…”; etc. Esto además explica que los temas que se abordan tengan que ver con la problemática de la mujer: lo que se espera de ella, las normas sociales estrictas que rigen su comportamiento, la igualdad con los hombres, el sentimiento de frustración, etc.
Son en total 15 relatos que se desarrollan en un ámbito rural, en la localidad de Jubilee, y en la mayoría de ellos sucede algo inesperado o se desvela algo oculto que rompe la monotonía de las historias. Pero el mayor acierto es la forma sutil de contarlas, como la vida secreta del padre que se sugiere en “El vaquero de Walkers Brothers”; o el plan para desalojar a la señora Fullerton en “Las casas flamantes”; o cómo cambian los sentimientos de Helen hacia Clare en “Postal”; o, en fin, la emoción inesperada que transmite una de las alumnas de la escuela Greenhill en su interpretación al piano de “Danza de las sombras“.
Veamos algunos de estos relatos:
“El vaquero de Walkers Brothers”
Se desarrolla en los años treinta del siglo pasado, la época del crack que llevó a la quiebra a muchas familias norteamericanas, como el negocio de pieles de zorro de Ben Jordan, el padre de la protagonista, que ahora trabaja de vendedor ambulante. Al final, se sugiere una vida oculta: “De modo que mi padre conduce y mi hermano mira la carretera en busca de conejos, y yo siento que la vida de mi padre se escapa de nuestro coche mientras cae la tarde, oscura y extraña,…“
“Las casas flamantes”
La desaparición voluntaria del señor Fullerton para no volver nunca tiene el poder de evocar en nosotros hechos similares, como el corolario que pone su mujer, la señora Fullerton, al recordarlo: “Nunca sabrás qué le ronda a un hombre en la cabeza, ni aunque duerma en tu cama”. Frente a su casa decrépita, lóbrega y con las paredes sin pintar, están las casas nuevas que formaban parte de una nueva urbanización y que se miraban unas a otras hasta el final de la calle. A sus jóvenes propietarios les incomoda la casa vieja de su vecina y tienen un plan.
“El despacho”
Necesita un despacho para escribir, porque la palabra despacho suena a dignidad y a paz, a determinación e importancia y porque lo necesita para aislarse de su marido y sus hijos; pero, una vez que consigue alquilar uno, el dueño del mismo va a amargarle la vida, porque no acaba de entender que una mujer tenga la necesidad de un espacio privado.
“Mejor el remedio”
Trata sobre el amor adolescente y en concreto sobre la relación que tuvo la protagonista con Martin y el dolor que le produjo el abandono por parte de éste, que conoció a otra chica. Pero al final del relato se produce una sorprendente inversión de papeles, que se sugiere sutilmente mediante la mirada: “Y vi que me miraba con lo más parecido a una sonrisa de nostalgia que la ocasión permitía”.
“Chicos y chicas”
La familia está compuesta por el padre, la madre, el hijo y la hija, la cual ayuda en la granja de zorros, pero en la sociedad donde viven, este papel está reservado a los varones: “A mí me parecía que el trabajo dentro de casa era interminable, aburrido y curiosamente desalentador; el trabajo al aire libre, ayudando a mi padre, era importante como un ritual”. Por eso, se espera cualquier muestra de debilidad para echarle en cara su condición de mujer.
“Postal”
Helen y Clare mantienen una relación sin estar casados. Él está enamorado, pero ella sólo trata de superar una frustración amorosa anterior. Por eso, rechazó su propuesta de matrimonio. Sin embargo, Clare hará algo sorprendente e inesperado, que cambiará los sentimientos de Helen hacia él.
“El vestido rojo”
“Cuando me hacían una pregunta en clase, cualquier pregunta insignificante, me salía una voz de pito, o bien ronca y temblorosa…”. Así, con esta precisión y crudeza, describe su timidez enfermiza delante de los demás en el colegio, el cual no estaba hecho para personas débiles y sospechosas como ella, o como la profesora de Lengua, que deben comportarse con el rol que la sociedad les atribuye.
“Domingo por la tarde”
Alva es una chica de campo, de diecisiete años, que trabaja de sirvienta en la casa de la familia Gannet, rica y muy preocupada por las apariencias, por que todo esté impecable. Es verano y su cuarto, que está encima del garaje, es muy caluroso. En este contexto, le sucede algo imprevisto con un primo de la familia que paradójicamente le da confianza y le abre unas expectativas nuevas.
“La Paz de Utrecht”
Cuando los silencios incomodan, algo no funciona en la relación de las dos hermanas, Helen y Maddy, porque hay un pasado, relacionado con su madre, que las condiciona: “Quise preguntarle: ¿es posible que por criarnos como nos criamos perdiéramos la capacidad de creer, de sentirnos cómodas, en cualquier realidad corriente y pacífica? Pero no se lo pregunto; nunca hablamos de eso”.
“Danza de las sombras”
La ya anciana señorita Marsalles, profesora de piano, va a dar la fiesta de todos los años a la que cada vez va menos gente. Hace mucho calor y las moscas revolotean por encima de las bandejas de sándwiches hechos hace horas. Asisten también a la fiesta sus alumnas disminuidas de la escuela Greenhill. Una de ellas, que toca la “Danza de las sombras felices”, logra transmitir a los asistentes una emoción que no esperaban.
Aunque no todos los relatos alcanzan el mismo nivel de excelencia, el conjunto anuncia el mundo rural en el que se desarrollan las historias de Alice Munro, sus finales imprevisibles y la forma sutil de contarlas, mediante un estilo sencillo pero, al mismo tiempo, complejo, por la capacidad de sugerencia, pues da a entender más de lo que aparentemente dice: “Debía de estar demasiado oscuro para leer o tejer, suponiendo que la mujer hubiera querido hacer cualquiera de esas cosas, así que se limitaba a esperar, respirando con un sonido similar al ventilador, lleno de antiguas quejas indefinibles”. Es Mary McQuade, a quien la protagonista del relato “Imágenes” considera culpable de todo.