Teatro que recoge el latido social

Preferentes de Miguel Ángel Jiménez Aguilar es una obra de teatro escrita con sencillez e inteligencia, donde se aborda uno de los fraudes bancarios que ha causado mayores perjuicios a la sociedad, particularmente a los sectores más desprotegidos: la venta de las llamadas acciones preferentes a unos 700.000 clientes, la mayoría personas mayores, que desconocían el riesgo de su adquisición.

Desde el principio, queda claro que la protagonista, Carmen, ignora el riesgo de invertir en las acciones, que le propone Félix, empleado del banco y amigo de la familia:

“CARMEN: Participaciones. ¿Y eso qué es? ¿Qué diferencia hay? Explícame.

FÉLIX: Participaciones preferentes se llaman exactamente. Pero tú no te preocupes por eso. No tienes nada que temer, ni tienes que hacer nada. Sólo dejarnos que metamos ahí un dinero. Piensa que es un siete por ciento. ¡Un siete por ciento! Carmen” (pág. 28).

De esta confianza ciega en el banco de toda la vida se parte en la obra; pero el lector sabe que, tras la seguridad con la que habla Felix a Carmen, hay gato encerrado. Por eso, el conflicto se plantea, desde el principio, como se sugiere también el drama personal de esta mujer, cuyo marido experimenta los síntomas iniciales de Alzheimer y cuya hija, que vive en el extranjero, atraviesa por dificultades. Con lo cual hay, en realidad, un doble conflicto: el social y el personal.

La estructura de Preferentes es la de un juicio, porque el tiempo de estas conversaciones ha pasado y la estafa, que ya se ha producido, está siendo juzgada: Con la venia, Aportación de pruebas, Turno de la acusación, Protesta admitida, Turno de la defensa, Turno de alegaciones, Visto para sentencia y Veredicto.

A pesar de esta estructura, en el desarrollo de la obra, se mezclan la acción del juicio con las conversaciones entre empleado de banco y cliente, que tuvieron lugar antes, pasándose de una a otras, del presente al pasado, con sutilidad y eficacia dramática, pues le basta, a veces, un simple cambio en el tiempo verbal: “Pero su estado de enajenación mental -se refiere a su marido- era tal ya entonces, que no pudo siquiera entrar conmigo en la oficina. Tuvo que quedarse fuera, allí sentado, tranquilo, vigilándolo de cuando en cuando”, declara Carmen una de las veces que fue al banco a hablar con Félix. Y a continuación éste, ya no en el juicio, sino durante esa conversación, por tanto, se ha producido un salto atrás, dice: “Ahí fuera lo he dejado, en un sillón. Ahora mismo está tranquilo (…) Confía en mí (…) Estás en buenas manos. Hazme caso” (pág. 68).

Hay un especial interés por definir las palabras, porque, en el fondo, el juicio tiene mucho de discusión lingüística, dado que se parte de la confianza del cliente en el banquero y en cómo éste convence a aquel de las bondades de las Preferentes. Por ejemplo, Participación: “parte que se posee en el capital de un negocio o una empresa”; o Preferente: “que tiene preferencia o superioridad sobre algo…”. Al definir así estas palabras, Félix está planteando Participación preferente, como un derecho, que se puede ejercer o no y que la CNMV no prohibió, es decir, que él actuó dentro de la legalidad. Sin embargo, para Carmen Preferente “es aquella persona a quien se quiere y se le da importancia (…) No creí en ningún momento que a lo que él le estaba dando preferencia era a nuestro patrimonio. Nuestro único y hoy inexistente patrimonio”.

La tensión aumenta, a medida que avanza la obra, y alcanza su punto culminante en las escenas IX y X, de una gran fuerza dramática, y en donde se concentra todo la indignación de los clientes estafados y también la postura sin escrúpulos de los empleados de banca, al colocar las Preferentes: “Lo único que tuvimos claro fue que era necesario entonces, para evitar la quiebra (…) Y sobre todo vimos que la gente estaba dispuesta a firmar cualquier cosa, buscando lo mismo que nosotros: su propio interés. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes” (pág. 87)

Sin embargo, al final, se produce un giro brechtiano, con la presencia en escena de los dos actores, que ya han dejado de interpretar a Carmen y Félix, para contarnos, objetivamente y con exhaustividad, lo que sucedió con las Preferentes, con lo cual se produce el efecto del distanciamiento en los espectadores, que acabamos comprendiendo racionalmente las auténticas dimensiones del fraude.

Es un libro, el de Miguel Ángel Jiménez Aguilar, contra las malas prácticas bancarias, que tienen como víctimas a clientes de toda la vida, y está escrito desde el punto de vista de estas. Si, como dijo Lorca, “El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso”, Preferentes encaja en esta definición, pues recoge, con realismo e inteligencia, un drama de gran repercusión social.  Solo nos falta asistir a su puesta en escena, pues el teatro está hecho para ser representado. Que sea lo antes posible.

 

ARTE


La obra Arte de Yasmina Reza, estrenada en 1994, cuenta cómo las relaciones de amistad entre Sergio, Marcos e Iván comienzan a deteriorarse, a raíz de la adquisición de un cuadro abstracto por parte del primero de ellos. Las distintas valoraciones que les merece éste harán aflorar los defectos, las palabras no dichas y, en suma, las diferencias, que han permanecido ocultas o ignoradas, hasta ese momento, y que son, en realidad, las reglas tácitas por las que se rige este tipo de relaciones en nuestra sociedad.

Los diálogos se suceden con agilidad y fluidez, sin ningún tipo de concesión a la retórica. Van directamente al meollo del asunto: la fragilidad de la amistad entre los personajes. Después, serán el director y los actores, en el montaje de la obra, los que completen estos diálogos sobrios y sencillos, con sus gestos, sus movimientos y sus silencios, porque Arte, como todas las obras de teatro, está hecha para ser representada ante un público.

Los numerosos monólogos, que quizá le resten continuidad y ritmo, bien introducen una escena o bien la interrumpen, para mostrarnos el pensamiento o la opinión de un personaje sobre lo que estamos viendo, como éste de Sergio, después de que Marcos despreciara su cuadro, al calificarlo como una mierda: “No le gusta el cuadro. Bueno… Ninguna delicadeza en su actitud. Ningún esfuerzo. Ninguna muestra de ternura en su crítica. Sólo una risa pretenciosa, pérfida. Una risa que lo sabe todo mejor que nadie. Odio esa risa”.

Es como si los personajes se desnudaran en escena ante nosotros, los espectadores, y nos fueran predisponiendo a favor o en contra de cada uno de ellos.

El humor surge de forma espontánea, por ejemplo, a causa de un malentendido o de interpretaciones distintas de una misma situación:

“MARCOS: Fue Sergio el que se rio primero…
IVÁN: Sí.
MARCOS: Él se rio y tú te reíste luego.
IVÁN: Sí.
MARCOS: Pero él, ¿por qué se rio?
IVÁN: Se rio porque se dio cuenta de que yo iba a hacerlo. Se puso a reír para darme confianza, si prefieres.
MARCOS: Si se rio el primero, no vale. Si se rio el primero fue para desactivar tu risa. Eso no significa que se riera a gusto.
IVÁN: Se reía muy a gusto.
MARCOS: Se reía muy a gusto, pero no por la causa justa.
IVÁN: ¿Perdona? ¿Qué es la causa justa? No lo entiendo.
MARCOS: No se reía del ridículo de su cuadro, no os reíais él y tú por las mismas razones, tú te reías del cuadro y él se reía para halagarte, para ponerse en tu onda, para demostrarte que, además de ser esteta que puede invertir en un cuadro lo que tú no ganas en un año, sigue siendo tu viejo amigo iconoclasta con quien uno se puede reír.”

Pero Arte, a pesar de estos momentos divertidos, es una tragedia. La propia autora ha reconocido, en una reciente entrevista, con motivo de la reposición de la obra en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid, que encierra una profunda oscuridad, porque narra la demolición de una amistad. En efecto, ninguno de los tres amigos acepta cómo es el otro: a Iván le critican los otros dos amigos sus llamadas a la calma, que le quedan al margen de la conversación, su espíritu de conciliación, porque con éste espíritu no hace sino echar más leña al fuego; a Sergio le reprocha Marcos que haya pagado un dineral por un cuadro que, en su opinión, carece de valor, lo cual es una forma de decirle que ha dejado de contar con su opinión, que le ha traicionado; y éste último es tildado por Sergio de sarcástico, de intransigente, de tratar de imponer siempre su punto de vista, así como de enorgullecerse de no ser un hombre de su tiempo.

En cualquier grupo de amigos se pueden encontrar los perfiles de cada uno de estos tres personajes, y cualquiera, que vea la representación se puede identificar con alguno de ellos y reconocer como propias las situaciones que protagonizan. Esto, unido a la sencillez del lenguaje dramático, es lo que confiere universalidad a Arte.

Sobre esta obra de Yasmina Reza, hablaremos el próximo miércoles, 9 de mayo, a las 18 horas, en el Club de Lectura del instituto.

Original adaptación de Luces de Bohemia

Original adaptación de «Luces de Bohemia» la que vimos el sábado pasado en la sala principal del Teatro Góngora, a cargo de la compañía Teatro Clásico de Sevilla. Su director, Alfonso Zurro, nos presenta esta obra de Valle-Inclán, con la que se inauguró el género del esperpento, en 1924, como un viaje hacia la muerte, no sólo del protagonista sino de una sociedad, la de la España de la Restauración, la cual bien podría identificarse con la España actual, que se descompone, por la ausencia de ética. El propio inicio del montaje, adelantando la escena del entierro de Max Estrella, junto con la escenografía, a base de ataúdes, que son movidos por los propios actores y actrices, y la música fúnebre, con los toques de tambor que se graban en nuestros oídos, contribuyen a sugerir esta presencia constante de la parca.

Un acierto que los actores formen coros para decir las cuidadas acotaciones de Valle, porque estas dan unidad a los diálogos y ayudan a que los espectadores nos situemos en los numerosos lugares donde se desarrolla la acción.

Sobrecogedora la escena en la que una madre, con su niño muerto en brazos, que tiene la sien traspasada por el agujero de una bala, expresa a gritos su dolor, al tiempo que es increpada por algunos vecinos, situados en el interior de los ataúdes, y defendida por otros:

“EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable.
EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.                                                                                                                                                                                                                                            EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.
LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.
MAX: Latino, sácame de, este círculo infernal.”

Y extraordinario el ritmo del montaje, con los actores y actrices, bien moviéndose con agilidad por el escenario, o bien deteniéndose para formar composiciones estáticas, llenas de expresividad y color.

En cuanto a las interpretaciones, perfecta la pareja de Roberto Quintana y Daniel Monteagudo, que dan vida a Max Estrella y Don Latino respectivamente, dos personajes que contrastan física y éticamente: la elegancia y dignidad del primero, frente al desaliño indumentario y la abyección del segundo. Y muy entonado el resto del elenco, encarnando la mayoría de los actores y actrices a varios personajes.

Viendo la representación de «Luces de Bohemia» de ayer noche, uno toma conciencia del valor y la trascendencia del teatro de Valle-Inclán, tanto por la universalidad de su mensaje como por su innovadora técnica dramática.

Un aplauso unánime, entusiasta y prolongado premió este buen trabajo de la Compañía Teatro Clásico de Sevilla.

El sermón del bufón


El pasado jueves vimos, en el Teatro Talia de Valencia, «El sermón del bufón», obra escrita, dirigida e interpretada por Albert Boadella, en la que, con sentido del humor y originalidad, desdobla su personalidad entre El Niño Albert y el viejo Boadella.

Durante la misma, hace un repaso de su vida como comediante, especialmente su experiencia con el grupo Els Joglars, entremezclándolo con reflexiones personales y controvertidas sobre la transgresión, la política, la modernidad, el nacionalismo, etc.

En la hora y cuarenta y cinco minutos que duró la representación, disfrutamos con su ácido sentido del humor; con sus dotes de actor -muy conseguidas las parodias de Jordi Pujol y el rey Juan Carlos-; y con la proyección de fragmentos importantes de sus obras -«Teledeum», «La Torna», «Ubu President», «La increíble historia del Dr. Floid & Mr. pla», Daalí, etc.-, que nos hicieron recordar un pasado ya lejano.

Pero, al mismo tiempo, nos sorprendieron sus opiniones radicales y despectivas sobre el arte moderno -particularmente desafortunada su descalificación del Museo Reina Sofía y el Guernica de Picasso-; sobre movimientos, como el feminismo y el ecologismo, que están contribuyendo a un mundo más igualitario y respetuoso con el medio ambiente; sobre las óperas de Wagner, un personaje polémico, pero un músico sin duda brillante; etc.

Son impresiones contrapuestas, lecturas quizá contradictorias, que se pueden hacer de un montaje original, ágil y divertido, como el propio Albert Boadellla.

Las madres presas


Si el teatro está hecho para ser representado ante un auditorio, por actores que fingen unos diálogos, lo que vimos ayer domingo, 26 de marzo, en la Sala Ultramar de Valencia, no es teatro sino un fragmento de vida, tal fue la convicción y autenticidad de Pilar Martínez, única actriz, al contar, desde la memoria de una de las hijas, la historia de dos madres represaliadas por el franquismo.

La palabra y el gesto le valieron para introducirnos en esta historia real, donde se mezclan la ternura y el miedo; la risa y el hambre; la ingenuidad infantil y la dureza de la dictadura.

Pilar Martínez iba y venía del presente al pasado y viceversa, con extraordinaria naturalidad. Le bastaba un simple gesto o un cambio en el tono de la voz, para salir de un personaje y entrar en otro.

Durante los cincuenta minutos que duró la representación, nos tuvo inmovilizados en nuestros asientos; atrapados en una historia terrible de sufrimiento, pero también con momentos divertidos, como cuando Aurora, una de las madres presas, hace creer a sus hijos y a los de su amiga Josefa, que estan saciados de comida, aunque en realidad se encuentran muertos de hambre.

La sobria escenografía (una mesa con una silla, a la izquierda del escenario; una maleta abierta, con ropa saliéndose de su interior, en el centro; y un sillón infantil, a la derecha) contribuyó a que nuestras miradas se concentraran en la interpretación, realzada, además, por unos acertados cambios de luces. Y las proyecciones de la fotografía en blanco y negro de la familia de las mujeres, y del texto del romance de la guardia civil de García Lorca, unidas a las canciones populares, alguna de ellas interpretada por la propia Pilar Martínez, fue suficiente para situarnos en la época de la dictadura.

Es digno de admirar que salas alternativas, como Ultramar, con un aforo para ochenta personas, ofrezcan espectáculos de esta calidad.

Nuestra más sincera felicitación.

Ficha Técnica:

Dirección, dramaturgia e interpretación: Pilar Martínez.
Texto original: Mauela Ortega.
Escenografía y attrezzo: Paca Mayordomo.
Diseño audiovisual: Abel Martínez.
Video: Luis Maiques.
Luces: Florín Baldilici.

Vigencia de Edipo rey

Quizá la pervivencia y actualidad de Edipo rey derive de algunos aspectos de su argumento: la historia de un niño, que es abandonado por su propio padre, y queda expuesto a los peligros de la naturaleza; pero logra vencer a la muerte y renacer a una vida nueva. Se trata de un rito iniciático, común a muchos pueblos, incluido el griego, pues también los espartanos sometían a sus jóvenes a una prueba de madurez.

Pero lo sorprendente es que una obra escrita hace más de 2.500 años sea capaz de encandilarlos, prácticamente, desde el principio, con una estructura in media res, que nos lleva a preguntarnos sobre el pasado de este rey valiente y justo, que es acusado por Tiresias de haber matado a su propio padre y de haberse casado y engendrado hijos con su propia madre.

Desde esta escena tensa entre el viejo adivino y Edipo, acompañamos a éste en su indagación para conocer la verdad, que puede salvar a Tebas de la peste. Intuimos que el proceso va a ser doloroso, porque los dioses no suelen confundirse; pero al mismo tiempo, como Edipo, mantenemos la esperanza de su inocencia. Sin embargo, a medida que se van conociendo datos sobre los hechos, sufrimos con él y con Yocasta, su mujer, la cual relativiza la posibilidad del incesto: “Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que antes se unieron a su madre en sueños”.

Es curioso que se atribuya a Freud el haber acuñado el término “complejo de Edipo”, cuando en realidad ya estaba en la obra homónima de Sófocles, en concreto, en las palabras que acabamos de reproducir de Yocasta.

La intriga, con respecto a la verdad oculta, logra mantenerla Sófocles con maestría y, al tiempo que avanza en el proceso de búsqueda, va construyendo un personaje redondo, que evoluciona desde la incredulidad y el enfado, pasando por las dudas cada vez más razonables, a medida que se van sumando testimonios en su contra, hasta el dolor y la desesperación, cuando definitivamente se enfrenta a ella.

En este proceso, además, nos acompaña el coro, personaje colectivo que comenta y juzga lo que sucede en escena, y que representa al pueblo tebano. Y del mismo modo que nos identificamos con Edipo, deseamos con el coro que se produzca la conciliación, primero, entre Tiresias y el rey y, después, entre el éste y Creonte, aunque sabemos que es imposible, porque el proceso no tiene marcha atrás.

Así, hasta un final no por previsible menos inquietante, porque quizá nos encontramos al Edipo más humano de toda la obra, preocupado por el destino de sus hijas: “Lloro por ustedes dos –pues no puedo mirarlas-, cuando pienso qué amarga vida les queda y cómo será preciso que pasen sus vidas ante los hombres. ¿A qué reuniones de ciudadanos llegarán, a qué fiestas, de donde no vuelvan a casa bañadas en lágrimas, en lugar de gozar del festejo? Y cuando lleguen a la edad de las bodas, ¿quién será, oh hijas, el que se expondrá a aceptar semejante oprobio, que resultará un ruina para ustedes dos como, igualmente lo fue para mis padres?”.

Un final, que no solo le afecta a él, sino a todos nosotros, porque, como dice el Corifeo: “ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso”.

Hablaremos de Edipo rey esta tarde, en el club de lectura del instituto, a las 18 horas, en la biblioteca.

Idiota

Como bien señala, en el programa de mano, Israel Elejalde, «Idiota», se asienta en dos ejes: el primero es el prototipo de tonto, es decir, ese tipo de persona que ninguno deseamos ser, que está lejos de nosotros, pero que en realidad se encuentra muy cerca; y el segundo es lo que los griegos llamaban «Deus ex machina», que está por encima de nosotros, pero que, lo queramos o no, mueve nuestras vidas. Ambos ejes se perciben, desde el inicio de la representación, pues los encarnan los dos personajes de la obra: el hombre arruinado, a punto de sufrir el deshaucio de su local, que se presta a participar en lo que él cree un sencillo experimento, a cambio de mucho dinero; y la mujer que dirige éste, planteándole las preguntas que debe responder satisfactoriamente.

El problema surge porque el experimento es una reflexión sobre la propia vida,  y está lleno de trampas. Es el sino de este tiempo de la globalización, anticipado por Orwel en «1984», en el que todo está controlado por un gran hermano, representado por los poderes económicos, que conoce todo sobre nosotros. A él nos debemos, somos sus esclavos, y no podemos rebelarnos, porque el chantaje en forma de descrédito es su principal arma disuasoria. Y si esto no fuera suficiente, todos tenemos un precio, nadie es capaz de resistirse al chantaje económico, o al menos éste es el mensaje que nos transmite la obra.

La puesta en escena es sencilla: los personajes se encuentran en una especie de cámara acorazada, en la que se puede entrar, pero no salir, hasta que no se realicen todas las pruebas. Dos mesas y sus respectivas sillas, separadas y situadas una frente a la otra, completan la escenografía, remarcando la distancia entre quien dirige el experimento y quien lo padece.

Los personajes, perfectamente interpretados por Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert, entre los que se establece una gran complicidad, evolucionan a lo largo de la obra: desde el mundo falso de las apariencias, al que les obliga la sociedad, en función del rol que desempeñan en ella, hasta mostrar sus capas más profundas, los miedos que les atenazan, que son en realidad nuestros propios miedos.

Ficha técnica:

Autor: Jordi Casanovas

Dirección: Israel Elejalde

Interpretación: Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert

Sala: Teatro Kamikaze de Madrid

Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía

 

El pasado viernes vi, en el Teatro Español de Madrid, «Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía», y la verdad es que experimenté sensaciones contrapuestas, a lo largo de la representación. La primera parte está constituida por diálogos breves y ágiles entre dos vecinos, que conversan, superficialmente, aunque con ironía y sentido del humor, sobre la cuestión judía, con el lastre de los oscuros que separan estos diálogos, porque le restan continuidad a la obra y te hacen entrar y salir de ella.

Sin embargo, los últimos veinte minutos son un monólogo del vecino del piso de arriba, el propio autor, quien, a partir de comentarios de lectores, logra ofrecernos una dimensión auténtica del drama judío.

Aparentemente, nada tienen que ver las dos partes; pero el espectador las percibe como un todo: a la ligereza y el ingenio del presente de los dos vecinos, le suceden la emoción y el dramatismo del pasado del propio autor, que cuenta una historia enternecedora que logra unirlas.

Es curioso cómo un montaje teatral puede ofrecer estas dos dimensiones de un mismo hecho, llevando al espectador de una a otra, con sutilidad, pero eficacia; pero «Serlo o no. Para acabar con la cuestión judia» lo consigue.

Además, con una decoración sobria, que nos sitúa en el rellano de la escalera donde se cruzan los dos vecinos, y con interpretaciones magistrales, especialmente de Josep María Flotast, capaz de pasar de la ironía a la ternura en apenas un instante.

Al final, cuando acabó la representación, hubo un silencio, que pareció eternizarse -justo el tiempo para que los espectadores tomáramos conciencia de lo que habíamos presenciado-, al que le siguió un aplauso unánime y sostenido.

Ficha técnica:

Autor: Jean Claudel Grumberg

Traducción: Mario Armiño

Direccion y puesta en escen: Josep María Florast

interpretacion: Josep María Flotast y Arnaldo Puig

Sala: Teatro Español de Madrid

Ricardo III o la ambición sin límites

La imagen que nos transmite Shakespeare de Ricardo III es la de un personaje ambicioso, malvado y falso, capaz de rebelarse contra el rey legítimo y de ordenar la muerte de todos sus rivales, incluidos dos sobrinos pequeños, para conseguir el trono.

Aunque el dramaturgo sin duda exagera la violencia y la falta de escrúpulos morales con la que actúa el protagonista, este comportamiento era normal en la Inglaterra del siglo XV, caracterizada por un ambiente de guerras y conspiraciones entre las diferentes facciones de la nobleza.

Ricardo III representa, quizá como ningún otro personaje literario, la principal regla que debe seguir un gobernante para acceder y conservar el poder, según El Príncipe de Maquiavelo: el fin justifica los medios.

Y es en este aspecto, donde la obra de Shakespeare tiene plena actualidad, pues, del mismo modo que Ricardo no repara en medios para conseguir el trono de Inglaterra, el gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, en nombre de la seguridad del país, montó una compleja red para espiar a sus propios aliados, según ha revelado Edward Snowden, o mantiene, desde 2002, en Guantánamo, una cárcel de alta seguridad, donde se violan sistemáticamente los derechos humanos.

Pero el valor de Ricardo III, como el de las grandes obras de la literatura universal, reside en la forma. En concreto, en el estilo rico y variado, en la capacidad para generar y mantener la intriga, y en la maestría para descubrir y profundizar en las pasiones humanas.

El primero lo reconocemos tanto en el uso brillante de las figuras retóricas, como en la habilidad para construir los diálogos, siempre fluidos y acompasados:

“GLOUCESTER.- Tú, más bella que lo que la lengua puede decirte, déjame un rato de paciencia para excusarme.

ANA.- Tú, más vil que lo que el corazón puede pensarte, no puedes dar excusa válida sino ahorcarte.

GLOUCESTER.- Con tal desesperación, me acusaría a mí mismo.

ANA.- Y, desesperando, quedarías excusado por hacer digna venganza en ti mismo, tú que diste indigna muerte violenta a otros.

GLOUCESTER.- ¿Y si no les hubiera matado?

ANA.- Bueno, entonces, no estaría muertos, pero muertos están, y por ti, esclavo diabólico.”

La intriga se genera desde el monólogo inicial, donde Gloucester, es decir Ricardo, anuncia los actos violentos que va a cometer; sigue con el sueño del rey Eduardo IV, donde se le augura que su progenie será desheredada; continúa con las maldiciones de Margarita, viuda del rey Enrique IV, advirtiendo a todos de que Ricardo los traicionará; etc.

Y sobre todo Shakespeare es el escritor de las pasiones humanas y los conflictos que provocan estas. Por ejemplo el complejo físico del protagonista, que ha nacido deforme y poco agraciado, desencadena en él un deseo de hacer el mal, que condiciona toda la acción:

“Pero yo, que no estoy formado de bromas juguetonas, ni hecho para cortejar a un amoroso espejo; yo, que estoy toscamente acuñado, y carezco de la majestad del amor para pavonearme ante una lasciva ninfa contoneante; yo, que estoy privado de la hermosa proporción, despojado con trampas de la buena presencia por la Naturaleza alevosa; deforme inacabado, enviado antes de tiempo a este mundo que alienta (…) Puesto que no puedo mostrarme amador, para entretenerme en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días.”

Los personajes de las obras de teatro de Shakespeare representan prototipos de caracteres o pasiones humanas: Otelo es el hombre celoso; Romeo y Julieta son los enamorados que mueren por amor; Hamlet es la venganza; y Ricardo III es la ambición sin límites. Y es curioso, cómo, a medida que avanzamos en la lectura, este personaje malvado nos va cautivando poco a poco, especialmente por su extraordinaria capacidad de persuasión, hasta el extremo de entender de alguna manera su comportamiento indigno. Quizá sea porque la literatura, y la de Shakespeare más que ninguna, tiene esa fuerza de atracción y seducción.

La utilidad del teatro en la educación

El salón de actos está engalanado con las fotografías de los alumnos y profesores que participan en el Proyecto Comenius, muy en consonancia con el viaje de Sancho a la ínsula Barataria, donde los duques de Barcelona, cumpliendo una promesa de Don Quijote, le han ofrecido ejercer de gobernador. En realidad, se trata de una burla, que acabará volviéndose contra los burladores, porque Sancho, bajo la apariencia de hombre cazurro e ignorante, demuestra una gran sabiduría y una lógica aplastante para administrar justicia.

IMG_5773

Mientras comienza la representación de Sancho Panza en la ínsula, se oye la música de “Entre dos aguas”, interpretada por la guitarra mágica de Paco de Lucía.

Toma la palabra Carmen Jurado, la directora, para presentar el espectáculo, que se enmarca en las actividades organizadas en el centro con motivo del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote.

La escenografía sobria –estrado y sillón cubierto por un paño negro, para Sancho; y mesa pequeña para el Cronista- nos sitúa en el espacio donde se va a desarrollar la acción: la sala de justicia. En el telón de fondo se lee la inscripción: “Hoy tomó posesión de esta ínsula Barataria el señor don Sancho Panza, que muchos años goce”.

Desde el principio, se aprecia el esfuerzo realizado por cada uno de los alumnos para interpretar a su personaje y algunos a dos, como José Manuel Estepa, Francisco Javier Sabalete, Noelia Gracia, Mariano Ordoñez y Leticia Albernaz. A destacar: la espontaneidad y el desaliño de Sancho, interpretado por Rafael Prieto; el saber estar de Alba Rivas en el papel de Administradora, siempre en su sitio y con una perfecta dicción; el desenfado y la picaresca de Alicia Haro en la Graciosa; y la convicción y la ductilidad para cambiar de registro de Myrian Trujillo interpretando a la Buscona.

El montaje de esta obra -que el propio Alejandro Casona representó con su compañía por los pueblos de España, dentro de las tareas de las Misiones pedagógicas, durante la segunda República- tiene ritmo, con la dificultad que ello supone, considerando que la acción se desarrolla en un único lugar. Las entradas de las parejas protagonistas de los casos que debe resolver Sancho, se anuncian con un doble toque de corneta y tambor, que resulta de lo más convincente.

Enhorabuena a todos: a los alumnos de 3º de Diversificación por su interpretación; pero sobre todo por el camino recorrido, es decir, por el trabajo que les ha conducido a ella, que, como se lee en el programa de mano, les ha hecho más seguros de sí mismos, más útiles y más necesarios; y por supuesto a Carmen Jurado, su profesora del Ámbito Sociolingüístico, que ha sabido motivarlos y dirigirlos en este montaje de mucho mérito.