El mismo día que conocemos el suicidio de un hombre de Granada, horas antes de ser desahuciado, nos llega la noticia de que la banca española acaparó el 99,49 % de los 87.497 millones de euros en ayudas públicas contra la crisis.
En España son ya 350.000 desahucios en los últimos cuatro años; 350.000 familias que, tras haber quedado en el paro o ver reducidos sus ingresos, no pueden pagar los intereses, cada vez mayores, de unos préstamos que concertaron en época de bonanzas económicas. Una vez desahuciadas, sus viviendas se adjudican al banco, normalmente, a un precio inferior al mercado y permanecen desocupadas durante años, mientras que las familias se quedan en la calle.
Una comisión de siete jueces ha denunciado estos abusos, que se cometen al amparo de un ley hipotecaria, creada hace más de un siglo, y proponen extender a las personas endeudadas una parte de los beneficios y ayudas que la banca recibe del estado.
No les falta razón a este grupo de magistrados; pero ni el Consejo del Poder Judicial ni el Gobierno están por la labor.
Mientras tanto, se repetirán injusticias, como la del hombre de Granada y como la de miles de familias expulsadas de sus viviendas.
Hay un poema de Rafael Alberti, al que puso música el grupo Agua Viva, en el que se describe el drama del desahucio. Las mujeres de la casa, como se han quedado solas y no pueden seguir pagando su alquiler, protestan ante la llegada de los hombres del banco:
“Gritan, y cuando gritan
parece que están solas…
Miran, y cuando miran
parece que están solas…
Sienten, y cuando sienten
¡parece que están solas!
(…)
¿Es que ya Andalucía
se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces
no hay nadie?
¿Es que en los mares y campos andaluces
no hay nadie?
(…)
¡Cantad alto!
Oiréis que oyen otros oídos.
¡Mirad alto!
Veréis que miran otros ojos.
¡Latid alto!
Sabréis que palpita otra sangre.
No es más hondo el poeta…
En su oscuro subsuelo, encerrado…
Su canto asciende a más profundo
Cuando, abierto en el aire,
Ya es de todos los hombres.”
De eso se trata, justamente, de que hagamos nuestros estos dramas particulares.