Escribe Javier Padilla en el prólogo de esta biografía que su intención ha sido “llegar lo más lejos posible en el conocimiento de las vidas de Dolores González Ruiz (1946-2015), Enrique Ruano (1947-1969), Javier Sauquillo (1947-1977) y otros miembros de su generación”. Particularmente, se centra en la historia de amor que construyeron los tres citados, pues Lola era novia de Enrique cuando éste fue asesinado y se acabó casando con Javier años después. Para escribir el libro, el autor ha consultado numerosas fuentes escritas y entrevistado a numerosas personas; y ha procurado incluir “las ideas de los afectos al franquismo como las del antifranquismo heterogéneo”.
Cuenta, en efecto, la vida de Lola, Javier y Enrique, los tres pertenecientes a familias pudientes de clase media e hijos de vencedores de la Guerra Civil, y cómo coincidieron en la Facultad de Derecho en Madrid, donde se integraron en la organización política FLP (Frente de Liberación Popular), situado a la izquierda del PCE (al que consideraban derechista, oportunista y estalinista, sobre todo por su política de reconciliación nacional) y que planteaba una lucha revolucionaria universal y solidaria de todos los pueblos oprimidos. De ahí que tuviera como referentes desde Vietnam, el Che y Mao Zedong, hasta los sucesos de Mayo del 68.
Los tres amigos, a raíz de su entrada en el FLP, comenzaron a verse a diario y se hicieron inseparables. No obstante, existía cierta tensión entre Javier y Enrique porque los dos se habían enamorado de Lola. Especialmente los dos últimos manifestaron “una curiosidad insaciable por multitud de temas y una gran fidelidad tanto a las personas como a las organizaciones de la que formaban parte”.
A partir del año 1966, dentro del sindicato universitario de izquierdas FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), los tres protagonistas abrazan el marxismo-leninismo y comienzan a implicarse en actividades subversivas contra la dictadura franquista, con lo que tuvieron que romper con la educación tradicional cristiana que habían recibido. Vivieron la renovación de la música española,especialmente a través de los cantautores que reivindicaban con sus letras la justicia y la libertad. Y también la liberación sexual, con lo que cambiaron las costumbres de sus padres.
En este sentido, las revueltas de mayo de 1968 en París reivindicaban modelos alternativos al capitalismo, el conservadurismo y la democracia burguesa, incluida la liberación sexual; y fueron emuladas hasta en cincuenta países, entre los que se encontraba España, aunque a una escala menor, porque no había libertades. En las revueltas y manifestaciones de Madrid, que tuvieron su punto culminante en el concierto de Raimon el 18 de mayo en la facultad de Económicas, participaron también activamente Enrique, Lola y Javier, con la conciencia de que se estaba gestando un movimiento a escala global contra la injusticia y en favor de una sociedad sin clases.
Una de las consecuencias en España fue el cierre, durante cuatro meses, del periódico “Madrid”, tras la publicación de un artículo titulado “No al general de Gaulle”, que se interpretó como una referencia a Franco. También se tomaron medidas para evitar que la subversión de los universitarios españoles llevara a una situación similar a Francia. En concreto, se crearon servicios de contrainformación en las universidades para boicotear las asambleas y reventar las manifestaciones. A estos servicios pertenecía la organización los Guerrilleros de Cristo Rey. No obstante las acciones contra la dictadura, en las que participaban nuestros tres protagonistas, continuaron con sentadas, juicios críticos contra profesores poco progresistas o ambiguos con respecto al régimen franquista, comandos, manifestaciones, etc.
Enrique atraviesa por una depresión que le impide encontrarse a sí mismo y elegir cómo quiere vivir su propia vida. En las notas para Castilla del Pino que le estaba tratando escribe que se siente agotado y dominado por los demás, particularmente por su amigo Javier al que considera superior intelectualmente y responsable de no haberle dejado desarrollar su personalidad. También habla de su sentimiento de culpa ante la ayuda que podría prestar y no le ha prestado a su hermana Bea; de lo mucho que le cuesta hablar y expresar sus ideas, de su susceptibilidad ante los comentarios de los demás, e incluso llega mencionar el suicidio, aunque no le parece una opción plausible. El propio Castilla del Pino que le recetó medicación para la depresión no observó en él ninguna tendencia suicida, aunque la policía utilizó estas notas como prueba de que Enrique estaba desequilibrado mentalmente y pretendía quitarse la vida, cuando lo cierto es que todo apunta a que se trató de una muerte provocada.
Este hecho tuvo como consecuencia una radicalización del FLP, que primero optó por la violencia y después se disolvió. El PCE dominará, a partir de ese momento, la política universitaria y los que le acusaban de reaccionario y autoritario acabarán militando en él.
Después del asesinato de Enrique, Lola y Javier acabaron sus estudios de Derecho y montaron, con ayuda de sus padres, un despacho laboralista, aunque tenían elementos en contra: no eran conocidos para los trabajadores, sólo cobraban cuando ganaban los pleitos y la legislación vigente y los tribunales les eran desfavorables. De todas formas, el bufete les unió sentimentalmente y les acercó al PCE, partido antifranquista por excelencia, que apostaba por una propuesta moderada, la Reconciliación Nacional, y que acabó distanciándose de la Unión Soviética. Ingresaron en este partido, en 1970, aunque siempre fueron críticos con su estructura jerárquica de tintes autoritarios y con el eurocomunismo de Santiago Carrillo. Se casaron en 1973 y trabajaron en los movimientos vecinales, especialmente en Vallecas, donde ayudaban a los vecinos a conseguir sus derechos.
El Partido Comunista era contrario a la violencia y, después de la muerte de Franco, intentó, a través de Comisiones Obreras, hacer presión a favor de un cambio político, organizando multitud de huelgas. Estas contribuyeron a justificar las reformas de los gobiernos franquistas por el miedo a aquellos grupos políticos mucho más peligrosos que venían detrás.
Durante la transición de la dictadura a la democracia -entre 1975 con la muerte de Franco y 1982 con el triunfo socialista en las elecciones generales-, que se ha vendido como modélica por el consenso y la paz social que la presidieron, hubo 504 víctimas mortales por la violencia política, tanto de ETA como de los grupos de extrema derecha (Batallón Vasco Español, Guerrilleros de Cristo Rey, Triple A…), lo cual convierte nuestra transición en la más violenta de la época, solo por detrás de Rumanía.
Entre estos atentados terroristas está el de los abogados de Atocha, en enero de 1977, donde fueron víctimas dos de los protagonistas de esta biografía, Javier, que fue asesinado, y Lola, malherida y marcada para siempre: “En los cuarenta años que le quedaban de vida, Lola mantuvo la obsesión con el pasado, e incluso cuando se encontró mejor físicamente no fue capaz de integrarse plenamente en el tiempo que le tocaba vivir (…) En muchos aspectos, Lola se convirtió en un fantasma”.
El PSOE ya había sido legalizado y el 9 de abril se legalizó el PCE; pero en contrapartida tuvo que aceptar la bandera rojigualda, la monarquía y la democracia representativa, lo cual le pareció a Lola un precio excesivo, después de los asesinatos de Enrique y Javier. Siempre se mostró muy crítica con la transición: “amnistía a cambio de amnesia”. La consideraba un pacto de las élites fundamentalmente franquistas. Además, el resultado de los comunistas en las elecciones legislativas de 1977 fue decepcionante, en comparación con el partido socialista mucho menos combativo contra la dictadura.
Lola se dejó morir, probablemente por inanición, junto con su amigo inseparable de los últimos años, José María, y sus cuerpos fueron encontrados sin vida el 29 de enero de 2015: “No parece casualidad que sus muertes fueran a finales de enero“, apostilla el autor del libro.
Los tres protagonistas de esta biografía, Enrique, Javier y Lola, lucharon contra la dictadura franquista y en favor del socialismo y la solidaridad con los que menos tienen; pero sus vidas no fueron plenas sino desdichadas. Como se dice en el epílogo, nos queda una sensación de tristeza por lo que pudieron haber sido, y de rabia por lo bien que les fue en la democracia a los matones de la extrema derecha que se enfrentaron a ellos y deambularon libremente por España en los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Después de leer este libro, podemos compartir las palabras de Lola: “Somos víctimas de la Transición, ya lo he dicho muchas veces. Por eso es importante que se hable de nuestra historia, y de la de Enrique. Es parte de la memoria histórica de este país “.