EL RESPETO

 

Si tecleamos en Internet la palabra “respeto” salen, aproximadamente, 81 millones de resultados. El primero pertenece a la Wikipedia, donde se puede leer que el respeto “consiste en saber valorar los intereses y necesidades de otro individuo en una reunión”.

Esta definición implica el reconocimiento del valor de una persona. Por ejemplo, si un alumno habla continuamente con el compañero, mientras el profesor explica, no está reconociendo el valor de éste. Tampoco lo hace, si adopta una actitud física inadecuada, como apoyar el respaldo de la silla en la pared o estirar las piernas por el pasillo, como si estuviera en un salón del oeste americano, o si no puede contener la risa, porque la exposición del profesor le parece la cosa más divertida del mundo.

Pero, en una clase, no sólo se debe reconocer el valor del profesor, sino también el de los compañeros. Por ejemplo, si un alumno reacciona groseramente, cuando un compañero suyo actúa de manera distinta a él, le está faltando al respeto, aunque no le insulte directamente.

A veces, se olvida que el instituto es la casa común de todos, como un microplaneta Tierra, un laboratorio en el que los alumnos aprenden y experimentan lo que luego, en la vida, llevarán a la práctica. En este laboratorio, se pueden crear dinámicas de respeto a las personas y al entorno, y fomentar hábitos y actitudes cívicas, que les permitan vivir en sociedad. Pero también se puede avivar la intolerancia, cuando no se le reconoce a cada uno su derecho a ser como es. Que alguien tenga un defecto, o lo que nosotros entendemos como un defecto, no lo condena como persona.

Dice Mario Benedetti en un poema que “El odio viene y va y regresa… / Viene y se vuelve y arremete / y es un cuchillo de silencio / que lentamente me desgarra / como un sollozo / como un ciego”. 

También la falta de respeto viene y va y regresa, y es un cuchillo, pero no de silencio, sino de ruido, un ruido que de repente nos desgarra por dentro, porque no nos identificamos con él, pero intimida a los demás.  

Tengamos respeto, incluso a los que nos falten al respeto.

LAS LLAVES DE LA MEMORIA

Ayer, en el Curso de Preparación de las Pruebas de Acceso a Grado Superior, leímos una columna de opinión, publicada en el diario El País, en la que Almudena Grandes utiliza las llaves, como símbolo de amor y de nostalgia por lo perdido. Se refiere a las llaves, que se llevaron los judíos y los moriscos, cuando fueron expulsados de España; a las de los republicanos, que se vieron forzados a exiliarse, al final de la guerra civil de 1936; y a las de los saharauis, que, abandonados por el estado español, hoy día viven un largo y tristísimo exilio en los campamentos de Tinduf, en Argelia.

El contenido del texto nos llevó a analizar las causas del abandono o expulsión de estos grupos humanos y la responsabilidad en ello de los Reyes Católicos y de la dictadura franquista. Sobre la represión llevada a cabo por esta, les recomendé que vieran “La voz dormida” de Benito Zambrano, película que está basada en la novela homónima de Dulce Chacón, y que, como comenté en la entrada anterior, denuncia la violación sistemática de los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, durante los primeros años de la posguerra española.

En ese momento, una alumna levantó la mano, para decir que había visto la película, impulsada por lo que le sucedió a dos familiares suyos, en esa época. Entonces, nos contó la historia de sus abuelos paternos: él había sufrido cárcel, durante diez años, por motivos ideológicos; y ella, mientras tanto, fue violada por un militar de su pueblo. Fruto de esta violación, nació una niña, que hoy día es su madrina.

Añadió que, hasta hace relativamente poco tiempo, el hijo del violador, cuando pasaba por la casa de su abuela, le decía a esta que, si hubiera estado en lugar de su padre, habría hecho lo mismo.

Y concluyó sus palabras, diciéndonos que su abuela, en la actualidad, padece alzheimer; que ha perdido la memoria y sólo recuerda la violación de que fue objeto, cuando era joven. Todos los días la cuenta a quien quiera escucharla. Ayer la escuchamos por boca de su nieta, con la convicción de que nos estaba desvelando un secreto guardado, durante muchos años.

LA VOZ DORMIDA

PEPITA.- ¿Quieres saber la respuesta a lo que me preguntaste el otro día?

PAULINO.- Claro que sí, es lo que más me gustaría del mundo.

PEPITA.- Hazme la pregunta otra vez.

PAULINO.- ¿Quieres salir conmigo?

La chica le responde que sí y ambos se besan apasionadamente, en un lugar donde nadie les ve. Se habían conocido, en el monte, a donde ella fue para llevar un mensaje a su cuñado, que vive, como Paulino, en rebeldía y oposición armada a la dictadura franquista.

Esta escena de la película “La voz dormida” es la única tregua, el único momento de felicidad, que nos concede su director, Benito Zambrano,  en las dos horas, aproximadamente, de metraje.

Está basada en la novela homónima de Dulce Chacón y pretende ser un homenaje a todas las mujeres asesinadas o que sufrieron represión, durante la el franquismo. Muestra con un realismo, que nos llega a lo más hondo del corazón, la crueldad de la dictadura, que se instauró en España, después de la Guerra Civil.

Desde la primera escena, donde la hermana de Pepita, Hortensia, y un grupo de presas esperan, atenazadas por el miedo, la llegada de las carceleras con los nombres de las que van a fusilar esa noche, consigue el director andaluz atrapar al espectador. A partir de ese momento, las secuencias de crueldad se suceden, de forma sistemática, como una sinfonía de horrores. Quizá se le pueda reprochar un cierto maniqueísmo en el tratamiento de algunos personajes franquistas; pero todo está perfectamente documentado por la historia, en libros, como “El holocausto español”, de Paul Preston, recientemente publicado: las detenciones arbitrarias; las torturas, como instrumento para arrancar falsos testimonios; los juicios sumarios, donde se condenaba a muerte a los acusados por razones ideológicas; la colaboración de la iglesia católica con la dictadura; etc.

Las imágenes dicen más que las palabras, como en la escena en la que obligan a las presas a besar los pies del niño Jesús o, cuando Hortensia lee en alto la carta de su marido a sus compañeras de celda y la cámara nos muestra un primer plano de los rostros emocionados de estas.

La película no nos da tregua; nos muestra, sin paliativos, los horrores de una dictadura, que no respetaba los derechos humanos y en la que las mujeres republicanas fueron víctimas principales.

La sensación que te queda, cuando termina, es de desasosiego y enfado, porque, por un lado, no acabas de creerte que pudieran suceder esas cosas y, por otro, te asalta la duda, como dice mi amigo Benito, de si hemos sabido estar a la altura de aquellas mujeres, que entregaron su vida por defender la justicia y la libertad.