El verano, por el tiempo libre del que disponemos, es buena época para descubrir escritores a los que no habíamos leído. A mi me ha sucedido con Murakami, un novelista japonés que ha sabido aunar calidad con popularidad. Los protagonistas de sus novelas son jóvenes que han construido la felicidad en un círculo reducido que comienza a abrirse cuando se hacen adultos y las cosas del exterior anegan ese paraíso y las que había dentro se desparraman fuera. Personajes introvertidos, que levantan un muro a su alrededor y hacen lo imposible para que nadie se meta dentro. Personajes insatisfechos por diversas causas: por ser hijos únicos y tener el estigma de niños mimados y consentidos (“Al sur de la frontera”); o por ser víctimas de la separación de sus padres y experimentar la sensación de vacío por la ausencia de uno de ellos (“Kafka en la orilla”); o por las dificultades para materializar su amor (“Tokio blues”). Personajes, en fin, que sufren en el paso de la adolescencia al periodo adulto , que se resisten a cambiar y que optan por refugiarse en el mundo de ficción de la literatura, como válvula de escape. Así, el mundo exterior aparece siempre como una especie de enemigo que les acecha amenazante; pero al que obligatoriamente han de enfrentarse. El consejo que le da un soldado al joven protagonista de “Kafka en la orilla”, aunque hemos de interpretarlo en un sentido metafórico, es significativo al respecto: “-No olvides lo de la bayoneta –le dice -. Se la clavas en el estómago al enemigo y la empujas hacia un lado. Luego vas retorciéndola hasta hacerle trizas las vísceras. Si no, vas a ser tú quien acabe con la bayoneta clavada en el estómago. El mundo exterior es así.” Las novelas de Murakami son en el fondo una metáfora del vivir humano y lo que implica hacerlo en sociedad: la renuncia a una parte de nosotros mismos que es siempre dolorosa. La existencia concebida como un laberinto en el que nos obligan a entrar cuando nacemos, pero del que desconocemos el itinerario a seguir. Y justamente en el aprendizaje de este camino radica la esencia de su mundo novelesco. Una idea clásica que nos remonta a la Odisea de Homero, pero que es llevada a cabo por el escritor japonés con originalidad, fundamentalmente por el tono confesional que le proporciona el uso predominante de la primera persona narrativa y por el estilo sencillo de su escritura. En este sentido, llama la atención la sintaxis, a base de oraciones simples o de oraciones compuestas de escasa complejidad, y cómo, de esta forma, consigue la fluidez narrativa suficiente para envolver al lector. Es decir, un tipo de construcción que sería más propia de un estilo impresionista produce el efecto envolvente del periodo oracional amplio, gracias sobre todo a una eficaz utilización de los procedimientos de cohesión textual. Veamos un ejemplo, en el que subrayamos los mecanismos lingüísticos (recurrencias semánticas, deíxis, conectores extraoracionales.) que le van dando cohesión al párrafo: “Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado (…) Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca. Y nosotros, para localizar dónde se esconde algo de nuestro corazón, tenemos que ir haciendo siempre fichas catalográficas.” En conjunto, sus historias son el resultado de la combinación de dos mundos: el occidental que apreciamos, por ejemplo, en el contexto histórico de mayo del 68 donde se desarrollan algunas de ellas y que despertó grandes expectativas de cambio, tanto en lo personal como en lo social, que en gran parte se vieron defraudadas; y el oriental que nos viene dado por el componente espiritual que impregna estas historias y que produce en el lector como un sentimiento de extrañeza, desconcertante y atractivo, al mismo tiempo, que nos sumerge en un profundo sueño del que ni siquiera despertamos al acabar la lectura.
Encuentro un poco reductiva esta lectura. Por lo demás, hacer un análisis del estilo de una traducción me parece inoperante, absurdo.
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