Una palabra tuya

Se siente uno cercano a las dos mujeres, Rosario y Milagros, que protagonizan esta novela, porque su drama en un mundo, donde priman el individualismo y el culto al cuerpo, es más común de lo que puede parecer a primera vista. Ambas trabajan de barrenderas y padecen una soledad radical: la primera, porque ha vivido desde pequeña con el estigma del patito feo, que se ve acentuado por su inteligencia; la segunda, porque, ya en la escuela, era objeto de burlas por parte de sus compañeros, a causa de su inocencia y obesidad.

Pero la cercanía llega sobre todo por el tono confesional con el que se cuenta la historia. En efecto, la voz narradora corresponde a la protagonista, Rosario, que se expresa mediante un lenguaje directo y desenfadado: “No me gusta ni mi cara ni nombre. Bueno, las dos cosas han acabado siendo la misma. Es como si me encontrara infeliz dentro de este nombre pero sospechara que la vida me arrojó a él, me hizo a él y ya no hay otro que pueda definirme como soy. Y ya no hay escapatoria. Digo Rosario y estoy viendo la imagen que cada noche se refleja en el espejo, la nariz grande, los ojos también grandes, pero tristes, la boca bien dibujada pero demasiado fina.”

Así, con esta confesión, empieza Una palabra tuya, de la que hablaremos el próximo martes en el club de lectura del instituto, y que para mí ha sido un descubrimiento, pues tan sólo conocía a su autora por la novela juvenil Manolito Gafotas y por los artículos periodísticos publicados en el diario El País.

Rosario habla de sí misma, de sus dificultades para comunicarse con los demás, de la difícil relación con su madre, de sus manías, de su falta de generosidad; pero también nos muestra cómo es su amiga Milagros: “ella era sí, hablaba de lo que se le pusiera por delante. Tú sacabas un tema con Milagros y te lo desarrollaba hasta la extenuación. Y hablaba de un forma un poco pomposa, como si fuera una experta, hablaba de la gente, de mí, de la vida, farfullaba, hacía como que sabía, hablaba por hablar y era de esas personas que no conocen el punto y aparte”.

Un personaje, el de Milagros, que acaba resultando entrañable por su simplicidad y generosidad; como Morsa, compañero de trabajo de ambas; y como la madre y la hermana de Rosario, con ese orgullo infundado de pertenecer a una clase social superior, cuando en realidad son víctimas, seres igualmente infelices.

Elvira Lindo sabe generar la intriga en torno a estos personajes, cuyo pasado, donde está el origen de sus frustraciones, nos desvela poco a poco, jugando con la memoria veleidosa de Rosario, que nos lleva de un tiempo a otro, aunque manteniendo siempre ese tono confesional, ese estilo directo y desenfadado, al contar la historia, que impregna esta de autenticidad.

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