El orden del día, premio Goncourt 2017, no es una novela al uso donde se cuenta una historia de ficción cronológicamente, pues su autor, Eric Vuillard recrea, utilizando fuentes diversas, una reunión secreta de Hitler con un grupo de grandes empresarios alemanes que acabaron donando grandes cantidades de dinero para financiar la campaña electoral del partido nazi, con la excusa de conseguir la estabilidad para Alemania. Es el primer paso del ascenso de Hitler al poder y de su dominio de Europa, con las consecuencias catastróficas que todos conocemos.
Vuillard va alternando diferentes momentos del pasado en su reconstrucción: antes de la guerra; al inicio de esta, cuando los grandes empresarios alemanes financian al partido nazi; durante la “invasión” de Austria; en el juicio de Núremberg; etc.
Una voz en primera persona, cuya identidad desconocemos, aunque puede ser el propio autor, cuenta los hechos y reflexiona sobre ellos, y juzga a los personajes. A veces, se vale de la ironía: “los venerables patricios intercambian palabras ligeras de tono, respetables; uno tiene la impresión de asistir a las primicias un tanto artificiales de una fiesta al aire libre”. Y en otras ocasiones utiliza metáforas descalificadoras: “Eran veinticuatro, junto a los árboles muertos de la orilla, veinticuatro gabanes de color negro, marrón o coñac, veinticuatro pares de hombros rellenos de lana, veinticuatro trajes de tres piezas y el mismo número de pantalones de pinzas con un amplio dobladillo”.
Leyendo estos pasajes, como también las conversaciones distendidas sobre música clásica, entre el que era Presidente de Austria, Schuschnigg, que pactó la entrega de su país a la Alemania nazi, y Seyss-Inquart, que ejercerá de Ministro sin cartera en el gobierno de Hitler; o el júbilo con el que esperaban los austriacos la llegada de los nazis, se nos hiela la sangre, al pensar cómo contribuyeron unos y otros al origen y crecimiento de la bestia.
Hay un pintor, Louis Soutter, ya anciano en aquella época y al que se refiere Vuillard en la novela, que, al final de su vida, dibujó sus angustias en forma de personajes oscuros, retorciéndose como alambres, y que parece estar presagiando con ellos los horrores del nazismo. Es la pincelada lírica de la novela.
Pero lo que sorprende es la mediocridad del ejército alemán, cuando avanza lentamente, en dirección a Austria: “Lo que acababa de averiarse no eran sólo unos tanques aislados, no era sólo un pequeño carro blindado aquí y allá: era la inmensa mayoría del ejército alemán; y ahora la carretera ha quedado enteramente bloqueada”. Una mediocridad que le lleva a afirmar a Vuillard que el mundo se rindió ante un bluff, a pesar de la propaganda alemana de la época, que presentaba a su ejército como una maquinaria de precisión.
También causa desconcierto el apoyo del pueblo austriaco a la invasión de su país por los nazis, así como el de la iglesia y los líderes socialdemócratas: “Con el fin de consagrar la anexión de Austria, se convocó un referéndum. Se detuvo a los opositores que quedaban. Los sacerdotes instaron desde el púlpito a votar a favor de los nazis y las iglesias se ornaron con banderas con cruces gamadas. Hasta el antiguo líder de los socialdemócratas pidió que se votara sí. Apenas se alzó alguna voz discordante. El 99,75% de los austriacos votó a favor de la incorporación al Reich”.
Sólo los más de mil setecientos suicidios acaecidos en una semana, se convierten en actos de resistencia y rechazo hacia los nazis, que ya humillaban a los judíos austriacos, rasurándoles la cabeza, llevándolos a rastras por las calles, obligándolos, a cuatro patas, a limpiar las aceras o a comerse la hierba. Sólo los que se quitaron la vida aquellos días parecieron entender que el crimen estaba cerca. Pero como la abyección no tiene límites y, dado que la mayoría de los suicidas lo hacía con gas y dejaban las facturas sin pagar, la compañía austriaca de gas les cortó el suministro a sus compatriotas.
No es, en efecto, El orden del día, una novela de ficción al uso; pero posee un alto valor literario, que reconocemos en la selección de los momentos históricos y en cómo los va alternando; en la voz narradora que valora los hechos, juzga a los personajes e interpela a los lectores; y sobre todo en el lenguaje cuidado y rítmico con el que está escrita.
Sólo te queda el resquemor de que esas grandes empresas alemanas (Bayer, BMW, Siemens, Shell, Telefunken, etc.), que financiaron al partido nazi y utilizaron mano de obra esclava de los campos de concentración (“Vivían allí negros de mugre, infestados de piojos, caminando cinco kilómetros tanto en invierno como en verano calzados con simples zuecos para ir del campo a la fábrica y de la fábrica al campo. Los despertaban a las cuatro y media… los golpeaban y torturaban”), obteniendo, así, grandes beneficios, no hayan respondido de sus crímenes. Como siempre ha sucedido, a lo largo de la historia, los poderes económicos se adaptan, sin ningún tipo de escrúpulo moral, a cualquier ideología y, además, suelen salir indemnes de sus fechorías, a diferencia de lo que nos ocurre al resto de los mortales.
¡Magistral crónica, Matías! Leí la novela el año pasado y me impactó mucho. Ahora, a la luz de tus palabras, y de los acontecimientos políticos occidentales que continúan en esa tónica «indolente», el impacto se convierte en rabia, puesto que no aprendemos de la historia, una vez más.
Muchas gracias por dar a conocer tan lúcida semblanza del libro.
Muchas gracias, Carmen, por tus palabras. Esta novela de Vuillard la vamos a comentar en la próxima sesión del club de lectura de amigos.