Recuerdo haber leído en alto a mis alumnos el capítulo primero de “Los santos inocentes”, imitando el ritmo poético de la prosa de Miguel Delibes y el grito de Azarías al citar el cárabo:
“¡eh!, ¡eh!,
citándole, citando al cárabo, y, seguidamente, aguzaba el oído aguardando respuesta, mientras la luna asomaba tras un celaje e inundaba el paisaje de una irreal fosforescencia poblada de sombras, y él, un tanto amilanado, hacía bocina con sus manos y repetía desafiante,
¡eh!, ¡eh!,
hasta que, súbitamente, veinte metros más abajo, desde una encina corpulenta, le llegaba el anhelado y espeluznante aullido,
¡buhú, buhú!”
Eran alumnos del nocturno los que me escuchaban, personas adultas que habían decidido reiniciar los estudios y completar su formación con el bachillerato. Y lo hacían con respeto y con la curiosidad de quien escucha por primera vez la lectura en alto de una novela. Recuerdo sus caras expectantes, al mirarles por el rabillo del ojo, y cómo esa curiosidad me animaba a seguir y a meterme cada vez más en la lectura.
Como el personaje Azarías, al escuchar la respuesta del cárabo, yo mismo perdía la noción del tiempo y me trasladaba con él a la sierra extremeña:
“ y rompía a correr enloquecido, arruando, hollando los piornos, arañándose el rostro con las ramas y, tras él, implacable, saltando blandamente de árbol en árbol, el cárabo, aullando y carcajeándose y, cada vez que se reía, al Azarías se le dilataban las pupilas y se le erizaba la piel y recordaba a la milana en la cuadra, y apremiaba aún más el paso y el cárabo a sus espaldas tornaba a aullar y a reír y el Azarías corría y corría, tropezaba, caía y se levantaba, sin volver jamás la cabeza”.
Nunca he leído una comunicación tan perfecta entre el hombre y la naturaleza, como la de Azarías con el cárabo y, siempre que pienso en Miguel Delibes, lo relaciono con este personaje entrañable y esa mezcla de atracción y pánico que ejercía el cárabo sobre él.
Pingback: TICágora » Delibes