“Yo tengo una casa, sé que nadie va a entrar en ella. Los palestinos, no. A veces, un comandante ordena entrar en una casa de noche, porque sí, para que no olviden quién manda. Y no entramos llamando a la puerta con una sonrisa sino con armas, con golpes, con registros, gritos y patadas. Para que aprendan.”
Quien así se expresa es Sicham Levental, ex soldado israelí, perteneciente a “Rompiendo el silencio”, movimiento que trata de explicar al pueblo de Israel que lo que hacen a los palestinos es una indignidad.
El hecho que cuenta me ha recordado una escena de la película “El pianista”, en la que, una noche, el protagonista observa, desde su casa, cómo un escuadrón de las SS alemanas irrumpe, con extrema violencia, en la del vecino de enfrente, ordena a los inquilinos que se pongan en pie y, como uno de ellos no puede hacerlo, por encontrarse en una silla de ruedas, a causa de la parálisis de sus piernas, acaban arrojándolo por el balcón.
Es sorprendente la coincidencia: el considerar a los habitantes de ambas casas como seres inferiores, que carecen del más mínimo derecho, y entender, además, estos actos de barbarie como algo perfectamente normal.
Paradójicamente, los que un día fueron víctimas se han convertido hoy en verdugos, como si la historia hubiera pasado en vano, como si el sufrimiento que experimentó el pueblo judío, durante el periodo nazi, le hubiera vuelto insensible al sufrimiento del pueblo palestino.
El ataque injustificado y desproporcionado del ejército israelí, en aguas internacionales, el pasado 31 de mayo, a la flotilla con ayuda humanitaria, que pretendía alcanzar Gaza, y que ha ocasionado 9 muertos y decenas de heridos, no hace sino ratificar la denuncia de Sicham Levental y poner de manifiesto la inmoralidad del gobierno de Israel.