El detonante para que la protagonista de esta novela, Maggie, recuerde su vida matrimonial es un programa de radio, Baltimore AM, que va escuchando en el renovado Dodge de color gris, camino del entierro del marido de Serena, una amiga de la infancia. “¿Qué hace ideal a un matrimonio?” es la pregunta del día, que en un principio no le interesa nada, porque ella es una mujer responsable de sí misma, que lleva veintiocho años casada con Ira. Pero, durante el viaje, al que éste la acompaña, afloran antiguas diferencias: “Si hay algo en ti que de verdad no puedo soportar -dijo ella- es tu forma de actuar, tan soberbia. No podemos tener una simple discusión con sus pros y sus contras. Ah, no. Tú has de hacer hincapié en lo ilógica que soy, en lo irracional que soy y en lo razonable y perfecto que eres tú”.
Ya en el entierro, Maggie se encuentra con antiguos compañeros de clase, entre los que está Durwood Clegg, al que rechazó por demasiado dócil y sentimental cuando éste le propuso salir, porque en ningún caso quería desempeñar el papel de dura en la relación de pareja. Mirándolos, piensa en el paso inexorable del tiempo, que sus antiguos compañeros no parecen captar: “Se preguntó cómo era posible que no hubieran reparado en que los demás habrían envejecido, como ella, a lo largo de aquellos años; que, más o menos, todos habrían pasado por las mismas fases: criar a los hijos y decirles adiós, maravillarse ante las arrugas descubiertas en el espejo, contemplar a los propios padres volviéndose frágiles y titubeante”.
Le vuelven los recuerdos de aquella época, cuando decidió ser asistente en la residencia de ancianos, en lugar de ir a la universidad, aunque había sido la primera de la clase en el instituto, porque “¿De qué le servía a ella una información parcial, insustancial y rimbombante como la aprendida en el instituto: La ontogenia resume la filogenia y la sinécdoque es el uso de la parte por el todo?”. También evoca la boda de Serena con Max y la desilusión que se llevó con la respuesta de esta, cuando le preguntó si estaba segura de haber escogido al hombre adecuado: “Es la hora de casarse. Es todo -le dijo-. ¡Estoy harta de citas! ¡Estoy harta de tener que andar siempre guardando las apariencias! Quiero sentarme en el sofá, con un marido normal y corriente, y mirar la tele durante una eternidad. Será como quitarme una faja. Así es como lo imagino, exactamente”.
Por su parte, Ira no materializó su deseo de estudiar medicina, porque tuvo que hacerse cargo del negocio de su padre y cuidar de éste y sus dos hermanas; pero se casó con Maggie de la que sigue enamorado, aunque no soporta que no se tome en serio la vida, pues se lanza siempre con ímpetu y torpeza hacia ningún sitio en particular, como cuando pensó, llena de preocupación, que su hija Daisy fumaba marihuana, porque encontró en su escritorio papel de fumar, que al final resultó que utilizaba para limpiar su flauta; o cuando salió en persecución de un ladrón que le había robado el bolso, sin pensar si iba o no armado; o ahora que está decidida a que su hijo Jesse, separado de Fiona, se reconcilie con ella, a pesar de que ya han firmado los papeles del divorcio. Así la define su marido: “Cree que tiene derecho a cambiar la vida de los demás. Cree que las personas que ella quiere son mejores de lo que en realidad son, y por ello luego empieza a cambiar las cosas, para que esas personas se adapten a la idea que se ha forjado de ellas”.
Maggie, en cambio, cuando actúa así, está convencida de que no se entromete en la vida de los demás, simplemente le parece que el mundo está algo desenfocado, que los colores no acaban de estar en su contorno correspondiente y que, sólo con que ella efectúe un pequeñísimo ajuste, todo acabará encajando a la perfección. Cree que sus planes son perfectos y que se acabarán realizando, aunque nunca lo consigue.
Estas desavenencias provocan discusiones entre ellos, que se vuelven a veces embarazosos silencios. Maggie percibe el mundo mejor, pues carece de egoísmo y se acerca a personas abandonadas, como el viejo Otis, mientras que Ira se siente frustrado desde el día en que tuvo que renunciar a su sueño de estudiar medicina. En la educación de sus hijos, particularmente de Jese, que abandonó los estudios en el instituto, él fue demasiado duro y ella demasiado blanda, o al menos eso se echaban en cara: “Ahora le parecía que, debido a Jesse, había estado peleando desde el día en que nació y adoptando siempre las mismas posturas. Ira lo criticaba, Maggie lo disculpaba. Ira afirmaba que Jesse era incapaz de ser cortés, que se negaba a borrar de su rostro aquella expresión obstinada y que, cuando le echaba una mano en la tienda, era un inepto total. Sólo necesitaba sentirse seguro de sí mismo, decía Maggie”.
A medida que avanzamos en la novela, que consiguió el Premio Pulitzer 1989 y que dura sólo el día del funeral, los flashback o saltos atrás se introducen de forma muy natural, por ejemplo, para recordar la boda de Serena; o la forma accidental en la que se conocieron Maggie e Ira; o la difícil convivencia del hijo de ambos, Jesse, con su mujer, Fiona, después del nacimiento de Leroy; etc.. Así, a través de este juego de presente y pasado, vamos conociendo la vida de la protagonista y su familia.
La historia de Maggie e Ira representa a muchos matrimonios, cuyos componentes conocen las cualidades y defectos del otro; que discuten, sin que llegue la sangre al río; pero se quieren. La ingenuidad y fantasía de ella contrastan con la sensatez y el pragmatismo de él; y el choque entre los dos caracteres da lugar a situaciones tensas, pero que no acaban nunca en tragedia, como cuando Maggie se apea del coche, después de una discusión con Ira, aparentemente con la firme determinación de abandonarlo, pues incluso llega a imaginar la vida con otro hombre; pero finalmente acaba subiendo de nuevo al mismo, como si nada hubiera sucedido. Su relación es lo contrario de la felicidad absoluta, porque está llena de pequeñas alegrías y frustraciones, de situaciones de la vida cotidiana, de sentimientos básicos, nada grandilocuentes, como la de cualquier pareja. En consonancia con esta cotidianeidad y realismo, Anne Tyler nos cuenta la historia mediante un lenguaje sencillo, preciso y ágil, y utilizando además un sentido del humor, que da lugar a momentos verdaderamente divertidos, con lo cual la lectura se hace siempre placentera.