Inés y la alegría cuenta la invasión del valle de Arán llevada a cabo en 1944 por un ejército de cuatro mil hombres, con la intención de liberar al pueblo español de la dictadura franquista.
Como explica la propia autora en una nota final, la novela tiene tres ejes: el primero narra los acontecimientos que sucedieron en la realidad; y el segundo y el tercero cuentan una historia de ficción: la de Inés y el capitán Galán. Los hechos reales y los ficticios se van alternando y entremezclándose, hasta forma una única historia.
Comienza ofreciéndonos la imagen, quizá más humana y conmovedora de Dolores Ibárruri, en su relación íntima con un hombre catorce años más joven que ella, Francisco Antón; una relación que le da las fuerzas necesarias para llevar una vida pública intensa y agotadora, pero que mantiene en la clandestinidad, porque ni siquiera sus propios camaradas comunistas la ven con buenos ojos.
El de Dolores es un ejemplo de cómo la historia con mayúsculas desprecia los amores carnales, que en ocasiones la distorsionan. Otro ejemplo es la relación entre Carmen de Pedro y Jesús Monzón, que facilita a éste el control del Partido Comunista en el exilio francés y la organización de la invasión de España.
Pero la historia alcanza mayor intensidad y consigue implicarnos más a los lectores, cuando la voz narrativa le corresponde a Inés, la protagonista, quien nos habla del papel secundario que tienen asignado las hijas en la familia burguesa tradicional, frente al preeminente de los hijos, convertidos en referencia, ante la ausencia del padre. Y nos cuenta la guerra civil desde su punto de vista, desde la situación personal de una mujer joven, que vive encerrada en casa e ignora todo sobre la vida y sobre el golpe de estado del general Franco, en el que participó su propio hermano; pero que poco a poco va a ir tomando conciencia de que se puede vivir de otra manera, de que las mujeres, como ella y como su criada Virtudes, pueden tener la misma libertad que los hombres.
La intensidad de la narración no baja, cuando Inés le cede el testigo al capitán Galán, que cuenta su historia en Francia de exiliado del Ejército Popular de la República Española; y su participación en la liberación del territorio francés, tomado por los nazis, y en el intento de invasión de la España franquista.
La voz narrativa vuelve a la protagonista, que recuerda lo que fue su vida en la cárcel y en el convento, y antes de la cárcel, sus amores con Pedro y sus salidas con Virtudes. Así, en un juego temporal, que refleja el ritmo de su pensamiento, que va y que viene, del pasado al presente y del presente al pasado: “En Ventas, yo hacía cosas por mí y cosas por los demás, pero en el convento no era nada, no era nadie. No me interesaba nada. No le interesaba a nadie.”
En estos pasajes brilla la prosa fluida de Almudena Grandes: cuando se introduce en los recovecos de la mente de Inés, y esta describe su deseo sexual reprimido, durante años, y su encuentro con el capitán Galán: “olía a madera y a tabaco, a clavo y a jabón, por debajo, algo dulce y ácido, como la ralladura de un limón no demasiado maduro, por encima, algo que picaba en la nariz como una nube de pimienta recién molida”; o cuando la relación se trunca, por un malentendido, y es el propio Galán quien nos revela su estado anímico: “Era demasiado, pero muy poco comparado con mi humillación. Ese fue el sentimiento más poderoso, el que desbancó a todos los demás y el único disolvente capaz de arrancar el olor de aquella mujer de mi cabeza. Porque yo ni siquiera me paré a sospechar de Inés, no me hizo falta. No necesité dudar, comparar mis dudas con mis certezas, para elaborar un decisión antes de tomarla. Nunca en mi vida me había sentido tan humillado.»
Estos son los momentos que más interesan de la novela; no tanto cuando la propia autora toma la palabra para contarnos los acontecimientos históricos -sobre todo en lo referente a los tejemanejes de Jesús Monzón y el proceso posterior al que fue sometido por el partido comunista-, que se acaban volviendo tediosos, a pesar de su propósito de aunar ficción y realidad.
La acción, mientras permanecen en el valle de Arán, está condicionada por un contexto en el que predominan la inseguridad y las sospechas. Así, la mujer que era considerada por todos como un regalo de los dioses se convierte de súbito en una traidora, aunque no lo sea; y lo que parecía una operación de reconquista de España, perfectamente organizada, es en realidad una maniobra para obtener réditos políticos, que no cuenta con el apoyo de la población.
La novela podía haber finalizado, cuando abandonan el valle; pero la acción se prolonga, quizá innecesariamente, en el exilio en Francia, porque la finalidad de la autora es contar momentos significativos de la resistencia antifranquista, al estilo de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, y el intento frustrado de invadir España sólo fue uno de ellos, aunque probablemente el más desconocido.