Hay libros que pierden cuando los relees y otros a los que les sucede justo lo contrario. Paradero desconocido pertenece a este segundo grupo.
La primera vez que lo leí, me interesó sobre todo su argumento: la historia de un alemán, que, después de haber vivido en Estados Unidos, durante varios años, regresa a su tierra natal, donde se convierte en un nazi acérrimo. Sin embargo, tuve la impresión de encontrarme ante una novela, o más bien un relato, sin desarrollar, pues los personajes evolucionan vertiginosamente, en especial, Martin; falta información sobre la Alemania nazi; se abusa de la elipsis, como recurso narrativo; y el final resulta demasiado abrupto.
Paradójicamente, en la relectura que he hecho para la sesión de nuestro club, los que consideré defectos se han convertido en virtudes. Evidentemente, al relato no le sobra nada; pero tampoco le falta. El ejercicio de síntesis que realiza Kressmann Taylor es sobresaliente, sin renunciar a los elementos que, a mi juicio, dan calidad a este género literario: la capacidad para generar intriga, que consigue dosificando la perspectiva de Martin sobre lo que sucede en Alemania, bien contrapunteada por Max; la complejidad de los dos personajes, que nos sorprenden con su comportamiento: el primero por su envilecimiento y el segundo por su actitud vengativa; las elipsis, que estimulan nuestra imaginación, obligándonos a reconstruir lo que no se dice; el final sorprendente, que nos descubre uno de los procedimientos más ominosos utilizados por los nazis para dar a entender el asesinato de los judíos; y el estilo preciso, sin la menor distracción retórica, que se ajusta, como anillo al dedo, a la historia terrible que se cuenta.
Si uno piensa, además, que Paradero desconocido se publicó por primera vez, en 1938, cuando aún no se había iniciado la segunda guerra mundial, pero se estaba incubando el nazismo, su valor aumenta, pues cabe interpretarlo como un mensaje de advertencia contra este peligro.