Jirones de sueños rotos

Jirones de sueños rotos, con la que se estrena en el género narrativo nuestro compañero Juan Rivera, encierra al menos dos novelas en una. El propio título da pie a una doble interpretación, porque los sueños rotos son personales, pero también colectivos; no sólo fracasan en sus vidas afectivas los personajes que la protagonizan sino también en sus ideales políticos y sociales. El final de la carta que le escribe Ángeles a Jorge refleja bien esta frustración: “Siempre terminamos en la trinchera equivocada Jorge, en la de la derrota. Seguramente siempre fuimos eternos náufragos errantes a los que les está vedado el paraíso. ¿De verdad que el futuro soñado era esto?”. “Náufragos” es la metáfora que emplea para referirse a los que, como ellos, lucharon contra la dictadura de Franco, con el fin de construir una sociedad más justa, y tuvieron el sueño de encontrar la felicidad en su vida personal. No lograron ninguno de los dos objetivos, quizá, por eso, sea el término que mejor define sus trayectorias vitales.

La novela nos cuenta una historia de amor, con dos hombres enamorados de una misma mujer; dos amigos que establecen “un pulso no declarado”, desde que la conocieron, aunque, en realidad, son para ella dos objetos a los que utiliza, “dos ositos de peluche”, como le gusta decir. No faltan los celos, el engaño, el rencor y la venganza.

Pero “Jirones de sueños rotos” es también una novela de carácter social, donde se critican algunos de los males de nuestra democracia: la incoherencia de los que cambian de ideas por interés personal; a los políticos que embaucan a la gente con el don de la palabra; a las instituciones que fingen en público poseer unos principios y sentimientos, aunque en realidad tienen los contrarios; etc.

El logro de Juan Rivera estriba en cómo va entrelazando las dos historias, la individual y la colectiva, jugando con el tiempo interno del relato: del presente terrible del suicidio que lo condiciona todo, al pasado de los sueños colectivos e individuales, pasando por momentos intermedios, que nos permiten conocer la evolución de los personajes; y vuelta a empezar, siguiendo el fluir del pensamiento, sobre todo, del protagonista, Jorge, que representa la coherencia y el compromiso social. A través de él, se nos descubre la vida disipada y contradictoria de los demás, a los que, sin embargo, está ligado por antiguos lazos de amor o amistad; y también sus propios anhelos y frustraciones, el paso del tiempo que todo lo cambia. Sólo quizá la excesiva estructuración en capítulos, teniendo en cuenta la brevedad de la novela y la apuesta por un tratamiento audaz del tiempo, resta continuidad a la lectura.

El estilo, en que se cuentan las historias, brillante, con ritmo, cuajado de imágenes, demuestra que, aunque sea esta su primera novela publicada, estamos ante un escritor con oficio, habituado a utilizar el lenguaje literario:

Ya sabe la secuencia, la ha vivido antes, en otros tiempos, lo mirará con los ojos verdes cuajados en lágrimas pero que mantienen el equilibrio, como un mar de cristal encerrado en una pecera, sin derramar llanto alguno, empezará a caracolear con los dedos en su mano, escribiéndole en la piel idiomas perdidos entre corazones de aire y buscará ese roce al paso, ese instante para buscarle los labios.”

Estas palabras, llenas de ternura, en las que Jorge anticipa, porque lo ha vivido otras veces, cómo va a ser seducido por Ángeles, adquieren aún más fuerza expresiva y sensualidad con la evocación del poema de Luis Cernuda “No decía palabras” (“ese roce al paso”). Pero es sólo un ejemplo, porque las referencias culturales, especialmente relacionadas con el arte y la historia, son continuas, a lo largo de la novela, enriqueciendo siempre el estilo y aumentando su capacidad de sugerencia. He aquí dos pasajes que tienen como protagonista al mismo personaje femenino, el primero cuando rompe con Jorge y se la identifica con Medusa y el segundo, cuando invita a éste a hacer públicas las grabaciones y ella misma se compara con la reina Isabel II:

 “Sin darse la vuelta, sin siquiera mirarlo, lo había traspasado, conoció en sus carnes lo que sentían las victimas al cruzarse con Medusa y no le hizo falta ser estatua de mármol para aprender a que sabe la sangre que se hiela”.

 “O puede que pase a la historia dejando como una aficionadilla procaz a la mismísima Isabel II”.

Es otra de las señas de identidad de este debut en el género narrativo de Juan Rivera, que refleja su condición de docente y ávido lector, y sus conocimientos sobre el ámbito histórico, artístico y literario.

Una sorpresa agradable “Jirones de sueños rotos”, muy bien escrita, con una doble trama que nos atrapa desde el principio y mantiene nuestro interés hasta el final; y donde se apuesta por el camino menos trillado, en cuanto al tratamiento del tiempo. Nuestras felicitaciones al autor y a Benito Vaquero por su iniciativa de publicar la novela.

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