El viernes pasado vi una película -muy recomendable- titulada “En la casa”, donde un profesor de francés descubre entre sus alumnos a uno especialmente dotado para la escritura. A partir de este momento, se inicia entre ellos una extraña e inquietante relación en la que cada uno aprende del otro, es decir, el alumno no es un mero subordinado del profesor.
La película me ha hecho pensar en alumnos que significaron algo especial para mí, porque les interesó, particularmente, mi asignatura, porque disfrutaron con ella, o porque demostraron sensibilidad hacia la literatura. Curiosamente, todos los casos que me vienen a la mente está ligados a la lectura en alto, que suelo practicar en mis clases.
Recuerdo haber recitado el poema “No decía palabras”, donde Luis Cernuda expresa su insatisfacción porque lo que desea es mayor que lo que puede conseguir:
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Una alumna, a la que había notado sobrecogida, durante la lectura, me preguntó:
-Has sufrido mucho en tu vida?
-No – le respondí- ¿por qué me lo preguntas?
-Porque el poema expresa tanto dolor, tanto deseo insatisfecho.
En otra ocasión, recité, tratando de emular con las inflexiones de mi voz a los juglares de la Edad Media que actuaban ante un público, un fragmento del Cantar de Mío Cid, en el que se describe con gran realismo una batalla:
Se ponen los escudos ante sus corazones,
y bajan las lanzas envueltas en pendones,
inclinan las caras encima de los arzones,
y cabalgan a herirlos con fuertes corazones.
A grandes voces grita el que en buena hora nació:
-„¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador!
¡Yo soy Ruiz Díaz, el Cid, de Vivar Campeador!“ […]
Allí vierais tantas lanzas hundirse y alzar,
tantas adargas hundir y traspasar,
tanta loriga abollar y desmallar,
tantos pendones blancos, de roja sangre brillar,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Gritan los moros: „¡Mahoma!“; „¡Santiago!“ la cristiandad. […]
Concluida la lectura, comprobé que una alumna estaba particularmente impresionada y le pregunté:
-¡Eh! ¿Qué te pasa?
-Que aún estoy en la plaza oyendo el entrechocar de las espadas y los gritos de los guerreros.
Un tercer caso es el de un alumno del IES Gran Capitán. Ese día me había llevado a clase El perfume de Patrick Süskind y, con el fin de incitarles a la lectura, les leí el principio:
“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.”
Este alumno me confesó, años después, cuando ya había concluido sus estudios universitarios, que recordaba aquella clase, porque se había sentido atrapado por las palabras que contaban una historia alucinante y obsesiva, y porque, desde aquel día, comenzó a vivir una relación de amor con la lectura.
Afortunadamente, ninguno de estos tres alumnos ha provocado mi salida de la enseñanza, como le sucede al protagonista de “En la casa”; al contrario, aún sigo recorriendo los pasillos del IES Gran Capitán y practicando en mis clases la lectura en alto, quizá porque tengo la secreta ilusión –como dice Daniel Pennac- de que “la comprensión del texto pasa por el sonido de las palabras de donde sacan todo su sentido”.
La lectura es una actividad que comienza muy lentamente desde temprana edad y se mantiene de por vida, pues con el tiempo no se pierde. La lectura supone siempre atención,concentración,compromiso,reflexión…Todos los elementos que hacen un mayor desempeño y contribuyen a mejores resultados.
La lectura puede realizarse de muchas maneras y con muchos objetivos,no es lo mismo la lectura por placer que aquella que se realiza por obligación para cumplir determinado objetivo educativo.De todas formas, la lectura hará que fluya nuestra imaginación,crear nuevos mundos en nuestras mentes,reflexionar sobre ideas,entrar en contacto con nuestro idioma o con otro,mejorar nuestra ortografía (cómo nos decían desde niños en el colegio leer mucho para no tener faltas de ortografía,a mí me lo decían mucho),conocer más otras realidades.La lectura nos permite concentrarnos en ella y así olvidarnos de aquello que nos rodea y así poder meternos en la historia.
A mí me gustan los libros de amor y los de fantasía, me encantan leo muchos libros de esos, mi tío me regala cada dos por tres libros de este tipo
Ví la película hace poco y me pareció bastante interesante, aunque el comportamiento del alumno no me parece muy normal, pienso que está loco y el profesor no tiene dos dedos de frente por seguirle el juego al muchacho. Aunque los profesores no se den cuenta, muchos alumnos les tenemos cariño, no siempre decimos cosas buenas de ellos, pero al fin y al cabo forman parte de tu vida y, cuando pasas a otro curso y no te toca al mismo profesor, nos damos cuenta de lo bueno que era, de lo bien que explicaba, de cómo nos ayudaba a aprobar, de lo simpático que era o incluso de lo bien que trataba a sus alumnos. En cambio, a otros profesores no se les coge tanto cariño, por el simple de hecho de que el cariño hay que ganárselo. Si nosotros notamos que nos ayuda a aprobar o que nos trata bien, es decir, responde a nuestras dudas, nos responde sin «chulerías», explica correctamente, etc; nosotros le trataramos bien a él y solamente así se podrá ganar nuestro cariño y, algo que jamás se nos olvidará a nosotros, el recuerdo de un buen profesor.