El jardín del los Finzi-Contini no es solo una historia de amor no correspondido sino también el retrato de una familia judía, perteneciente a la alta burguesía de Ferrara, durante los años en que se estaba iniciando el fascismo en Italia.
Destaca en esta novela de Giorgio Bassani la fluidez narrativa, que exige la primera persona que nos cuenta los hechos, descubriéndonos sus pensamientos más íntimos en torno a la familia Finzi-Contini y, en particular, sobre Micòl, de la que está enamorado: “Pasé la noche siguiente presa de gran agitación. Me dormía, me despertaba, volvía a dormirme. Y no dejaba de soñar con ella”.
El autor italiano incorpora con habilidad la descripción de personajes y lugares a la narración: “y ahí estaba, por fin, anunciada de antemano durante un corto trecho por el crujido de los neumáticos sobre la grava de la explanada, la gigantesca mole de la magna domus”. Así, con esta expresión latina se refiere a la casa misteriosa, aislada como una roca y envuelta en la niebla, donde vive la familia Finzi-Contini.
Pero la novela es sobre todo, y a pesar del título, un viaje hacía el interior del protagonista, en el que se encuentra permanentemente en tensión, debatiéndose entre el deseo de expresarle su amor a Micòl y algo, como una fuerza interior, quizá el miedo al rechazo, que, en un principio, le impide hacerlo, y la frustración posterior, cuando finalmente se decide; entre el atractivo que suponían para él las visitas a la casa de Alberto, hermano de Micòl, y la crispación que le generaba éste con su obsesión por el orden; entre la actitud indulgente con Ferrara de su amigo Malnate -en los años en que se estaba iniciando el movimiento fascista- y su certeza, por la represión que estaba sufriendo su propia familia judía, de que el ambiente en esta ciudad no era tan recto y bondadoso. Un viaje siempre hacia el pasado, porque él, como Micòl, “carecía de ese gusto instintivo por las cosas que caracteriza a la gente normal”, de la capacidad para amar y contemplar con placer el presente, lo que hará imposible una relación amorosa entre ambos.
No necesita Giorgio Bassani contar con detalle la represión contra los judíos en Ferrara, para que esté presente, como una música de fondo, persistente y monótona, condicionando la vida de los personajes.
El estilo sencillo en el que está escrita la novela se corresponde con su tono personal, autobiográfico, aunque no faltan rasgos propios del poeta que también fue Bassani, como este símil, cargado de resonancias líricas: “como brasa perezosa que tantas veces es el corazón de los jóvenes”; o esta metáfora en la que identifica la forma de mirar de Micòl con una espada: “Me miraba a los ojos y su mirada entraba en mí, segura, dura: con la límpida inexorabilidad de una espada”; o en fin esta frase para describir el sonido de Jor, el viejo perro de los Finzi-Contini, mientras duerme: “Su pesado estertor de mendigo borracho llenaba el cuarto”.
Una novela, en suma, que comparte con el género poético la intimidad y la capacidad de sugerencia, y que convierte al lector en el confidente privilegiado de una vida desgarrada por la soledad y el sufrimiento.