En su única novela, Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013, cuenta la infancia y adolescencia de Del, en un pueblo de Canadá, y su camino de iniciación en el mundo de la escritura guiada por la curiosidad y la inteligencia. Esto, unido al hecho de estar escrita en primera persona, ha llevado a pensar que puede tratarse de recuerdos de la propia autora, aunque ella misma haya declarado que la novela “sólo es autobiográfica en la forma, no en los contenidos”.
Lo cierto es que, desde la primera página, tenemos la certeza de algo vivido, con personajes excéntricos, como el tío Benny, con su manía de guardar objetos averiados e inservibles, y con una ingenuidad que nos conmueve, por ejemplo, cuando cuenta lo que le sucedió en la ciudad de Toronto al ir a buscar a su mujer huida:
“-Primero pregunté a un tipo que me dijo que, cruzado un puente, llegaría a un semáforo rojo donde se suponía que tenía que torcer a la izquierda; pero cuando llegué allí no supe qué hacer. No sabía si torcer a la izquierda con el semáforo rojo o esperar a que se pusiera verde para hacerlo. -Tuerces a la izquierda con el semáforo verde -gritó mi madre, desesperada-. Si tuerces a la izquierda con el semáforo rojo te topas con todos los coches que están cruzando delante de ti.
-Sí, lo sé, pero si tuerces a la izquierda con el semáforo verde te topas con los coches que vienen en dirección contraria.
-Pues esperas a que haya una brecha.
-Pero entonces te puedes pasar todo el día esperando, porque nadie te deja pasar.”
El lenguaje utilizado por Munro es sencillo y preciso también cuando se refiere, como de pasada, a la época en la se encuentran:
“Owen se columpiaba en la puerta mosquitera, cantando en un tono cauteloso y despectivo, como solía hacer cuando se mantenían conversaciones largas:
Tierra de esperanza y gloria,
madre de los que son libres,
cómo podremos alzarte
nosotros que hemos nacido de ti.
Esa canción se la había enseñado yo; aquel año cantábamos esa clase de himnos todos los días en el colegio, para ayudar a salvar Gran Bretaña de Hitler.”
O cuando alude a la complicidad entre todos los miembros de su familia, sin necesidad de hablar: “Mi madre se quedó sentada en su silla de lona y mi padre en una de madera; no se miraron. Pero estaban conectados, y esa conexión era clara como el agua, y existía entre nosotros y tío Benny, entre nosotros y Flats Road, y seguiría existiendo entre nosotros y cualquier cosa.”
Otro personaje redondo, aunque en las antípodas del tío Benny, es la madre, Addie, defensora de los derechos de la mujer, con inquietudes culturales y que se ha hecho a sí misma: “La timidez y la vergüenza son lujos que yo nunca pude permitirme”, le dice a Del, cuando esta decide no seguir colaborando con ella, porque le da reparo contestar en público a las preguntas sobre el contenido de las enciclopedias que vendía.
También sus tías Grace y Elspeth son personajes logrados, con su sentido del humor ingenuo y desconcertante, como cuando le preguntaron a Del por la inquilina que tenían en su casa de la ciudad, a la que habían oído cantar en una fiesta la canción What Is life without my lover?: “¿Qué tal vuestra inquilina? ¿Qué le parece la vida sin su amante?”. Y Del les explicó que esa canción provenía de una ópera, que era una traducción, y sus tías gritaron: “¿ Ah, sí? ¡Y nosotras lamentándolo por ella!”.
Y es que La vida de las mujeres es una novela de personajes, con los que la narradora protagonista compartió su infancia y adolescencia, especialmente mujeres tradicionales, cuya existencia sometida al hombre y con el único destino del matrimonio y los hijos, refleja críticamente: “¿Qué era una vida normal? Era la vida de las chicas que trabajaban con ella, las fiestas de homenaje, las sábanas de hilo, las baterías de cocina y la cubertería de plata, ese complicado orden femenino; y por otro lado, era la vida del salón de baile Gay-la, ir borracha en coche por carreteras negras, escuchar chistes de hombres, soportar y pelearte con hombres y conseguirlos, conseguirlos: un lado no podía existir sin el otro, y al asumir y acostumbrarse a ambos, un chica se ponía camino del matrimonio. No había otra manera. Y yo no iba a ser capaz de hacerlo. No. Me quedaba con Charlotte Brontë”.
Hay momentos especialmente hermosos como la descripción sutil de su despertar sexual, el día que conoció a Garnet en la iglesia, mientras escuchaban al pastor baptista: “Pero toda mi atención estaba centrada en nuestras manos apoyadas en el respaldo de la silla. Él movió un poco la suya. Yo moví la mía, volví a moverla. Hasta que las pieles se tocaron, ligera pero vívidamente, se apartaron, regresaron y permanecieron juntas, apretadas la una a la otra. Luego los meñiques se frotaron con delicadeza, el suyo se montó poco a poco sobre el mío. Un titubeo; mi mano se abrió ligeramente, su meñique me tocó el anular y el anular quedó capturado, y así sucesivamente hasta que, en fases tan formales como inevitables, con reticencia y certeza, su mano cubrió la mía. Entonces él la levantó del respaldo y la sostuvo entre los dos. Me invadió una gratitud angelical, como si realmente hubiera alcanzado otro nivel de existencia. Me pareció que no era necesario más reconocimiento, no era posible más intimidad”.
La vida de las mujeres concluye con un giro metaliterario: Del, después de su ruptura con Garnet, cuando éste amenaza su libertad, decide escribir una novela para realizarse como persona: “Llegó un momento en que todos los libros de la biblioteca del ayuntamiento no fueron suficientes para mí; necesitaba tener libros propios. Comprendí que lo único que podía hacer con mi vida era escribir una novela. Escogí a la familia Sheriff para escribir sobre ella; lo que le había sucedido la aislaba de forma impresionante, la condenaba a ser material de ficción.”
En realidad, la novela que pretende escribir y que supone el descubrimiento de su vocación literaria, es la que nosotros estamos leyendo. Por eso, aunque Alice Munro haya declarado que La vida de las mujeres es autobiográfica sólo en la forma, los lectores tenemos el derecho a dudar de esa afirmación y considerar que tiene una base real: “Jerry -el amigo superdotado de Del- contemplando y dando la bienvenida a un futuro que aniquilaba Jubilee (…) yo haciendo planes secretos de convertirla en una fábula negra y fijarla en mi novela”.
Además, en el epílogo la narradora-protagonista llega a explicarnos su aspiración como escritora, que podría firmar la propia Alice Munro y que consiste en buscar la autenticidad, partiendo de una realidad, recreada mediante el trabajo literario: “Y ninguna lista podía contener lo que yo quería, porque lo que yo quería era hasta el último detalle, cada capa de discurso y pensamiento, cada golpe de luz sobre la corteza o las paredes, cada olor, bache, dolor, grieta, engaño, y que se mantuvieran fijos y unidos, radiantes, duraderos.”