En el 2006, Ricardo Piglia volvió a publicar su primer libro de relatos, La invasión, editado por primera vez en 1967. Lo hizo, según escribe él mismo en el prólogo, porque no ve demasiadas diferencias con los libros que ha escrito desde entonces. Y añade: “No me parece que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés)”. De los diez relatos que comprendía la primera edición, confiesa que ha revisado algunos, suprimiendo lo que consideraba irrelevante, y ha reescrito completamente Tarde de amor. Además, ha añadido cinco: Desagravio, En noviembre, El pianista, El joyero y Un pez en el hielo.
El Chino es el protagonista del primero de ellos, El joyero. Su vida ha sido muy desgraciada, tras su paso por la cárcel, a causa de un accidente que costó la vida a una mujer. Solamente su hija le da seguridad: “La nena le transmitía una alegría y una intimidad que siempre lo calmaba. Ella lo hacía sentirse un hombre como nunca ninguna mujer lo había hecho sentir. Cuando estaba con Mimi se sentía seguro y actuaba con suavidad, sin perder la calma. Jamás estaba perdido estando con su hija. Con el resto del mundo, en cambio, vacilaba inseguro”.
El segundo, Tarde de amor, resulta inquietante desde el principio, pues Wagner y el maestro Pardo traman hacer algo que desconocemos; pero que tiene que ver con la mujer, que alquila la habitación de al lado para acostarse con otros hombres y a la que observan por el ojo de la cerradura: “La fascinación de los cuerpos desnudos apareció una vez más, como si hubiera metido la cabeza en el paño negro de un fotógrafo”.
Los finales de estos dos relatos nos sorprenden, aunque el desenlace del segundo es mucho más sutil, con ese referencia a la llave de la puerta que separa las dos habitaciones.
La pared es el título del tercero y simboliza el aislamiento y la incomunicación en que se queda el protagonista, que se encuentra en un asilo y se entretenía mirando a la gente que pasaba, antes de que la construyeran: “Poder mirar la calle es una gran cosa. La gente cruza haciendo gestos y se ríe y a veces lo saludan a uno y cada tanto pasan camiones y colectivos y una vez pasó un jockey en un alazán que era un lujo”.
“Las actas del juicio, escrito en 1964, es —si ese parecer tuviera algún sentido—mi mejor cuento. Narra hechos históricos y es una conjetura sobre las razones del asesinato del general Urquiza, el caudillo entrerriano que participó en las guerras civiles, derrotó a Rosas en 1852”. Esto escribe el propio Ricardo Piglia sobre este cuarto relato, que se inicia con el reconocimiento del crimen por parte de sus propios hombres, y cuya causa se deduce de la narración posterior, donde se sugiere que el general era un traidor a los suyos: “pero los recibió como si los necesitara, con todo embanderado, y por la ventana se veía luz y la mesa cubierta de porteños y el General disimulado en el medio, vestido como ellos”.
Sobre el siguiente escribe: “Mata-Hari 55 también es, en un sentido, un relato histórico y se refiere a las acciones clandestinas de los «comandos civiles» que conspiraban contra Perón en las vísperas de la llamada revolución libertadora que lo derrocó en septiembre de 1955”. Y en efecto, si creemos al autor, él se limita a reproducir el contenido de varias cintas donde le informan sobre la mujer, a la que hace referencia el título, y que se acostó con un peronista, supuestamente para obtener información; pero al final de nuevo vuelve a sorprendernos.
El que da título al libro, La invasión, es un prodigio de dosificación y sutilidad narrativas, pues la historia avanza inexorablemente hacia el único final posible, ofreciendo pistas que lo anuncian: se confunden en el fondo de la celda las sombras del morocho y Celaya; hablan en voz baja; fuman del mismo cigarrillo; comen juntos sentados en un rincón; etc.
En el siguiente, Santiago se comporta sorprendentemente de forma desleal con su amigo Miguel, cuando éste lo invita a comer con la familia de su novia: “callate, pibe, -me decía- ¿ qué te pasa? ¿No querés que tu novia se entere de tu vida? Callate, pibe. Callate, pibe, y no sé qué me pasaba”. Esta deslealtad genera unas consecuencias impredecibles, que, una vez más, sólo se sugieren en un final verdaderamente extraordinario, que te hace volver atrás en la lectura.
La honda y En el terraplén son de los relatos más flojos por la simplicidad de las historias, aunque están bien armados y nos sorprenden en su finalización. El primero trata del engaño de un adulto a un niño y el segundo sobre la ilusión infantil de los Reyes Magos.
En Tierna es la noche –otro de los favoritos de Piglia– le dice Luciana a Emilio, su amante ocasional y narrador de esta historia: “Sabés lo que ando buscando? Piedritas. Juguetes que perdí. Por ejemplo que alguien se enamore de mí como antes. Como hace muchísimo tiempo aquellos muchachitos sonsos a los que yo quería como una loca. Eso ando buscando”. Porque se siente sola e insatisfecha, sentimientos que nos conducen a un desenlace inevitable, sugerido de nuevamente con sutilidad: “tenía la piel cenicienta y desnuda, los ojos como dos llagas en medio de la cara.tenía la piel cenicienta y desnuda, los ojos como dos llagas en medio de la cara”.
En Desagravio, que remite a un hecho trágico en la historia argentina, sucedido en el 16 de junio de 1955 y que costó la vida a cientos de ciudadanos indefensos, se mezclan con maestría la historia personal de Fabrizio y Elisa con el bombardeo de la Plaza de Mayo, cuando están manifestándose los peronistas. Desde el principio, se plantean ambas historias como sendos actos de desagravios, hasta un final verdaderamente antológico.
Apenas sabemos nada del protagonista de En noviembre, donde se vuelven a mezclar la historia personal de éste con un suceso real, el hundimiento del barco griego Narvachos en el Mar del Plata; pero las últimas palabras hacen volar nuestra imaginación: “La tengo en la palma de la mano. Parece de plata, es griega. No sé cuánto vale, tiene una fecha que no puedo descifrar. La miro brillar al sol. Por cuántas manos habrá pasado antes de que el marinero se la guardara en el bolsillo, en Atenas o en Tebas, y luego se hundiera con ella. Una moneda griega. Puede ser que me traiga suerte. No me vendría mal”.
Sucede algo maravilloso en El pianista: el juez que investiga el crimen de dos hombres, en el territorio fronterizo de la selva de Misiones, entre Argentina y Brasil, se enamora de la principal sospechosa, Clide Calveyra, tan solo de verla en una película grabada por uno de los dos asesinados. Todo está contado con la habitual pericia de este autor argentino, avanzando, de forma sutil y progresiva, hacia un desenlace, de nuevo sorprendente.
El inicio del último de los relatos es un ejemplo de cómo Ricardo Piglia sabe enganchar al lector, a partir de una situación aparentemente normal, pero que incluye elementos inquietantes: “Emilio Renzi estaba en la terraza de un bar en la plaza Carlo Felice, frente a la estación de Turín, a la mañana temprano, cuando la vio. No podía ser. Inés estaba ahí, en una mesa cercana, con el tipo de pelo blanco. Con el canalla de pelo blanco que la había traído a Europa. Llevaba el vestido azul que Emilio le había regalado y sonreía, hermosísima, en la claridad del verano”. Pero en la continuación no sucede nada de lo que uno puede esperar: ni un crimen pasional ni una reconciliación. Antes al contrario, la historia deriva hacia los últimos días de Cesare Pavesse, que va a investigar Emilio y con el que inevitablemente se establece un paralelismo.
Predomina un tono confesional -que recuerda a Borges, como lo evoca también el juego con la veracidad de ciertas historias, asegurando que va a transcribir sin cambios una grabación o algo que le han contado o que ha vivido uno de personajes- y que une casi todos estos relatos, de tal forma que los lectores estamos expectantes a lo que se nos cuenta, atraídos, además, por la oralidad del lenguaje, impregnado de rasgos propios del español hablado en Argentina. Esto, unido a la habilidad que demuestra Piglia para armar los relatos, a partir de situaciones aparentemente comunes, generar y mantener la intriga, hasta sorprendernos siempre con finales abiertos, hace que iniciemos la lectura de cada uno de ellos sin pereza, con la certeza de que no nos van a defraudar.